Era un niño gordito, rubio, de pelo corto. Vestía y se perfumaba como un viejito. Usaba los pantalones por encima del ombligo, camisas de mangas cortas, a cuadros y mocasines. Era amigo de los profesores y participaba en todas las actividades culturales de su colegio, el Liceo de Cervantes de Barranquilla. No se metía con nadie, pero eso no lo tuvieron en cuenta quienes lo molestaban por considerarlo un “huevón”, uno de esos niños muy aplicados y socialmente incapacitados.*
Entonces le decían Billy, y a simple vista nada indicaba que se volvería el monstruo gigante de tres cabezas y un ojo perezoso en que la prensa de Bogotá lo convirtió. A sus 39 años ya no lo conocen como Billy, ahora es Manotas, que suena como un sobrenombre pero es su apellido paterno. Y en un país acostumbrado a que aquí solo se castiga a los pobres, el apellido que lo condena ante los ojos de la sociedad es el de Mary, su mamá: Char.
Manotas mató a Francisco Cifuentes, es un hecho, es un horror y no debería haber sucedido. También es un hecho que Cifuentes se metió a la casa de Manotas sin haber sido invitado. Luego de haberse trepado por las rejas de su ventana para alcanzar la ventana de Manotas en un intento porque este apagara la música que ahora niega haber estado oyendo, rompió la puerta de su vecino a golpes y entró. La evidencia lo demuestra. También es un hecho que Manotas apuñaló a Cifuentes al menos cinco veces. Es evidente que hay marcas de arrastre en el piso, marcas de sangre hasta la ventana por donde cayó el cadáver de Cifuentes, pues se ha establecido que la muerte la causaron sus heridas y no la caída.
Es un hecho que Manotas se encontraba bajo el efecto de sustancias psicoactivas. Al parecer se estaba defendiendo de Cifuentes, un fisicoculturista, que esa madrugada pesaba al menos 20 kilos más que él. Y al parecer, también, Manotas se habría excedido en su defensa. Quizá con una sola puñalada lo habría detenido. El consumo de dichas sustancias podría explicar este exceso, y en este caso, por encontrarse dentro de la intimidad de su casa, Manotas tenía derecho a estar borracho y drogado, lo que en un juicio podría obrar más como atenuante y eximente.
–Manotas, ¿usted está loco?
–No. Por supuesto, –dice mirándome a los ojos, muy serio. Y yo debo hacer un esfuerzo por concentrarme en su ojo sano, y no en el otro, que distrae y se ha convertido en un referente de su supuesta locura.
–¿Qué quiere decir para usted estar loco?
–…La divinidad tiene entre todas sus cualidades y virtudes también la locura. En la conquista de la divinidad también se emancipa, se ilumina también su locura como una cualidad transcendental, como una virtud. Pero, por supuesto, en mi caso la conquista de esa identidad divina también es en parte de todas las cosas, se nutre de eso. –Responde Manotas entre pausas y silencios en los que pareciera estar pescando las palabras más indicadas.
En su última declaración, a El Tiempo, su discurso es lúcido, coherente, limpio, claro y sencillo. El discurso de un hombre que se comunica con facilidad. Sin embargo es imposible ignorar el hecho de que sus palabras son las de alguien que ha consumido drogas durante mucho, mucho tiempo. Quizá sean las palabras que elige, el ritmo con el que habla, la forma en que abre y cierra los ojos y cómo se levanta de la silla y vuelve a sentarse mientras expresa más o menos entusiasmo. Pero no es el discurso de un loco.
El pasado jueves 7 de noviembre me reuní con Manotas bajo el techo de un quiosco en la cárcel La Picota. Llegó a la defensiva y me indicó que sus abogados le habían dicho que no diera más entrevistas, pues, según él, El Tiempo editó su entrevista y tergiversó sus palabras. Debí convencerlo de que yo no había llegado a “cagármelo”, y que solo quería conocerlo. Me creyó, y luego de que el guardia le quitara las esposas para que se sintiera más cómodo, nos sentamos sobre unos troncos de madera alrededor de una mesa redonda, rodeados de abogados que en ningún momento se dieron cuenta de quién me acompañaba.
“Bueno”, me ha dicho. “A la de Dios, hagámosle”.
–¿Manotas, qué se le pasa por la cabeza al saber que una de las opciones de sus abogados es declararlo inimputable por trastorno mental?
–Mmmmm… Más allá de lo que puedan ser todos los argumentos, es la verdad la que debe resolver esto. Porque lo que está sucediendo en este momento en este caso es un gran fenómeno de gran valor trascendental y esa verdad que se ha de revelar en este proceso que se va a comprender, no solamente va a ser por la libertad de un hombre, sino también porque ella misma, en sí misma, está para que en este momento sea mi única carta real.
–¿Esta verdad es algo que usted aún no ha revelado?
–Esa verdad se está empezando a revelar.
Detrás nuestro hay unas torres nuevas en donde se encuentran los reclusos apretados contra las ventanas. La mayoría observan en silencio, tiesos, congelados en el tiempo. Otros gritan pidiendo la hora y se oyen un par de silbidos coquetos que irán dirigidos a alguna mujer que caminará incómoda.
En la cara de Manotas, una raya rosada de dos centímetros, la única herida que padeció mientras luchaba con Cifuentes, ya comenzó a cicatrizar. Tiene sentido que solo haya sufrido esa herida, pues quien tenía el cuchillo en la mano era él. Está flaco, pálido y me sorprende que es mucho más pequeño de lo que aparenta en televisión. Tiene las uñas largas, puntiagudas, descuidadas, y las yemas de los dedos amarillas, quemadas. Son los dedos de alguien que fuma un cigarro hasta que este le quema las yemas. De la apariencia de indigente que tenía cuando fue capturado ahora solo le quedan las manos.
–¿Le afectó al alma el corte de pelo?
–Sí. Siempre he tenido mis tendencias estéticas particulares. Es un reflejo verdadero de mi personalidad. Pero todo es evolución. Todo sucede dentro de esto que no sólo es lo que vemos, sino lo que no vemos.
Armando Ortega, un hombre de Villa de Leyva que le asegura a Noticias Uno haber sido su amigo durante cuatro años, describe una pelea de Manotas con un muchacho a quien le ocasionó una herida en la cabeza. “De pronto cuando se tomaba unos tragos… se alteraba un poco”, dice. Además, agrega que Manotas resentía de su familia en Barranquilla, que solamente le mandaba dinero pero lo tenía abandonado.
Tuve oportunidad de conversar con una mujer –que prefirió no ser identificada–, quien conoció a Manotas y lo vio en dos o tres eventos sociales. "David Char tiene un problema con el alcohol, yo lo vi muy mal. Bebe y se vuelve un desquiciado. Todo el mundo en la fiesta lo vivió. Muy pesado. Se salió de sus casillas, sobrepasó sus límites. Cuando no había bebido era introvertido, reservado, todo se lo guardaba. Pero parecía normal. Con trago se volvía agresivo. Era un ‘voy por ti a matar’. Persiguió a la muchedumbre y se le fue a la gente encima. No parecía consciente. Babeaba, una persona normal no babea. Decía barbaridades. Es como si tuviera algo en la cabeza que hace clic cuando toma”.
–¿Manotas, usted se ha puesto a pensar por qué comenzó a consumir drogas, si responde a algún trauma emocional?
–Siempre supe como algo que estuviera prescrito que lo habría de tomar. Lo recibí de una manera muy honorable. Lo recibí como algo muy sagrado. Son fenómenos que están sucediendo en casos personales y es una manera para encontrar un punto de apoyo y a veces eso de la adicción ya es otra cosa.
–¿Algún trauma de infancia, algún dolor que haya cargado sobre la espalda?
–Sí, –responde casi automáticamente. Luego hace una pausa en que su vista se distrae entre las plantas y flores que nos rodean y continúa. –Yo puedo decir que en algún momento dado tomo ese camino de todas esas consideraciones para finalmente llegar a una conclusión más allá de la fobia o la filia, o del fenómeno de una reacción y una atracción natural.
–¿Es consciente de algún cambio en su temperamento ahora que no está consumiendo nada?
–Yo diría que tengo un almacén interno bastante grande de provisiones para no decir que algún día se acaba. Me he venido provisionando ya, hace años –responde riéndose.
–¿Cómo ha sido la rehabilitación de las drogas, no ha sufrido síndrome de abstinencia?
–Es importante que se entienda que yo no tengo ninguna postura en contra de las drogas ni estoy buscando ninguna rehabilitación particularmente, de ninguna clase. La virtud del hombre está en su causa, está en la conquista.
A medida que responde mis preguntas es cada vez más evidente que no me está diciendo nada. Su discurso es enredado, incoherente. Mi experiencia me asegura que es el discurso de un drogadicto, pero yo no soy una experta. ¿Por qué es diferente su discurso conmigo al que le dio a El Tiempo?
–¿Le afecta la opinión pública que se ha generado sobre usted?
–Por supuesto, porque en verdad yo confío en esa gente, porque yo necesito a esa gente. Porque yo espero que lo que ha de suceder en este tiempo en este país donde he venido a terminar de encontrar una respuesta de un gran enigma en este lugar donde ahora estoy, donde me tocó llegar de la manera tan enigmática como me tocó llegar, espero yo también de todos que cuando puedan ver no solamente lo que sucedió en este caso, sino lo importante que es comprender la verdad cuando ella se revela y creer en ella. Me parece importante que ya puedan ver un punto de vista sobre lo que en verdad sucedió. Que en este momento les permita tener un juicio más allá, de pronto, de su juicio moral.
–¿Tiene algún mensaje para Colombia?
–Manotas quiere que sepan que aquí en este lugar donde me encuentro, en La Picota, y en este país lo más importante que debemos comprender es que todos en este momento necesitamos salir de una cárcel. Todos los que estamos aquí de verdad necesitamos abrazar nuestra libertad y que es muy importante en este momento para todos que se suscite este gran paso libertario y que abrazo a mi país amado y que quiero que pare este derramamiento de sangre y este gran sacrificio. Y que espero que en una ofrenda los guardianes creadores de esta tierra amada nos puedan también bendecir abriéndonos las puertas a todos de nuestra amada libertad. Muchas gracias, no doy más entrevista, –dice parándose del banquito de madera como un resorte, con tal rapidez que la fotógrafa se asustará pensando que ahora sí nos va a saltar al cuello. Pero nada de eso. Quince minutos después de nuestro encuentro Manotas se niega a seguir hablando, extiende sus manos hacia el guardia que se acerca extrañado con que la entrevista haya sido tan corta.
Solo me han quedado preguntas: ¿Habrá sufrido un trauma durante su niñez que le haya cambiado el rumbo a su vida y explique su descontrolado uso de drogas? ¿Por qué pasaba tanto tiempo solo en su apartamento? ¿Estaba deprimido? ¿Se arrepiente de lo que hizo? ¿Quiénes son sus ídolos? ¿Alguna vez pensó en matar? ¿A quién odia? ¿Cómo es la relación con su mamá? ¿Prefiere la cárcel, o una clínica psiquiátrica? ¿Con qué sueña cuando duerme?
Mientras camina hacia las torres escoltado por dos guardias se voltea y me cuenta que está escribiendo un libro profético titulado El Asteroide: La inmersión del reino de las aguas. Quiere que sigamos en contacto y sugiere que le escriba cartas.
*Esta descripción hace parte del blog La Copa de Burro, de Adolfo Zableh.