Antonio Correa

Senador de la República (2022-2026). Médico Cirujano. Trabajo por la Paz y las reformas del cambio.

Antonio Correa

Colombia necesita sustitución de cultivos

Las cifras entre 2018 y 2025 confirman el fracaso de la receta tradicional contra las drogas: una persecución inclemente al campesino cocalero. Si el éxito se midiera en hectáreas erradicadas, hace años habríamos resuelto el problema. La realidad es otra: aumentaron las toneladas de coca enviadas a los mercados internacionales y con ellas los niveles de consumo. En Colombia vivimos una falsa bonanza cocainera reflejada en la construcción inmobiliaria desbordada y en el fortalecimiento de narcos invisibles y lavadores de activos, especialmente en la región Caribe, con Barranquilla como ejemplo evidente.

El cambio llegó cuando el gobierno de Gustavo Petro pasó de criminalizar al campesino al que incluso se le quemaban las casas— a enfrentar a los verdaderos responsables: capos, lavadores, contrabandistas y narcos camuflados en los grandes círculos sociales y empresariales. Las cifras de 2025 lo ratifican: se han incautado 693 mil kilos de coca, 349 mil de marihuana y heroína, y más de 5 millones de litros y toneladas de insumos químicos, el registro más alto en nuestra historia.

La experiencia demuestra que arrancar matas no resuelve nada. Erradicar 100 hectáreas a la fuerza solo hace que en otro lugar broten 200 más. El campesino cultiva coca porque no tiene vías, crédito, mercados ni Estado. Y mientras eso no cambie, la mata seguirá creciendo.

Estados Unidos insiste en medirnos con la vara de la “certificación” y en financiar una carrera armamentística que solo ha traído más sangre. Lo que Colombia necesita no son fusiles ni helicópteros, sino una verdadera política de sustitución de cultivos ilícitos. No migajas, no programas pasajeros, sino inversión real en vías terciarias, crédito barato, asistencia técnica, acceso a mercados y compra garantizada de las cosechas de cacao, café, plátano o aguacate.

La verdadera deuda de los Estados Unidos no es con sus informes anuales, sino con las familias campesinas que han cargado una guerra que no les pertenece. Allá el consumo crece, y aquí seguimos atrapados en la espiral del narcotráfico.

Colombia hoy incauta más cocaína que nunca, pero la raíz del problema sigue intacta. Por eso, más que una guerra contra el campesino, necesitamos una alianza por la vida y la legalidad: una apuesta que reconozca que la paz solo será posible cuando el campesino pueda vivir dignamente de lo legal. Y en esa tarea, Estados Unidos tiene una deuda histórica: pasar de la retórica a la acción, de las presiones a la inversión, de las migajas a las verdaderas oportunidades.

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