El conflicto armado colombiano es uno de los más antiguos del mundo; el único vigente en el hemisferio occidental y en América Latina. Es por eso que en estos tiempos en donde en otras latitudes del mundo la radicalización y el extremismo hacen de las suyas, es reconfortante saber que existe un rincón en el planeta donde los actores involucrados han decidido sentarse a dialogar en son de paz primando el ánimo de reconciliación y entendimiento sobre toda las discordias.
Para la mayoría de las personas el pasado martes 27 de junio fue un día común y corriente sin mayor relevancia en sus vidas. Pues ese día se escribió una nueva página, ya que después de más de 50 años, uno de los movimientos que más ha marcado la historia reciente de nuestro país ha depuesto su creencia en el uso de la violencia armada como forma de solventar el conflicto. Muchos han defendido este proceso, otros lo han criticado sobremanera, hay otra mayoría indiferente, aquellos a quienes ni les va ni les viene los acontecimientos recientes.
El camino no ha sido fácil, pero vale la pena lo recorrido. Es importante saber que esto es solo un pequeño escalón de lo que viene para el futuro; es inaudito para alguien que tenga dos dedos de frente no darse cuenta que la situación ha mejorado y debe mejorar aún más.
Es posible que los que vivimos durante esta generación no conozcamos lo que significa realmente estar en un país en paz, pero si es muy cierto que este granito de arena es muy significativo para aquellos que vendrán. La mejora de situación en general redundará para bien en muchos otros aspectos.
Hay otros problemas muy sensibles que requieren manos a la obra, como la corrupción galopante, la desigualdad, las deficiencias en el sistema económico y social que demandan un cambio profundo. El camino es bastante largo y apenas comienza.
El problema de la droga sigue latente y una solución duradera no se vislumbra a la vista. Como lo demuestra el infortunado atentado que sucedió en Bogotá hace pocos días, hay unos pocos que siguen cometiendo actos de violencia para justificar causas sociales, ideales que hoy en día la mayoría ven como caducos.
“El éxito del proceso de paz es el éxito de la sociedad colombiana para preservar a las generaciones futuras del flagelo de la guerra”, como lo aseguró el jefe de la Misión de la ONU en Colombia, Jean Arnault.
El acuerdo de paz provee un sistema de justicia transicional que, la verdad sea dicha, aún tiene que mejorar para hacer un balance entre esas palabras muy conocidas pero difíciles de llevar a la práctica como amnistía, memoria, perdón y olvido.
A lo largo de este camino han sido muchas las posturas críticas y las voces en contra, argumentando la falta de claridad en lo planteado, la necesidad de revisar los puntos a debatir los documentos firmados, y la transparencia de las partes en dialogo etc… Si aquellas voces vieran solo los tropiezos por supuesto que los pesimistas triunfarían. Sin embargo hay que pensar en quienes sufrieron (sufrimos) de verdad el conflicto, aquellos que en primera persona escucharon el rugir de las balas y sonido ciego de las explosiones en los inermes pueblos; aquellos quienes sintieron zozobra en las zonas rurales, aquellos desplazados tanto en el interior como los exiliados en el exterior etc…
Los tiempos de guerras civiles inútiles deben terminar y la entrada en vigencia de una democracia auténtica y genuina debe prevalecer; de nada sirve que las cosas mejoren de puertas para fuera si cada uno de nosotros no cambiamos esa indiferencia e individualidad reinante, por una actitud más optimista y solidaria, en otras palabras una real voluntad de creer en el cambio e incorporarlo en un proyecto de vida, de traer el perdón y hacerlo propio aun con las personas que han sido capaces de hacer un daño enorme.
“Vencer y perdonar es perdonar dos veces”
Pedro Calderón de la Barca