Pierden la cabeza los entrenadores, explicando éxitos o fracasos. Demagogos, parlanchines y conflictivos.
Alfredo Arias de Junior, corre desaforado de un lado a otro, grita, insulta, provoca, como un gamberro más, al borde de la cancha. No entiende que al aficionado Tiburón se le seduce con buen futbol, bellos goles, títulos y no con excesivo protagonismo.
Lo mismo Diego Merino, el español de Equidad, con pinta de actor porno. Salta descontrolado como una avispa y llora como un nene por un triunfo.
Con la mejor nómina, nervioso en extremo, a Javier Gandolfi, en Nacional, se le afloja la correa cada vez que recibe un gol o fallan sus jugadores. La ropa le incomoda, o le queda grande. Lo dicen sus gestos. Ocurre con cierta frecuencia.
A Herrera en el Once, lo delatan las cámaras de la Tv. Constantes son sus regaños e insultos a los futbolistas, sin tolerancia al error. ¿Y los suyos?
Alberto Gamero ya toma conciencia, por los resultados en el Cali, que se subió a un avión fallando, lo mismo Alexis García, en Unión, con el acoso del descenso.
Sufre Leonel en Bucaramanga porque después de cumplir brillante tarea en la Copa, sus Leopardos escondieron las garras y cayeron en los penales.
Celebra Dudamel en el Pereira. Sus jugadores son fieras hambrientas. Ojos desorbitados los de Jorge Bava de Santa fe, pero con cordura y buenos modales en la raya, con la misma efectividad de Sebastián Viveros en Fortaleza, con campañas que lo ensalzan…Y sin gran prensa.
Transmite positivas expectativas, con su juego simple y efectivo, sin dependencia de estrellas destructivas, Diego Raimondi en el América y genera confianza, sin consolidarse aún, Lucas González, del Tolima.
Alejandro Restrepo pierde la brújula de su Medellín, destinado a ser campeón, pero sin gasolina para concluir el recorrido, porque sus futbolistas no son profesionales.
Mal andan de la cabeza los entrenadores y sus clubes que se argumentan en la persecución de los árbitros. Realidad o cortinas de humo.
Uno de ellos, Carlos Ortega, en el ostracismo muchas veces, como otros de su rango, por sus sospechosos errores, es acusado por sus insultos a los futbolistas.
Mundo loco, este, el de los técnicos. Especialmente de los dictadores. Poder inestable y temporal, con tantos que se creen dueños y señores de sus clubes, los que dirigen, pero no son garantía obligada de los triunfos, por ególatras y caprichosos.