“Estaba sin dinero, sin trabajo, y los urabeños me ofrecieron de 500 a 600 mil pesos mensuales para trabajar con ellos. Yo dije que trabajaba tres años, pero a los cinco meses pedí permiso para visitar a mi mamá y comenzó la pesadilla”, cuenta Alex*, un indígena chocoano que relata cómo la guerra se lo tragó desde los 15 años de edad.
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Hasta entonces vivía con sus padres y sus hermanos. Durante esa visita a su madre se percató de una persecución de la guerrilla del ELN en su contra.
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El tiempo en la casa paterna se convirtió en una verdadera angustia; fueron días llenos de miedo, esconderse era su única opción, ya que según varios habitantes del pueblo, lo estaban buscando porque lo querían reclutar.
“Yo estaba con mi hermano y me agarraron. Me dijeron: ‘quieto, quieto’, y me alumbraron la cara con una linterna. Dijeron: ‘lo queríamos a usted’. Duré dos días amarrado y luego para el monte. Clavaron un palo alto y ahí me amarraron. Duré dos días sin comida. Después me llevaron para donde el cabecilla”, cuenta sobre el momento en que fue reclutado.
Sus padres reclamaban al grupo armado que dejaran libre al joven. Sin embargo, las suplicas nunca fueron escuchadas.
Enlistado en el ELN trabajó en la delantera de combate. Alex, quien hoy tiene 18 años, explica cómo él y su grupo guerrillero lograban salir avante de los enfrentamientos. “Si era con el Ejército nos poníamos el camuflado; si era con la policía nos poníamos camisas verdes, y si habían civiles nos poníamos ropa como cualquier campesino. Recuerdo un día en que logramos entrar a una vivienda, cambiarnos, guardar las armas, y el Ejército no pudo hacer nada: estábamos de civil”.
Los días pasaban y Alex solo pensaba en cómo escapar de aquella estructura que se lo había llevado a la fuerza, siendo menor de edad.
Desde un principio lo sentenciaron a muerte. Solo tenía un camino para seguir con vida: pertenecer al grupo armado ilegal. “Me dijeron: usted va a entrar con nosotros; si usted no entra, ahora mismo lo matamos. Entonces les pregunté que en cuántos años me dejarían salur, y me dijeron que no tenía años, que es hasta que muera en la guerrilla”.
El fenómeno de menores reclutados en la guerra sigue preocupando a la sociedad colombiana y la comunidad internacional.
Alex pasó su infancia con un primo, quien desde muy niño ocupó el lugar de su mejor amigo. Todo lo hacían juntos: estudiar, jugar y hasta trabajar. Felipe* era, en otras palabras, un hermano.
Durante dos años y medio la familia de Alex no supo nada de su suerte. La madre preguntaba una y mil veces por su hijo, pero nadie daba razón. “Mi mamá pensó que yo estaba muerto porque ella le preguntaba a la guerrilla que pasaba por el rancho y no sabían nada. En la guerrilla le cambian a uno el nombre”.
Ante la angustia y la incertidumbre por desconocer el destino de Alex, su primo Felipe decidió ingresar a la guerrilla para descubrir, por sus propios medios, el paradero de quien había sido su amigo siempre.
Estuvo ocho meses en las filas del ELN. Lo buscó y nada que daba con su paradero. Sentía que la esperanza se esfumaba hasta que pasó lo impensable.
El cabecilla del frente Resistencia Cimarrón del ELN, reunió todas sus estructuras. Todos estaban enfilados y a lo lejos Felipe pudo identificar a su primo. Poco después pudo abordarlo.
Felipe le contó el desespero que sentía con apenas 8 meses de estar en armas. “¡Ay! Primo, esto es muy duro. Si no dispara lo regañan, sancionan. Volémonos”, le sugirió a Alex.
Duraron tres meses estudiando cuidadosamente la forma de escapar. Calcularon cada movimiento, consecuencia y riesgo. Tres meses que, según Alex, fueron los más largos de su vida.
Un miércoles fue el día cero. Caminaron día y noche por la selva, sin linterna, bajo la lluvia, en terreno agreste pero bien conocido por ellos. En su mente habían dibujado la ruta hacia la libertad, y solo rogaron conseguir culminarla.
Casi dos días después se encontraron con tropas del Ejército. Se entregaron a los soldados y recobraron su libertad.
Felipe seguía siendo menor de edad, así que fue enviado al Instituto de Bienestar Familiar, mientras que Álex, quien recién cumplía la mayoría de edad, fue acogido por las tropas del Ejército Nacional.
En la actualidad los primos adelantan su proceso de desmovilización en caminos diferentes, nuevamente.
Próximamente iniciaran su proceso de reintegración; recibirán los beneficios que el Estado ofrece a quienes deciden dejar las armas y escapar de la barbarie. Álex y Felipe se suman a las más de 49 mil personas que desde el 2003 han dejado las armas, se han desmovilizado y reintegrado a la vida civil.
De acuerdo con información de la Séptima División, que pertenece a la jurisdicción que recibió a Felipe y Álex, cada 8 horas se presenta un guerrillero para iniciar su proceso de desmovilización a cargo del Ministerio de Defensa. El Programa de Atención Humanitaria al Desmovilizado y la Agencia Colombiana para la Reintegración se han convertido en la oportunidad que tiene un guerrillero de cambiar su futuro, regresar a casa e iniciar una nueva vida.
*Los nombres fueron cambiados para proteger su identidad. Información de la División VII del Ejército.
“Mi primo se metió a la guerrilla para rescatarme”
Dom, 26/07/2015 - 03:25
“Estaba sin dinero, sin trabajo, y los urabeños me ofrecieron de 500 a 600 mil pesos mensuales para trabajar con ellos. Yo dije que trabajaba tres años, pero a los cinco meses pedí permiso para v