En los potreros no hay vacas y en el aire se revuelve un hedor húmedo a pasto podrido y agua estancada. Los únicos animales que se ven en la carretera destapada que conduce a Lenguazaque son dos palomas torcazas, que picotean en la carretera, y unas cuantas garzas con las patas sumergidas entre un pantanal. Lo demás es agua. Agua en todas partes. En los pastos, en el barro que sacuden las tractomulas a su paso, en las entradas a las fincas. Los hatos de ganado se han atomizado y pastan en varios parches de tierra seca, o se hallan apiñados en las lomas más altas. En un solo día, el sábado 14 de mayo, llovieron sobre la región de Ubaté sesenta milímetros de agua en dos horas: lo equivalente a dos meses. El territorio más lechero del país sigue cubierto de agua.
El agua pudrió la camioneta Cherokee Laredo del ganadero Horacio Barbosa. Se metió por todas partes e hizo un pozo en el interior del carro que llegó a la altura de los asientos. Así, empapado de los pies a la cintura, llegó todos los días a La Estancia, su finca. Era la única forma de entrar porque no había más vías. Aunque el camino ya está abierto y es transitable, según los cálculos de Barbosa, se necesitarán al menos seis meses para recuperar tan solo los pastos. Mientras tanto, la producción de leche en las fincas de zona ha bajado en 60%. A diario llegan comerciantes en camiones vacíos que preguntan con descaro: “¿tiene ganado a precio de inundación?”. Tanta agua fue la gota que desbordó la copa de los lecheros, quienes llevan diez años vendiendo la leche que producen al mismo precio. Muchos están decididos a abandonar el negocio cuando pase el invierno.
En la región de Ubaté, la producción de leche ha bajado en casi un sesenta por ciento.
“Yo no voy a seguir”, afirma desde su oficina, que mira a la iglesia de Monserrate Rafael Mejía, presidente de la Sociedad de Agricultores de Colombia (SAC). Mejía fue durante quince años el mejor productor de la Asociación Holstein de Colombia, y su familia ha estado vinculada al negocio de la ganadería desde hace casi un siglo. En un ferrocarril, desde Cajicá hasta Chiquinquirá, su abuelo trajo las primeras vacas de raza jersey que llegaron a Colombia. A pesar del cariño que le tiene al negocio, en cuanto pase la emergencia, venderá las 600 vacas de primera calidad que tiene en sus fincas de Chiquinquirá y se dedicará a otra cosa. Cualquier cosa, dice, es más rentable.
En su finca, un canal llamado Escorial inundó 36 fanegadas de tierra porque la CAR no le hizo mantenimiento. Se construyó un jarillón, se pusieron bombas para sacar el agua en el río Suárez, se usaron tractores, zorras, treinta trabajadores, soldados. Mejía afirma que si él y los trabajadores no detienen el agua, hubiera llegado al pueblo de Chiquinquirá. De los 6000 litros de leche diarios que producían las vacas de Mejía, bajaron a 4000.
EL curso de las aguas cambió con el invierno.
En Ubaté, en las fincas de Horacio Barbosa y Jesús Orejuela, ocurrió lo mismo. Orejuela, dueño de la hacienda El Portezuelo, sacaba 4000 litros diarios, ahora apenas 1200. Ambos tienen fincas certificadas por buenas prácticas ganaderas y son miembros de la Asojersey. De pie, junto al jarillón que se hizo luego de que el río Lenguazaque cambiara de rumbo, explican que el futuro será muy difícil.
El ganado es muy delicado. Cuando las vacas bajan su producción de leche nunca vuelven a recuperarla. Si no se ordeñan dos veces por día a la misma hora, les da mastitis, se descalcifican si no comen y si comen demasiado mueren. En los últimos dos meses, debido a la escasez de alimento, los sustitutos del pasto han subido de precio: heno, silos, semilla de algodón, silos de caña. Transportar el ganado lo puede poner en contacto con brucelosis y aftosa. A eso se suma el hecho de que si los caminos están inundados, es imposible sacar la leche.
Trabajadores pagos y voluntarios han ayudado a construir jarillones.
Todos los ganaderos han tenido que poner de su propio bolsillo para enfrentar la crisis: comprar palas, alquilar maquinaria, comprar motobombas, alquilar potreros y pagar jornaleros. Muchos han tenido que vender vacas de cinco millones a 800 mil, porque no tienen con qué alimentarlas.
Pollito Chicken es una tienda de insumos agrarios de Ubaté. Con el concentrado, las mascotas, los comederos y las cantinas, venden también botes inflables a 130 mil pesos cada uno. En el local de Home Center también los venden. De un momento a otro, los potreros se convirtieron en lagunas, en humedales.
Horacio Barbosa, uno de los damnificados.
Según datos de la Secretaría de Agricultura y Desarrollo Rural de la Gobernación de Cundinamarca, las pérdidas de producción e infraestructura en el último año ascienden a la colosal suma de $231.626’587.000. Algunos de los municipios más afectados son Mosquera, Simijaca, Guachetá, Ubaté y Sesquilé. En total, más de 62.000 reses se han visto afectadas por el invierno en Cundinamarca. Ubaté ha sido el más damnificado: 9657 animales, seguido por Guachetá con 9577.
Junto a las fincas Hato Viejo y La agüita, 17 obreros refuerzan un jarillón. El agua se mete a través de un enorme boquete que detiene el agua, haciendo gárgaras de agua terrosa. Cientos de bultos y troncos largos lo rellenan. Cada bulto pesa 60 kilos y es cargado al hombro por los trabajadores. En el jarillón hay un ingeniero de la CAR. No habla, o sí, cuando se le pregunta cuándo van a terminar, dice: “lo que le diga es mentira. Es que no estoy autorizado para dar declaraciones”.
Bajo el agua quedaron casas, bodegas, animales, maquinaria.
La CAR ha sido una de las entidades más señaladas por negligencia. Muchas demandas, individuales y colectivas, corren contra la entidad. Entre otras cosas porque el CONPES, aprobado en 2006 y orientado a recuperar y conservar el ecosistema lagunar de Fúquene, Cucunubá y Palacio, nunca se llevó a cabo.
Los ganaderos no podrían estar más desalentados. Hace un tiempo se anunció la apertura de bodegas de Fedegán con insumos y alimento como una forma de ayudar a los ganaderos. Pero hasta la semana pasada, dichas bodegas ni siquiera tenían heno.
Cientos de bultos de sesenta kilos de peso se usan para armar los jarillones.
Los lecheros temen que la crisis se agrave cuando se defina el Tratado de Libre Comercio con Europa. Según dicen, hará que llegue leche al país a precios irrisorios. Ahora venden un producto llamado lactosuero, que se ofrece como alimento o producto lácteo. Muchos supermercados lo venden en los mismos estantes de la leche. Pero la verdad es que el lactosuero es un alimento artificial, lleno de carbohidratos, que no tiene ni las proteínas ni el calcio que aporta la leche.
Cerca a Ubaté, en la vía hacia Cucunubá, queda la finca de Alejandro Cabrera. Sus terrenos quedaron convertidos en una laguna. El agua cubrió la casa de los trabajadores, las bodegas, el tanque enfriador de leche. Cabrera tuvo que evacuar 250 cabezas de ganado a varios terrenos diseminados que tomó en arriendo. A los trabajadores les consiguió una casa en el pueblo. “El agua trazó nuevas rutas”, dice al mostrar una foto en la que conduce un bote de fibra de vidrio. No es de un paseo náutico. Cabrera navega sobre uno de los potreros de su finca, uno de los tantos lagos nuevos de Ubaté.




























