Las batallas de Pichincha, Junín, Ayacucho o Boyacá, de la que apropósito, este viernes se concomerán 196 años, no fueron las únicas que peleó Simón Bolívar.
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El hombre, a quien la historia le acuñó el título de ‘El Libertador’, afrontó un sinnúmero de batallas de las que poco se sabe. Todas –o al menos su gran mayoría- las libró y las ganó en una cama.
El hijo de de don Juan Vicente Bolívar y Ponte y Doña María de la Concepción Palacios y Blanco, padecía ginecomanía, una afición incontrolable a las mujeres, a la lujuria y el sexo.
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En el libro ‘Las batallas amorosas del Libertador’, Eduardo Lozano Torres recopila los capítulos sexuales del hombre que murió en Santa Marta en 1830.
Campesinas, mujeres de la servidumbre, aristócratas, entre otras, cedieron ante los encantos de Simón Bolívar, que pese a su baja estatura (1m con 65cm), era un excelente conversador, buen bailador y un “depravado sexual”, como lo llaman sus detractores.
Según se lee en el libro, el general, José Antonio Páez, prócer de la independencia de Venezuela y compañero de batallas de Simón Bolívar, El Libertador era “sumamente adicto a las damas”, pero sufrió por la adicción a las mismas, sobre todo en tiempos de campañas militares extenuantes y largas.
En un capítulo titulado ‘Años de Promiscuidad’ se reseña, por ejemplo, una anécdota que protagonizó Bolívar en 1810 durante una estadía de seis meses en Londres.
Bolívar distribuía su tiempo entre actividades diplomáticas, en las que hacía énfasis en la necesidad de independizar a América de España, y visitas frecuentes a casas de juego y prostíbulos.
En una de sus noches de sexo y juego, el prócer se vio involucrado en una fuerte discusión con una prostituta que lo habría confundido con un sodomita griego.
La prostituta le reclamaba airadamente algo que no pudo descifrar, pues la mujer hablaba en inglés, idioma que Bolívar no entendía.
Para tratar de calmar el escándalo, sacó un fajo de billetes y se los ofreció. El gesto la enfureció más. Cogió el dinero, lo arrojó a una chimenea y sacó al Libertador a empujones del lugar. “No tuvo más remedio que salir presuroso y humillado para evitar mayores consecuencias”, escribe Lozano Torres.
La enfermedad de Bolívar por las mujeres no es gratuita. Si al caso es genética.
Su padre, Juan Vicente Bolívar y Ponte, un hombre arrogante, machista y orgulloso de su inmensa fortuna, era un “mujeriego pertinaz hasta el punto de aprovechar su posición de amo para exigir placeres sexuales a sus esclavas negras y mulatas (…) temido por blancas, indias, doncellas y esposas”.
El libro señala que un documento encontrado en los archivos de la Diócesis de Caracas, llamado ‘Autos y sumarios contra don Juan Vicente de Volívar (sic) por su mala amistad con varias mujeres’, describe al papá de Simón Bolívar como un “activista sexual compulsivo y libidinoso que no respetaba normas, tradiciones, ni preceptos morales cuando de conquistar mujeres se trataba. Era un hombre sexualmente insaciable”.
Con esta traza genética, el Libertador inició su novela sexual a muy temprana edad.
“Acostumbraba a perfumarse con gran cantidad de colonia en la que gastaba buena cantidad de dinero”.
Al momento de seducir, Bolívar no tenía reparos. Era tal su afán de conquista que tuvo incluso aventuras sexuales con familiares. Fue capaz de seducir a varias de sus primas.
Las Aristiguita, jóvenes desparpajadas, independientes y de una privilegiada posición social, pasaron por las sábanas del niño Simón, pues cuando se presume que se consumaron los encuentros sexuales con varias de sus primas, él tenía unos doce años, siete, nueve o doce años menos que sus fogosas amantes.
Las restricciones sociales, éticas o religiosas de la época, no fueron obstáculos para saciar su sed de sexo. La edad tampoco fue impedimento.
En 1798, durante su primer viaje al exterior, Bolívar tuvo su primera aventura sexual internacional. Tenía apenas quince años con seis meses, la mujer con la que tuvo el encuentro amoroso, además de ser casada, lo doblaba en edad.
En ciudad de México, Simón logró seducir a una mujer conocida como la Güera Rodríguez, una mujer casada, atractiva, voluptuosa con amplia experiencia en las artes amatorias.
“Entre ellos se encendió con rapidez la llama de la pasión, avivada seguramente por la incitante belleza de la Güera, el afán erótico del adolescente y la osadía de una aventura extramatrimonial de ella”.
“Aunque ha sido comparado con Casanova por su poder de seducción, difiere de este personaje en que Bolívar no se enamoraba de las mujeres que conquistaba, contrariamente al célebre veneciano”, dice Lozano.
La guerra no redujo el deseo sexual del Libertador. En 1818 cuando peleaba con el general Morillo, se salvó de morir por estar teniendo sexo con una llanera.
Las tropas enemigas llegaron al campamento donde él, en compañía de los coroneles Salcedo y Galindo, se hospedaba, y sin mediar palabra empezaron a disparar. A esa hora, Simón descansaba en los brazos de una llanerita ardiente.
“Una vez más el mujeriego ardiente se salvaba de morir asesinado por estar rindiendo tributo a Afrodita, su diosa inseparable. No quedó para la estoria el nombre de esta ocasional conquista amorosa de Bolivar”, escribió Eduardo Lozano.
Simón Bolívar sólo se enamoró de una mujer, la española María Teresa del Toro Alayza. Con ella se casó. La esposa murió en 1803 y Bolívar, destrozado, juró no volverse a casar. Quizá también juró no enamorarse nunca más.
Cumplió lo primero y tal vez a algunas les dijo que estaba enamorado, entre ellas Manuela Sáenz, la quiteña que lo amo, Nicolasa Ibáñez, Lucía León, Juana Pastano Salcedo, Isabel Soublette, Manolita Madroño y Juaquina Garaycoa y decenas más.
La faceta sexual de Simón Bolívar
Vie, 07/08/2015 - 04:05
Las batallas de Pichincha, Junín, Ayacucho o Boyacá, de la que apropósito, este viernes se concomerán 196 años, no fueron las únicas que peleó Simón Bolívar.