Un punto rojo en una marea azul

Lun, 18/12/2017 - 14:32
A la derecha, a la izquierda, atrás, al frente: la inmensa marea azul se extendía por todos lados. Desde temprano, el domingo 17 de diciembre, miles de hinchas de Millonarios se habían reunido en e
A la derecha, a la izquierda, atrás, al frente: la inmensa marea azul se extendía por todos lados. Desde temprano, el domingo 17 de diciembre, miles de hinchas de Millonarios se habían reunido en el Parque Simón Bolívar para ver a su equipo campeón. Y entre ellos se “infiltró”, en el pleno sentido de la palabra, un fiel seguidor del Independiente Santa Fe. El fútbol se debería vivir en paz. Es sólo fútbol, al final de cuentas. Pero eso pasa en teoría. En la práctica, a veces las cosas son diferentes. Por llevar la camiseta de un equipo han matado gente. Vestirse con otro color, verde o rojo, y estar en una concentración azul, desafortunadamente es una insensatez, un riesgo. Para que no agredan a nadie todos tenían que verse iguales. [single-related post_id="796509"] Un hincha de Santa Fe, entonces, entre hinchas de Millonarios tenía que verse azul. Parecer azul. Sentirse azul. Ese era el primer punto: el camuflaje. Un amigo de él, fiel seguidor de los embajadores, le prestó una de las tantas camisetas que tenía. Advirtió antes de salir: “si no va de azul lo levantan”. Que lo levanten a uno por verse diferente no deja de ser preocupante. Así no debería ser. En fin. Desde la Carrera 30, antes de las 3 de la tarde, ya bajaba una romería grande de personas vestidas del mismo color. Todo era fiesta y alegría en el parque. Una mancha azul que gritaba, que  cantaba. Y eso que no había empezado el partido. Una densa nube gris se levantaba sobre las cabezas de la gente porque algunos, para pasar el rato o quizás para calmar un poco los nervios, se dedicaron tranquilamente a fumar un porro tras otro. Los demás bebían una lata de cerveza. El partido empezó con puntualidad. Los primeros diez minutos, los asistentes al parque coreaban a todo pulmón como si quisieran ser oídos por los once jugadores que corrían por la grama del Campín. Y en el minuto 16 Matías de los Santos se lanzó con furia contra Jhon Fredy Pajoy. El árbitro pitó penalti. El Simón Bolívar estalló en un chiflido unánime. Y cuando ‘El rojo’ hizo gol hubo unos largos segundos de silencio. Nadie celebró, por supuesto, y para un hincha de Santa Fe que estaba ahí, en silencio como los demás, fue aún más difícil. Un gol es para gritarse. [single-related post_id="735393"] Santa Fe se iba al descanso ganando el partido. Nadie quería pensar en la lotería de lo penales. Los quince minutos del entretiempo se fueron rápido, en medio de las conjeturas que todos los hinchas hacían para ver cómo ganar el partido. Que meter a este y sacar a este otro. Que poner a aquel a correr por las bandas. Que cambiar la formación de 4-4-3 a 4-3-2-1. Y ese pobre hincha de Santa Fe, tan solo en su agonía, solo como el hombre más solo del mundo, pensando lo mismo: que había que sacar a Pajoy. Que por qué no ha entrado ‘Omitar’. Que esa formación de 4-3-3 estaba muy mala. Empezó el segundo tiempo. Los cantos sonaban muy duro porque tenían que llegar hasta el estadio. Y en el minuto 55 el desafortunado hincha solitario que no celebró el gol de su equipo tuvo que, por disimular, como parte de su actuación, festejar el gol del equipo contrario. Trató de no mostrar su angustia y aceptó con calma el abrazo de un hincha desconocido, azul por supuesto, que eufórico le dijo ¡Somos campeones hijueputa! Eran campeones. Pero no todo estaba perdido. Con Santa Fe se debe sufrir hasta el final porque si no no tiene gracia. Para eso sirve seguir a Santa Fe: para aprender a fracasar sin rendirse nunca. Los azules cantaban y brincaban. Y en medio del jolgorio, como un cohete, Wilson Morelo llegó por la banda derecha, se bailó a un defensa, y remató al arco sur con una precisión de relojero. Gol de Santa Fe. ¡Gol de Santa Fe! Otros segundos de silencio. Al hincha cardenal infiltrado se le iba a salir el corazón. Quería gritar que su equipo era el más grande del universo pero no: tuvo que ahogar su emoción en un suspiro largo. Y a seguir rezando: otra de las cosas que el hincha santafereño hace muy bien. Cuatro minutos ¡Cuatro minutos! No le bastó más a Millonarios para emparejar el partido. Golazo de Henri Rojas. Y el parque estalló con tal fuerza que todo Bogotá sintió el cimbronazo. Final sentenciada. Aunque ‘el León’ lo intentó no fue suficiente. Millonarios campeón. El hincha cardenal estaba en medio de una fiesta que no era suya. Un par de lágrimas le cayeron por las mejillas pero no eran de felicidad como la de los seguidores del victorioso Millonarios sino de tristeza. Pero así es el fútbol. Y era una tristeza de la que no podía hablar abiertamente. O a lo mejor sí podía pero, por dignidad y orgullo, se tragó todo lo que sentía. Sufrir en silencio duele más. [single-related post_id="799025"] Lo lógico habría sido que, por la derrota de su equipo se hubiera marchado del parque sin decir ni hacer nada más. Sin embargo la alegría resultaba tan contagiosa que él se quedó ahí, aparentando felicidad, brincando y cantando también, no por Millonarios sino por él mismo, por el hincha rojo, que sintió de pronto que estaba más vivo que nunca. No festejó a un equipo concreto, el rojo y blanco de su alma, derrotado otra vez, sino el magnífico placer de festejar el fútbol sólo por ser fútbol. Y eso lo reconfortó. Había entendido que siempre será mejor vivir un triunfo así: en paz, con los otros, solo por sentirse parte de algo. Ese hincha era este periodista.
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