La idea que tenía sobre el stand-up comedy era la de un hombre, de por sí patético y con sobredosis energética, con un micrófono en la mano haciendo grandes esfuerzos por hacer reír a un público deprimido. No le he dado muchas oportunidades, pues me hace sentir vergüenza ajena, y con estas ideas llegué al Hard Rock Café de Bogotá a ver un show de Ricardo Quevedo. Me habían advertido que su rutina no se parece a ninguna, y el comediante Mauricio Quintero me dijo que en la actualidad, bien puede ser el mejor humorista que hay en Colombia.
Quevedo llegó al escenario sin música de fondo, micrófono en mano, jeans y un saco de lana, nada especial. Nos observó durante algunos segundos que se sintieron como minutos, muy serio, con esas cejas gruesas que lo caracterizan. Cara de bravo. Comenzó a hablar y me sentí incómoda. Lo sentí tímido, incómodo también, casi inseguro, y no se esforzaba por disimularlo. No me reí de nada de lo que dijo hasta que se burló de la gente que llega a ver una rutina haciendo mala cara y un gran esfuerzo por no reírse. Podía estar hablando de mí, entonces me relajé, lo dejé hacer su trabajo e hice a un lado mis prejuicios. Enhorabuena, Ricardo Quevedo es muy bueno en lo que hace, y es, de hecho, muy diferente a la gran mayoría de comediantes.
En la vida real es tan tímido e introvertido como se presenta en escena al principio de su rutina, y es una estrategia –impecable- para que el público sienta lo que él está sintiendo y así se sepa cuáles son las reglas del juego con él, que es serio y hasta amargado, asegura.
–Me dejo joder muy fácil con las cosas que pasan a mi alrededor. Me estreso fácilmente con cualquier cosa. Comiéndome una melcocha, por ejemplo, porque no me la puedo comer bien y tengo ahí en la muela el pedazo de melcocha que no me puedo sacar. Eso me molesta mucho, me saca de mi rutina diaria y me pone de mal genio.
En un par de ocasiones se detiene, con la mente aparentemente en blanco, y le pide al público que le recuerden de qué estaba hablando, y yo me pregunto, ¿está hablando en serio?
–Las cosas se me olvidan muy fácil. El show sí está armado, y a veces es parte del show. Pero la mayoría de las veces sí me pasa de verdad porque me distraigo. Me pongo a pensar en lo que estoy diciendo y termino yéndome por un lado que no esperaba. Eso nos pasa mucho, a todo el mundo.
No se sienta a memorizar palabra por palabra, al contrario, comienza a grabarse su discurso después de repetirlo muchas veces. Y cada vez es distinto, porque cada vez se encuentra algo diferente o se le ocurre algo nuevo y sobre la marcha lo va haciendo. A pesar de que a la hora de hacer su rutina tiene una buena memoria, para las cosas de su vida diaria es terrible, se olvida de todo. Olvida fechas importantes, cumpleaños, pagos, la fecha de nacimiento de su hijo. Su mujer ya no espera que se acuerde de festejar su aniversario.
Tímido, introvertido, inseguro e incómodo: las reglas del juego en el escenario
–¿Cómo es tu proceso creativo?
–Es un trabajo de observación, todo el tiempo. Uno siempre tiene que estar pendiente porque cualquier cosa le puede servir para hacer comedia. Un buen comediante es el que te hace reír de algo que normalmente no da risa. Es lo que yo creo que debe ser un buen comediante. Digamos, un árbol. Me pongo a pensar por qué puede resultar chistoso un árbol, y de ahí salen los perros y los borrachos, y de ahí uno pasa a otra cosa. A veces me pongo en el lugar de los personajes, me funciona mucho. Como, si yo fuera un perro, ¿qué costumbre me gustaría tener? Ellos se lamen las bolas, por ejemplo, que es algo que uno no puede hacer.
–¿Quisieras lamerte las bolas?
–¡No, no, no! –dice riendo casi desternillado– ¡Son ejemplos! Ahora, por ejemplo, estoy haciendo un trabajo con borrachos. Y aunque suene como una excusa, he ido a muchos bares de diferentes estratos, con gente distinta. Grupos de viejas, grupos de manes, grupos mixtos, con homosexuales. Llenándome de todo eso y viendo cómo se comporta cada quien cuando está borracho o prendido. Incluso cuando no han tomado pero quieren hacerlo para comportarse de cierta manera. Es un trabajo de observación bien importante. Ando con una libretica todo el tiempo y tomo notas. Yo cojo el tema, y cuando ya lo tengo desarrollado en mi cabeza lo empiezo a escribir. Entonces empiezo a buscar alejarme de los lugares comunes. Si voy a hablar de un árbol no quiero hacerlo como todo el mundo lo ha hecho. A mi manera, lo adapto a mi personaje.
Quevedo asegura que fue el primero, hace ya mucho tiempo, que comenzó a usar más de un punchline, que es el remate de una rutina, la parte en que se concluye y la gente se tiene que reír. Dice que varios comediantes, hasta los más viejos, se han copiado de él, y a pesar de que le causa orgullo en algunos casos, en realidad le produce mucha, mucha rabia, y se saca la espinita cuando es el público quien lo reconoce en las rutinas de otros. Tiene, además, otra particularidad, y es que no se burla de su gente, no hace chistes a costa de su público. No hace chistes sobre cosas que la gente no pueda solucionar, tampoco chistes de contenido racista u homofóbico, y se niega a usar la palabra “marica”, o “gay”, como un insulto.
–¿Se necesita haber sido matoneado para tener esa conciencia?
A quienes nos la montaron mucho, es más fácil para nosotros entender. Pero no creo que haya necesidad. Es simplemente por sentido común, hay que respetar.
–¿Cuando te presentas en Miami, que es una audiencia muy agringada en términos de lo que es políticamente incorrecto, no te tienes que cuidar más?
Me cuido mucho de no burlarme de nada y de contextualizar. Me burlo de situaciones que han sido duras pero ya hemos superado o vamos superado, como el latino en EE.UU. La gente se siente muy identificada con eso.
–Mauricio Quintero dice que muchos comediantes se burlan del mundo porque el mundo les queda grande, ¿es tu caso?
–Sí. Puede ser mi caso tal vez. El mundo me queda muy grande porque me complico mucho con las cosas que para la gente son normales, lo que alguien diría que es una pendejada, y yo me jodo.
–¿Cómo podrías reinventarte sin acabar con el personaje que has creado?
–Es lo que estoy pensando, todavía no sé, no lo tengo muy claro. Un comediante no es solamente un show y las rutinas de su show. Un comediante puede hacer de todo, escribir, vídeos, películas, personajes, de todo.
–¿Al comediante no se le acaban los chistes?
–Soy partidario de que no, pero soy partidario de dejar descansar la cabeza a veces. Pero los temas no se acaban, un buen comediante puede hacer reír con cualquier cosa, incluso con alguien que no sea gracioso.
–¿El público no se cansa?
–Se agota, claro que sí. Si uno figura demasiado y tiene afán de protagonismo y diciendo que sí a todo, claro que se cansa. No quiero llegar a ese punto, he tratado de ser muy prudente en ese sentido. Si veo que he ido mucho a una ciudad, dejo de ir.
No es extraño que Quevedo se detenga, en blanco, y le pregunte a su audiencia de qué estaba hablando
Al principio de su carrera le fue muy mal. “Yo era muy malo, muy, muy malo, terriblemente malo”. Era cuentero, narrador oral, y en esa época el humor era visto como un demonio. Quevedo trató de acoplarse a los cuenteros sin hacer humor, pero sentía que así se estaba traicionando a sí mismo. Su primera función fue cuando tenía 16 años, en la Universidad Pedagógica de la capital. Se le olvidó el texto y se puso a sudar. Se le salió una lágrima y paró a la mitad sin concluir, pero el cuerpo no le permitió moverse y se quedó ahí parado, mudo y paralizado, mientras aplaudían dos o tres personas. Lejos de desanimarlo, este episodio lo fortaleció por el hecho de haber sido el centro de atención cuando siempre había sido tan introvertido. Entonces supo que debía aprovecharlo. Los primeros cinco años que trabajó en la calle fueron muy duros. Las drogas, el hecho de no tener un norte, no estar centrado y aún no saber lo que quería. Estaba deprimido porque no quería estudiar. Se salió de publicidad después del segundo semestre y de comunicación social luego del octavo. Quería ser comediante pero no sabía cómo hacerlo, nadie le enseñó nada y como trabajaba en la calle no le permitían participar de los talleres de cuentería porque decía groserías y hablaba de temas que allí no veían correctas para la cuentería. A pesar de que le cerraron muchas puertas, eventualmente debieron abrirlas cuando el público comenzó a clamar por él.
A pesar de que en escena se muestra tímido, inseguro y retraído, lo que hace que en primera instancia sus fans lo vean tierno, cuando comienzan a seguirlo en Twitter (@cejaspobladas) se dan cuenta de que es todo lo contrario. Siempre molesta a las mujeres y manda “agarradas de nalga”, y supone que la reacción de las fans es: “Este man es tierno, pero también es como aberradito”. Así es que, basada en sus tweets y las preguntas que él mismo les hace a sus seguidores, le devolví algunas de sus propias preguntas:
–¿Eres aberrado?
–Me gusta disfrutar el sexo y me encanta coquetear.
–¿Pero, teniendo mujer, ese coqueteo no es peligroso, castrante?
–Sí. Coquetear es muy rico, es delicioso. En ese momento uno no se pone a pensar cuándo tiene que parar, pero paro cuando llega el momento de parar. Soy adicto al coqueteo.
Sus cejas pobladas que le dan un aspecto enojado y hasta sospechoso, siempre son parte de su rutina
–¿Qué es lo más vergonzoso que has hecho por falta de dinero?
–Fui masajista, masaje normalito. Pero en varias oportunidades muchas clientas me propusieron pasar ese límite y no lo hice. Yo era muy pelado, pero sentía que eso no era correcto.
–¿Dónde aprendiste a hacer masajes?
–Ellos me enseñaron.
–¿De qué estrato eres?
–Yo soy como arribista, más bien. Siempre he sido ese man que no pertenece a esa clase pero que le gustaría –responde atacado de la risa.
–¿Eres un pendejo pervertido?
–Sí. Sí. Soy medio apendejado y ahuevado, pero no soy bobo. A veces salgo con estupideces que me parecen divertidísimas. Sí soy medio pervertido, me encanta el sexo y todo lo que tenga que ver con sexo. Es algo que uno tiene que hablar sin tapujos, ¡delicioso!
–¿Qué te hace reír?
–Me hacen reír unas estupideces, unas bobadas… Me hace reír mucho la gente como es de absurda, la doble moral me hace reír mucho. La gente que se persigna y la caga sin darse cuenta. Después me deprime, pero al principio me parece divertido. Soy muy pesimista, que me sirve mucho para pararme en el escenario. Siempre pienso en lo peor que puede pasar.
–¿Eres una zorra aguardientera?
–Sí, lo soy. Soy un tipo muy fácil y con aguardiente peor. Soy zorra aguardientera y guisa.
–¿Cuál es la mejor mentira que has contado?
–La mejor y la peor. Cuando estaba en el colegio, me robé la plata de la ruta y entonces me tocaba irme a pie porque no me dejaban subir al bus. Estudiaba en el Jordán de Sajonia, en Bogotá, sobre la primera. Y me tocaba subir caminando desde la 11, donde me dejaba la buseta, hasta la primera. Lo hice durante dos meses y me cansé.
–¿Te tientan las fans?
–Hay mucha tentación. Trato de evitar esas cosas, sobre todo cuando estoy viajando a otras ciudades y estoy enrumbado. Por lo general les digo que tengo mujer, lo que las excita un poco más. Digo que tengo un bebé y una familia y eso les vale huevo a muchas. Entonces les digo que no me quiero acostar o tener nada con ellas. De pronto me ven con rabia y con odio. A una mujer le duele mucho que uno le diga que no, los hombres ya nos acostumbramos.
–¿Cómo perdiste tu virginidad?
–Tenía 14 años, con mi novia del colegio. Ella también la perdió conmigo. Fue un polvo terrible porque ninguno de los dos sabíamos nada. Fue muy rapidito y muy mediocre pero la pasamos rico porque nos queríamos.
Ricardo Quevedo es un tipo sencillo, con los pies en la tierra. No conoce la diferencia entre el ego y la autoestima, pero no le hace falta, pues está lejos, muy lejos de ser un ególatra. Sabe para qué es bueno y constantemente se está preparando para darle a su público lo que se espera de él. No descarta una carrera en el cine de comedia, como lo hacen muchos de los mejores comediantes en EE.UU. a quienes tanto admira. Y a mí me cambió la forma de pensar, me abrió los ojos, y quizá solo fue necesario haberme contado que cuando tenía ocho y nueve años le tocó estudiar en un curso con otras 20 niñas, siendo él el único niño. A esta misma experiencia se refiere en su rutina, y cuando lo hace la gente se preguntará si habla en serio. Y sí, a pesar de que se burlaban mucho de él, también tenía un ejército de niñas que lo defendían cuando era necesario. Pocos como él.
@Virginia_Mayer
"Soy una zorra aguardientera y una guisa": Ricardo Quevedo
Dom, 15/09/2013 - 15:01
La idea que tenía sobre el stand-up comedy era la de un hombre, de por sí patético y con sobredosis energética, con un micrófono en la mano haciendo grandes esfuerzos por hacer reír a u