Carlos Salas

Arquitecto de la Universidad de los Andes. Estudio Arte en la Escuela Nacional Superior de Bellas Artes de París.

Carlos Salas Silva

Aquel que dice lo que queríamos oír

No es que el tiempo pase más rápido. Nuestra percepción de él ha cambiado de forma notoria. Hemos desarrollado nuevas maneras de recordar, lo que hace que, cuando llega la fecha de un aniversario o de un evento como la Navidad, lo veamos tan próximo al del año anterior que terminamos diciendo que el tiempo vuela. Los segundos, los minutos, las horas y los días transcurren en su ritmo habitual; pero ya no las semanas, los meses ni los años, porque nos remiten al pasado con tanta claridad que nos hacen creer que fue ayer lo que ocurrió hace un mes o un año.

Pienso en eso cuando siento que los nueve meses que faltan para el final del peor gobierno que haya padecido Colombia parecen eternos, pero los tres años y tres meses transcurridos fueron un soplo, a pesar de que los vivimos como interminables. Entramos ya en una etapa crucial: el prólogo de unas elecciones llenas de incertidumbre, acompañadas de la esperanza de un cambio radical.

La campaña de un personaje muy particular, que no despertaba mayor simpatía, se ha ido transformando en un fenómeno político solo comparable con el de Donald Trump y Javier Milei.

Razones de más tienen quienes se mantienen en un discreto segundo plano para prevenir cualquier ataque como el sufrido por Miguel Uribe, pero ahora tienen un nuevo motivo de preocupación: ha aparecido un personaje que nos dice, a millones, lo que queríamos oír. La distancia que ha tomado Abelardo de la Espriella será una prueba de fuerza mayor. La vara la ha puesto muy alta, y quienes logren alcanzarla verán que el mismo Abelardo la superará día tras día. Para muestra, un botón: cuando le preguntan sobre el éxito de Movistar, anuncia que llenará estadios en distintas ciudades.

El candidato ha revelado que él mismo está financiando su campaña y que utiliza estrategias de mercadeo para recaudar fondos, algo nunca visto en el pasado. Lo que sí ha recolectado son millones, no de pesos, sino de firmas. La adhesión del partido Salvación Nacional ha sido una muestra de confianza, teniendo a la cabeza a un político de la altura de Enrique Gómez, lo que garantizará listas a Cámara y Senado de gran nivel y honorabilidad.

Las mezquindades políticas reflejadas en el fuego amigo desde la derecha y el centro-derecha, así como los ataques de la izquierda radical y del centro, serán una prueba de fuego para la confiabilidad en este curioso personaje que se presenta como providencial en un momento crucial para América Latina. Si todo sigue como va, veremos el pronto final de décadas de dominio del muy siniestro Foro de São Paulo.

Ante esto, es necesario conocer lo más pronto posible un primer borrador de un plan de gobierno que dé el salto de los slogans y las frases construidas a la materialización de propuestas concretas que lo alejen de cualquier sospecha de demagogia.

Así como se inspiró en María Corina para crear un grupo de Defensores de la Patria que cuide las elecciones de cualquier fraude, también podría inspirarse en la misma líder venezolana para elaborar un plan de acción: los primeros diez días, las primeras diez semanas y los primeros diez meses.

Dar a conocer quiénes lo acompañarían en su gobierno sería un elemento importante para generar confianza. Es cierto que varios de los precandidatos serían excelentes ministros, pero si la espera es hasta marzo —sabiendo que no tienen la menor opción de ganar la consulta—, podría prescindirse de ellos a cambio de otras valiosas personalidades dispuestas a hacer lo que el mismo Abelardo hizo: decidir dedicarle cuatro años al servicio público. Eso garantizaría que el país entre en la vía del desarrollo y se marque el final de una izquierda destructora como la que estamos padeciendo.

Es urgente contar con un plan de gobierno que dé tranquilidad a quienes empiezan a ver con simpatía una candidatura que contrasta en todos sus aspectos con las que se vislumbran desde la izquierda. Una candidatura que la mayoría de los colombianos apoyaríamos hasta lograr un triunfo en primera vuelta, lo que evitaría un desgaste innecesario y sortearía el riesgo de una trampa electoral como la ejecutada en las pasadas elecciones durante la segunda vuelta.

Ojalá el Centro Democrático tome conciencia de ello y, en lugar de estar conversando con Ingrid y Gaviria, comprenda la magnitud de este fenómeno de la derecha y actúe en consecuencia, sin volver a embarrarla como en los últimos dieciséis años.

Que se cuide Abelardo: ya debe estar en la mira de muchos malandrines.

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Carlos Salas Silva
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