El museo imaginario de Elsa Zambrano propicia una multiplicidad de diálogos que nos llevan a entrelazar varios trayectos dados a partir de postales de imágenes icónicas de la historia del arte que se entretejen con historias de viaje, souvenirs y elementos decorativos elaborados entre la postal y los acontecimientos que surgen en un contexto específico, colmados de imaginación, erudición y humor. El museo de la artista revela su manera de coleccionar casi obsesivamente una serie de objetos que le permite armar un rompecabezas de asociaciones que operan de forma consciente y son elaborados minuciosamente con cruces conceptuales entre la historia del arte, el espacio, los juguetes, las postales y la lúdica.
En el texto de presentación de su catálogo, Zambrano explica el porqué de este tipo de museo y nos transfiere al Museo de la inocencia la extraordinaria novela de Orhan Pamuk que reafirma su gusto por las colecciones. En el caso de Pamuk, éstas nos conducen a campos de la memoria que permiten tomar de la mano los recuerdos del amor que se retienen a través del poder y la obsesión por los objetos, hasta el punto de inclinar esta práctica de adquisición en una devoción hacia las cosas, para volcarlos en fetiches. Los objetos fetichizados le sirven a Kemal, el protagonista de la novela, para evocar y retener la esencia de su joven amada, y a Pamuk para materializar y rescatar la memoria del Estambul de los años 70 y 80, creando su propio museo en Turquía. En el caso de Zambrano, El museo imaginario nace de la ficción, postales que no son más que reproducciones que hábilmente la artista coloca en sus cajas que en este caso que comportarían como salas de museo, allí construye un ambiente determinado con recursos verosímiles y crea historias subjetivas a partir de la imagen seleccionada. La artista realiza ejercicios con la realidad y la ficción en forma irónica. No se trata de recuperar la historia, sino de construir nuevos pasajes con ella.
Un lector desprevenido no se daría cuenta de las fábulas que Zambrano realiza, pues las concibe por los caminos de la lógica logrando auténticos simulacros. Es muy consciente de la manipulación y de la creación de su propio museo en el cual opera su propia utopía. En su invención se articula un guión museográfico flexible, se mezclan diferentes momentos históricos desde el arte egipcio, el botiquín de la obra de Damien Hirst, hasta las postales intervenidas de Bogotá que realizó Gustavo Zalamea. Es un contenedor que no posee límites, un museo ficción en que se plantea un conjunto de acontecimientos que están en su imaginación pero inseparables de la realidad.
Es tanto el sarcasmo de la artista que sus delicados dibujos, esa enciclopedia infinita de obras icónicas seleccionadas, se troca y subvierte los significados con imágenes de Disney, lo que modifica el homenaje hacia una caricatura del presente.
De ahí, que las obras interpelan al espectador a través de las relaciones que se gestan en sus contenedores que acogen memorias culturales, informaciones codificadas, almacenadas en cajas que narran ficciones o brindan datos adicionales. Memorias que han sido construidas a partir de los hábitos de turistas y visitantes que coleccionan postales y souvenirs de arte, imágenes asociadas con representaciones que se encuentran en un imaginario colectivo. El museo imaginario encarna la tesis de Walter Benjamín en torno a la reproducción de obras de arte: una imagen que se reproduce mecánica o digitalmente, puede llegarle a un gran número de espectadores, pero también puede ser una dictadura de quienes seleccionan las imágenes con el objetivo que todos recordemos y observemos lo mismo. Benjamín señala que una reproducción atrofia el “aura” de una obra, y cuestiona la condición de ésta, después de cientos de copias de las copias, como ocurre en el caso de las postales. Tal vez uno de los cuestionamientos de estos postulados, es sí en este momento lo que se ha atrofiado es la manera de observar del espectador dejando atrás la experiencia estética.
Las postales reproducen el objeto o la pintura desde un ángulo, desde una mirada y por supuesto en las tiendas de los museos están las favoritas, las populares y las que más se venden que son comparables a las láminas que se pegan en un álbum. Así, el turista lleva en sí un distintivo del consumo artístico, económico y psicológico. Por consiguiente, en su mente debe adquirir ese algo que sirve de recordación de un momento en el museo. Estas figuras y postales disminuyen la escala de las obras lo que puede ser tomado en este museo como una disminución de la percepción del público con las obras seleccionadas o un juego de familias de objetos.
Hoy encontramos a la Mona Lisa en un lugar privilegiado en El museo imaginario, empotrada como una santa que propicia milagros, hay que verla, tocarla, fotografiarla, filmarla. La Mona Lisa le ganó al Triunfo de la muerte, ya que ella difunde el triunfo de la imagen por los siglos de los siglos. Los personajes en el museo adquieren roles diferentes, en este caso particular actúan como público los que miran la obra, allí se mezclan los súper héroes, las estrellas de pop como Michael Jackson y Marilyn Monroe, que toman ventaja sin importar el costo, el propósito es estar ahí, ver la Mona Lisa, testimoniar que estuvieron cerca, así sea haya visto por unos segundos.
El museo de Elsa Zambrano es museo ficción, museo de la imaginación, museo de la inocencia en el que podemos tomar caminos opuestos, o asumir una bulimia en la que podemos absorber todas las imágenes o pretender una iconoclastia en tiempos del ruido.
¿Cuáles el museo imaginario de Elsa Zambrano?
Vie, 06/09/2013 - 11:28
El museo imaginario de Elsa Zambrano propicia una multiplicidad de diálogos que nos llevan a entrelazar varios trayectos dados a partir de postales de imágenes icónicas de la historia del