“Parecíamos zombis." El tifón de Filipinas vivido en primera persona

Vie, 15/11/2013 - 10:59
A las siete de la noche del jueves 7 de noviembre Benigno Aquino III, el presidente de Filipinas, anunció a la nación que el tifón Haiyan (que traduce Yolanda) se acercaba con lentitud hacia las is
A las siete de la noche del jueves 7 de noviembre Benigno Aquino III, el presidente de Filipinas, anunció a la nación que el tifón Haiyan (que traduce Yolanda) se acercaba con lentitud hacia las islas que conforman la república filipina. Se encontraban en alerta máxima y desde ese momento la pereirana Lina Calle no se separó de Twitter y estuvo pendiente de las noticias sobre lo que estaba sucediendo a su alrededor. No durmió en toda la noche. Se asomaba por una ventana pequeña del segundo piso de su casa, desde donde veía a los árboles moverse cada vez con más violencia. A las once de la noche el tifón aún estaba lejos, pero a las 4:40 de la madrugada del viernes 8 de noviembre tocó tierra y hacia las seis de la mañana pasó por su casa en la isla de Ormoc, en la provincia de Leyte, donde vive con su marido filipino –un oficial de la Marina Mercante- hace casi cuatro años. El viento era cada vez más fuerte, y desde su ventana Lina podía ver cómo movía los árboles y la pared de la casa de su vecino. “Era impresionante, se sentía como si temblara la tierra. Impresionante. Los árboles comenzaron a doblarse y luego se partieron. Vi cómo se desbarataba la casa de enfrente. El viento desprendió el techo de esa casa. Hacía un ruido espantoso. Era como si una persona muy, muy grande silbara con todas sus fuerzas. Hacían ruido las hojas de los árboles y los troncos cuando se partían. Muy impresionante”, dice Lina a través del celular, en una conversación casi imposible pues la señal es pésima y el ruido de helicópteros sobrevolando la zona donde se encuentra hacen que sea muy difícil entender lo que relata. Durante un rato estuvo intentando sacar el agua de su casa con una escoba, pero ésta comenzó a devolverse. El primer piso se comenzó a inundar hasta que el agua le llegó a la cintura. Salía agua por los grifos cerrados del baño y la cocina, y una vez que se destruyó parte del techo de la casa el agua comenzó a entrar también por el segundo piso. También salía por los desagües y las alcantarillas. 'Choco', su perro de tres años, comenzó a ladrar desesperado. Lina estaba acompañada por el animal y por una niña de una zona rural cercana a quien le pagaban estudios a cambio de que acompañe a Lina cuando su marido se encuentra en altamar. Intentaron salir de la casa pero el agua y las tejas del techo les impedían el paso. La primera parte del tifón había pasado, y durante unos cinco minutos se sintió una calma absoluta, y entonces volvió el tifón con todas sus fuerzas. Vieron pasar a un hombre corriendo frente a la casa y le gritaron pidiendo ayuda. El hombre se detuvo, a lo que Lina se refiere como un milagro, y las ayudó a salir. El viento rugía con más fuerza aún y la lluvia era impresionante. El agua se había convertido en un río, y el hombre las apresuró pues temían que dicho río los arrastrara con él. Lina cargó a Choco, de 18 kilos, y mientras intentaba salvarlo se le enredó al animal un cable de teléfono o de televisión alrededor del cuello. El hombre la presionaba para que lo dejara y huyeran, pero Lina se negó y salvó a su mascota. “Estaba muy triste. Pensé que iba a tener que dejarlo allí pero se salvó”. La zona donde viven Lina y su marido es un lugar privilegiado cuyas construcciones son más fuertes que en los lugares más deprimidos de Filipinas. El tifón no logró destruir todas las casas construidas con cemento, y así fue que se metieron en una casa a pocos metros de la suya, donde llegó a refugiarse toda la gente que pasaba por ahí. La gente comenzó a asustarse con Choco, entonces Lina se sentó en un rincón junto con la niña que la acompañaba. Esperaron durante tres horas mientras el agua comenzaba a filtrarse por el cemento de las paredes. Cuando dejaron de oír el viento supieron que había vuelto la calma y salieron de allí. Filipinas, Kienyke Todo el mundo caminaba en silencio, mirando cómo había quedado el barrio que pocas horas antes era un paisaje que Lina describe como algo espectacular. Muchos, muchos árboles, mucho verde. Se sentía una soledad infinita. La gente, incrédula, no abría la boca. “No se escuchaban voces. Parecíamos zombis…” Lina volvió a su casa y terminó de sacar el agua con una escoba, y luego se dirigió hacia el centro de Ormoc, donde encontró todo destruido. “Los avisos enormes de los almacenes destruidos. Las puertas de los almacenes, los supermercados. Ahora que lo cuento parece chistoso…”, dice muy seria. Cuenta que la zona estaba llena de automóviles de la Armada y absolutamente militarizado. “Yo no sé si estaban ahí para socorrernos o para evitar los saqueos”. Las calles se encontraban llenas de basura, postes y árboles caídos. Había muchas vías por las que no se podía circular, y por donde se podía pasar debía hacerse con cuidado por la cantidad de vidrios y tejas rotas. A pesar de que en su ciudad no hubo muchas víctimas, conoció a una señora mayor que se le cayó la casa encima y la mató. “Hasta los pajaritos estaban desubicados sin tener árboles dónde posarse. Y se paraban todos sobre los pocos cables que quedaron”. El olor era desagradable pues había agua saliendo por las cañerías. No había agua potable, así es que debió lavarse solo con detergente. Esa primera noche cocinó la comida que quedaba en la nevera, antes de que se dañara. Contaba con gas propano. Había alcanzado a secarse un colchón que tenía para emergencias y allí durmió. Esa noche, que también llovió, la acompañó un vecino. Al día siguiente comenzó a limpiar la casa y a secar sus pertenencias. En una tienda cercana comenzaron a vender agua mineral y enlatados, que es lo que ha comido desde entonces. Y a su perro, que antes solo comía hígado de pollo y pescado, le consiguió sardinas. Intentó comunicarse con su familia en Colombia pero fue imposible. Las comunicaciones estaban caídas y se había quedado sin pila en el celular. Se levantó muy temprano e hizo una fila que pareció eterna para cargar su teléfono y comprar más crédito. Hasta el martes por la mañana no logró hablar con su familia, y entonces se enteró de que toda la prensa colombiana estaba pendiente de ella. Así fue que se puso en contacto con el Consulado de Colombia en Manila, quienes arreglaron su estadía en una casa durante dos meses. El domingo Lina viajará hacia otra isla cercana y mucho más segura donde el tifón no hizo tantos estragos. No ha podido hablar con su marido ni una sola vez, únicamente se comunican con mensajes que se envían a través de la compañía para la que él trabaja. Filipinas, Kienyke –Lina, ¿ha pensado en volver a vivir a Colombia? –Claro que sí. Es una decisión que tomaremos mi marido y yo, pero la verdad es que no se me ocurre en qué podría trabajar él allá. Lina ya había tenido la experiencia de un tifón que pasó por Manila en el año 2011, que de ninguna manera se asemeja a los estragos que dejó el tifón Haiyan. Ahora dice sentirse hundida en una tristeza absoluta y está esperando que llegue el mes de abril cuando vuelve a ver a su marido, una vez que se le haya terminado el contrato laboral. “La soledad y la depresión es impresionante. Mi familia está pendiente de mí y me llama todo el tiempo, pero no es suficiente, necesito contacto físico. A las seis de la tarde cuando comienza a anochecer saco a Choco a que de vueltas por ahí. Entonces me siento a mirar cómo ha quedado todo y a intentar recordar cómo era antes, pero se me ha ido olvidando…” Se pasa los días haciendo largas, larguísimas filas para cargar el celular o agregarle minutos, para comprar agua y enlatados, y para sacar efectivo del único cajero que está funcionando a su alrededor. Los precios de la gasolina y la comida se han triplicado. Las plantas eléctricas han comenzado a detenerse y Lina aún no sabe de dónde sacará más efectivo cuando se termine el que tiene. Ahora hay agua saliendo de los grifos, pero solo para bañarse y limpiar, pues no es potable. Limpió su casa y secó todas sus pertenencias, pero no sabrá qué se dañó, y qué no, hasta que vuelva la electricidad. @Virginia_Mayer  
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