Hong Kong es sinónimo de riqueza, de flujo de dinero, de actividad bancaria. Hay pobres por supuesto, como en todas partes, pero el lujo y la opulencia son la impronta de la ciudad. Así como la eficacia de las transacciones financieras y comerciales. Era el lugar indicado para abrir cuenta en un banco de la región. En el décimo piso del Centro Internacional de Finanzas estaba el Banco Argentaria, una entidad estatal española que entonces manejaba los asuntos monetarios de mi empresa.
Acudí a visitar al gerente que me recibió en un despacho fácil de imaginar: grandes ventanales con vistas a otros rascacielos, muebles elegantes, asepsia, seguridad, armonía. El gerente, un hombre joven, uno de los pioneros de empresas españolas en Oriente, no tuvo reparos en contarme que los comienzos no habían sido fáciles.
Me dijo que al principio las cosas no marchaban nada bien y que un día, en vísperas de un viaje de dos semanas que tenía que realizar a Madrid, uno de los empleados chinos de la oficina le pidió con mucha reticencia hablar de un tema delicado. “El problema es que su despacho tiene el feng shui incorrecto”, le dijo el chino. El gerente, un español pragmático, agnóstico, formado en una importante escuela de negocios y poco dado intangibles filosóficos y ancestrales, no estaba para perder el tiempo con supercherías orientales.
Pero cedió. El empleado le explicó que el jefe debía estar mirando al oriente, con la espalda cubierta por la montaña y rodeado de agua y de plantas. Había que cambiar la distribución de su oficina y decorarla de otra forma. “Haced lo que queráis”, parece que les dijo con mucho enfado. Y aprovechando su ausencia, se hicieron unos cambios que costaron entonces 20.000 dólares. El hombre se preguntaba cómo iba a justificar aquel gasto en las oficinas centrales de Madrid. La cosa fue que a su regreso, con el despacho transformado de acuerdo con lo que dictaban las reglas de la geomancia, todo empezó a marchar sobre ruedas.
El antiguo arte chino de la geomancia —el ordenamiento del paisaje en armonía con la energía terrestre— es casi una religión en esta, una de la ciudades más modernas del mundo. El viajero recién aterrizado en Hong Kong, si es un poco observador, se dará cuenta de la cantidad de obreros y jardineros que puede encontrar por la calle transportando plantas en una carretilla de un lugar a otro. Las plantas no solo tienen el carácter ornamental que les conocemos en Occidente, forman parte del orden de la naturaleza que debe influir en la vidas de los chinos.
Y si hay un edificio que ilustra la obsesión de una ciudad por respetar estas normas ancestrales es la sede del Hong Kong and Shanghai Banking Corporation, HSBC, una compañía creada en la segunda mitad del siglo XIX para financiar el comercio entre Inglaterra, India y China. La nueva sede de la compañía acababa de ser inaugurada cuando llegué. El edificio fue proyectado por el famoso arquitecto inglés Norman Foster, su construcción duró seis años y el diseño y su ejecución debió respetar todas las indicaciones de los maestros de geomancia que dictaron las reglas de construcción.
Era una obra de ingeniería de avanzada y una estructura innovadora y vanguardista pero apegada a los más estrictos preceptos de un arte milenario. Con vistas impresionantes del puerto hacia el norte y la Cumbre Victoria hacia el sur, un prisma rectangular de cuarenta y siete plantas. Casi medio centenar de pisos que no están superpuestos, sino suspendidos de ocho torres de acero, para crear terrazas ajardinadas y espacios abiertos. Las escaleras mecánicas que dan acceso al vestíbulo principal, parten desde la plaza que hay bajo esta mole de acero y cristal.
Dos leones de bronce llamados Stephen y Stitt mantienen una leal vigilia a la entrada del edificio. Fueron esculpidos en los años 20 del siglo pasado, y son el símbolo de protección y prosperidad de Hong Kong. Generaciones enteras han pasado junto a ellos para frotar sus patas pidiendo buena suerte, y la tradición se mantiene. Muchos padres llevan a sus niños en cuanto pueden para que acaricien el hocico de las bestias metálicas, ritual con el que esperan atraer bienaventuranza para sus vidas.
Una vez finalizada la obra de Foster, el experto en feng shui recomendó realizar el traslado de las dos esculturas desde la vieja sede, un domingo a las cuatro de la madrugada. Stephen y Stitt fueron trasladados a su nuevo emplazamiento con dos grúas movidas de manera simultánea, para no herir susceptibilidades. Tal es el respeto a las reglas de la geomancia en la ciudad.
Me contaron de un local que estuvo desocupado más de un año en el centro de la ciudad porque una columna situada a la entrada “le daba mal feng shui”. Esto en la ciudad con el mercado inmobiliario menos asequible del mundo. Un solo espacio de coche en un garaje puede valer medio millón de dólares. Nadie se atrevía a instalar su negocio en un lugar con tal inconveniente.
Y llegó la hora de abandonar Hong Kong y regresar a Manila. Después de aquellas historias, hice las maletas descreído y escéptico como debe ser el periodista, una profesión en la que si no pones en duda todo lo que te cuentan estás perdido. Pero antes de marcharme, pasé a sobar la pata Stephen. Uno nunca sabe…
Crónica del Imperio del Centro (6)
Mié, 13/02/2019 - 13:34
Hong Kong es sinónimo de riqueza, de flujo de dinero, de actividad bancaria. Hay pobres por supuesto, como en todas partes, pero el lujo y la opulencia son la impronta de la ciudad. Así como la efic