El segundo domingo de mayo en Venezuela no era muy distinto al del resto del mundo, donde se celebra el Día de la Madre en la misma fecha. Centros comerciales de gente comprando regalos, flores agotadas a media mañana, restaurantes donde resultaba imposible entrar y cualquier otra actividad asociada a la efeméride abierta al consumo.
El país cambió. La mayoría de los locales en los centros comerciales cerraron. Almorzar fuera de la casa es un lujo de una micro-minoría. Y para qué gastar en flores, "mejor invierto eso en comida".
Las generaciones más jóvenes salieron del país. También un porcentaje de madres que emigró con el fin de trabajar y enviar remesas, para procurar que los hijos coman mejor y puedan estudiar. Y aunque un sector logró instalarse fuera de Venezuela sin dificultad, en realidad, la mayoría salió con lo justo para llegar y bregar.
En este contexto, los intercambios de afectos ahora se limitan a una videollamada, y con suerte, mientras haya buen Internet o señal. Así se comunicaron el domingo 12 de mayo, miles de hijos y madres, entre ellos están Ghinna Fernández y Chefi Borzachinni.
"Lloro todas las noches por no tenerla a mi lado"
El 6 de septiembre de 2018 fue la última vez que Ghinna Sarahy Fernández Rojina vio a su hija Sahory, de 10 años. Ese día emprendió un viaje de 69 horas desde San Félix, en el suroriente de Venezuela, hacia Bogotá, sin boleto de retorno.
"Mi hija siempre estuvo tranquila hasta que llegó la hora de subirme al bus. En ese momento cayó en la cuenta de que la separación era real".
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Tomó un total de cinco autobuses contando cada parada que hizo en Valencia, Barinas, San Cristóbal y San Antonio del Táchira, del lado venezolano. Ya en la frontera, hizo fila durante tres horas para sellar la salida y nueve más para sellar la entrada a Colombia. Un bus la llevó hasta la capital colombiana, adonde llegó con 200 mil pesos. "Eso solo era para pasajes aquí, para movilizarme y para cosas de uso personal", explicó.
Ghinna Fernández tiene 30 años y es madre soltera. Se graduó de periodista en la Universidad Bicentenaria de Aragua, núcleo Puerto Ordaz, en un acto al que no asistió porque el día que la situación llegó el límite decidió irse, sin mirar por el retrovisor.
"Abandoné hasta el sueño de lanzar el birrete junto a mis compañeros y mi hija, luego de cinco años de estudio", relató.
Sahory Valentina Valdez Fernández tenía 10 diez años cuando su mamá se fue. Han transcurrido 8 meses, una Navidad, un cumpleaños y este 12 de mayo celebran el Día de la Madre a 1936 kilómetros de distancia.
"El 10 de enero fue su cumpleaños y trabajé para que ella juntos a sus primitos la pasaran bien, yo solo vi fotografías de ese día", contó la madre migrante.
La niña, de 11 años, vive actualmente con su abuela de 53. "Mami, ya no soporto estar lejos de ti, necesito verte y abrazarte", le dice todos los días al teléfono.
Sahary cursa 5to grado en una institución privada, por la que Ghinna paga un promedio 2,5 dólares de mensualidad, menos de lo que cuesta un cartón de huevos o un kilo de carne en Venezuela. A ella le gustaría traerse a la niña a Colombia, pero en Bogotá la situación no es fácil para los locales, y mucho menos para el migrante venezolano, que usualmente llega con una mano adelante y otra atrás.
En declaraciones a propósito del reciente Día del Trabajador, Luis Fernando Mejía, director ejecutivo de la Fundación para la Educación Superior y el Desarrollo (Fedesarrollo), dijo en entrevista a Semana que "por lo menos la mitad de los colombianos gana salario mínimo o menos". Ghinna Fernández forma parte de esta estadística y de los 828.116 pesos que recibe, envía dinero hacia Venezuela. "Estoy aquí por mi hija", repite constantemente.
"Estoy muy agradecida con el gobierno colombiano porque yo llegué aquí en septiembre y en diciembre me otorgaron el Permiso Especial de Permanencia (PEP), gracias a eso tuve más oportunidad de conseguir trabajo ese año". Sin embargo, dice que sintió de cerca la discriminación cuando salió a buscar empleo. "Me decían ¿venezolana? ¡no gracias! Ni la hoja de vida me recibían".
El pasado 2 de mayo, Migración Colombia reveló que ya hay 1.200.000 de venezolanos en el país.
Al llegar a la capital colombiana Fernández vivió en el barrio San Mateo, en Soacha. Casi al mes de haberse instalado, consiguió trabajo de mesera en una discoteca en ese municipio. Ahora reside en Gustavo Restrepo y trabaja ocho horas al día en un restaurante paisa en el barrio Ciudad Montes, en Puente Aranda, al que llega conduciendo una bicicleta, luego de pedalear unos 20 minutos.
Ghinna Fernández extraña a la familia, los amigos y sus dos perros "que son los niños consentidos de la casa"; también la comida a la que estaba acostumbrada el paladar. "A veces quiero volver pero luego pienso ¿qué voy a hacer allá ? Al menos estando aquí trabajo y le envío dinero para que pueda estar bien".
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El plan, a corto plazo, es seguir viviendo al día. A futuro se ve regresando a Puerto Ordaz, "a mi país junto a mi familia, como era antes. Sueño con ejercer mi profesión en mi querida Venezuela como lo hacían los periodistas muchos años atrás, sin censura, porque aquí en Colombia lo veo complicado. Una sola vez busqué en mi área y me pidieron 2 años de experiencia y título en mano", comentó.
Por los momentos, Ghinna y Sahory se comunican diariamente. Apenas mami llega del trabajo y justo antes de la niña irse a dormir. "Todo esto lo veo como pruebas que Dios me pone para demostrar lo fuerte luchadora que puedo ser para darle bienestar a mi hija". Este Día de la Madre, no será distinto.
"Cada vez que pasa algo duro en Venezuela nos alegramos de que estén afuera"
Chefi Borzachinni es una conocida periodista y gestora cultural venezolana. Tuvo dos hijas con el poeta Santos López: Victoria y Guadalupe López Borzachinni. Ambas se fueron del país y ahora residen en la ciudad de Buenos Aires, en Argentina. Vicky, la mayor, se fue de Venezuela hace 10 años, después de graduarse como Comunicadora Social, en un contexto de país distinto al actual.
Primero, hizo una escala de dos años a Nueva York para perfeccionar su inglés y de allí se trasladó a Buenos Aires para hacer una Maestría en Organización y Administración de Empresas Culturales y Artísticas. Ya cumplió 10 años en Argentina.
"La fecha inicial del viaje a Nueva York fue postergado por razones de salud. Cuando me recuperé y llegó el momento de subirme a un avión, mi mamá decidió que después de haber estado tan delicada no debía viajar sola, así que en cuestión de dos días organizó su viaje y se fue conmigo. Durante 10 días me acompañó cual niña chiquita e hizo todo por mí: me llevó a inscribirme en la universidad, a organizar mis papeles, mi ropa de invierno (para el que claramente sin ella no habría estado preparada), me mudó, me decoró el cuarto que estaba rentando, me cocinó y dejó comida preparada, me llenó de amor y mimos, como para que no me faltaran en un buen rato", cuenta la hija mayor.
Victoria López recuerda que despedirse de su mamá luego de esos 10 días, fue "la cosa más dura" que alguna vez tuvo que hacer en mi vida.
"Ya es muy duro tener que irse del país, pero para mí lo más duro fue dejar ir a mi mamá de mi lado. Creo que lloré durante una semana", recuerda Victoria López.
La segunda, Guadalupe López, salió a los 20 años de Venezuela, a pasar una temporada vacacional con su hermana y no regresó. Le faltaban dos meses para graduarse de diseñadora gráfica, pero la decisión resultó irreversible y cumplió este 2019, más de dos años en Buenos Aires.
Mientras, en el hogar de López Borzachinni las habitaciones de sus dos hijas permanecen intactas, como si se hubiesen ido hoy o fuesen a regresar mañana. Cosmos, el gato de la menor, resguarda el territorio.
"Cada año que pasa, hemos pensado que es más improbable el regreso, aunque ambas siempre hablan de su sueño de retornar a Venezuela para trabajar aquí, para ayudar al desarrollo del país", comenta Borzachinni.
Los encuentros se han hecho cada vez menos frecuentes de lo que quisieran todos. Un día lo hace inviable la subida del dólar, otro día una decisión política y otro, retrasos en la emisión de los documentos de viaje.
"Hace dos años que no la veo en persona. Hace cinco años que no voy a Venezuela, pues no tengo pasaporte, y es muy complicado obtener la prórroga en Buenos Aires. Hace dos años que espero me den respuesta", comenta Victoria.
Este Día de la Madre, en la casa de los López Borzachinni como en la de Fernández Rojina, se repetió la misma escena que en millones de hogares durante cumpleaños, Navidad y Año Nuevo, con un incremento en el número de familias fracturadas por la migración, en los últimos seis años.
Todos hicieron uso del WhatsApp para procurar llenar en una llamada un profundo vacío.
"Mi mamá siempre me ha hecho sentir como una hija amada, como su gran tesoro. Y es eso precisamente lo que yo considero como la clave de nuestra unión, a pesar de las distancia. En mi corazón y mi mente siempre busco ese lugar para darle un abrazo invisible, y decirle lo muchísimo que la amo".