Después del terremoto y del tsunami que azotaron a Japón el 11 de marzo de 2011, la central nuclear de Fukushima amenazaba con provocar una catástrofe. Los habitantes de los alrededores de la planta huyeron ante el peligro latente, y hordas japonesas invadían el aeropuerto de Tokio tratando de viajar a otros países.
La isla seguía sacudiéndose. Las réplicas, superiores a los 7 grados en la escala de Richter, agrietaban edificios y suelos. En la central nuclear se estaba gestando un accidente similar al ocurrido en Chernobil, Ucrania, en 1986.
Para evitarlo, 180 hombres jubilados o trabajadores próximos a jubilarse atendieron la emergencia sabiendo que corrían el riesgo de contraer cáncer a mediano plazo y de alterar su ADN. Alrededor de la planta nuclear todo era desolación. En 40 kilómetros a la redonda los únicos habitantes eran los ‘Héroes de Fukushima’, llamados así porque arriesgaron sus vidas para evitar un desastre nuclear.
Casi cinco meses después, los héroes recibieron el Premio Príncipe de Asturias a la Concordia por su labor. El jurado resaltó el altruismo de los hombres diciendo: “el comportamiento de estas personas ha encarnado también los valores más arraigados en la sociedad japonesa como son el sentido del deber, el sacrificio personal y familiar en aras del bien común, la dignidad ante la adversidad, la humildad, la generosidad y la valentía".