Desde hace años, Gustavo Petro, actual presidente de Colombia, realiza toda clase de esfuerzos dialécticos para ser reconocido, dentro y fuera del país, como “la luz del mundo, no la pus”. Por ello día a día plantea temas que atraigan la atención por inesperados, polémicos y explosivos. Lo ilustra el siguiente discurso, imaginario y breve, que pronto pronunciará, mezclado con anécdotas históricas verdaderas, para vender la idea de que está llamado a ser la salvación del género humano, por lo cual busca ser tenido como un orador visionario y exigente.
Compatriotas:
El Destino ha querido que mi humilde persona jalone todo esfuerzo que beneficie a la grandeza humana y la impulse a cimas jamás alcanzadas. Es un propósito que poseo a fondo gracias a mi empeño en hacerlo realidad. Por ello, de tanto en tanto evoco las palabras que Chaplin dijera hacia el final de su vida: “Nunca perdí de vista mi objetivo último: ser actor”. Igual digo respecto de mi finalidad: ser la luz del mundo, no la pus.
También me impulsa estar en línea con Cassius Clay, quien, de 22 años, tras arrebatarle a Sonny Liston la corona mundial de los pesos pesados en 1964, en Miami, exclamó: “¡Soy el rey! ¡Soy el rey! ¡El rey del mundo, Dios Todopoderoso, estaba a mi lado! ¡Soy la conmoción del mundo! ¡No puede haber nadie más grande que yo!”. Palabras que hago mías porque me mueven al fin ya indicado: ser luz, no pus. Por ello no estoy de acuerdo con otro grande de la humanidad, nada menos que Newton, quien en 1670 le escribía a un amigo: “No veo nada deseable en el reconocimientos de los demás”.
También evoco con frecuencia al médico surafricano Christian Barnard, quien en 1967 hizo el primer trasplante de un corazón humano a otro humano. Es que mi ilusión de ser la luz del mundo me anima a trasplantar la idea en cada corazón. ¿Imposible? ¡En absoluto! Así como me es factible superar al propio Bolívar, a quien el prestigioso historiador norteamericano David Bushnell califica “el personaje histórico más importante que ha dado América latina”.
Es que cuando alguien será importante para la humanidad, se hace importante. Así lo leo en la historia de Napoleón, de quien, dos años antes de ser ascendido a general de brigada, el general Du Tell había vaticinado: “Bonaparte es un oficial cuyo genio hará que se hable de él”. ¿Es una estupidez esperar que el pueblo de todas las naciones hable de mí y de mi aspiración de ser la luz, no la pus?
Carlos V, el monarca más poderoso de su tiempo, rey de España y emperador del Sacro Imperio Romano Germánico, mostró suficiente sentido para esforzarse por ser español, italiano, borgoñón o alemán. Si para ser reconocido como la luz del mundo necesito ser cubano, ruso, yanqui, paisa, tibetano, etc., ¡pues lo seré! Incluso embajador de la República de los Cocos, rol de Cantinflas en la película que más le gustaba: “Su Excelencia”, en 1966.
INFLEXIÓN. Ya se ve por qué a Petro le está fallando el coco…