De nada sirven las normas de tránsito relacionadas con los pasos peatonales (cebras o senderos), si no existe una pedagogía apropiada para hacerlas respetar y una señalización y distribución adecuadas, para facilitar su uso. En cualquier país organizado, la gente fácilmente puede constatar que al momento de pisar una de aquellas franjas paralelas (incluso con solo evidenciar la intención), los vehículos automáticamente detienen la marcha, como por arte de magia, y ceden el paso al transeúnte.
Las autoridades y los medios de comunicación se quejan de la conducta inapropiada de muchos peatones (y con razón), al punto que el Código Nacional de Tránsito ya autoriza la imposición de sanciones y multas para los viandantes transgresores.
Con todo, creo que aparte de la conducta irresponsable que se le pueda endilgar al peatón, también es cierto que en Bogotá hay un déficit de cebras o senderos peatonales, con lo cual obligan al peatón a recorrer largas distancias hasta las intersecciones o los puentes, o en el peor de los casos a arrojarse sobre las vías para cruzar por lugares no autorizados.
Hemos optado por la decisión más costosa y aparatosa, llenar a Bogotá de puentes; y no por la más sencilla y económica, pintar señales horizontales sobre el asfalto y divulgar el uso de las mismas. Estoy convencido que en Bogotá no hay tantas cebras por kilómetro cuadrado como seguramente existen en otros países, tornando a la ciudad en un lugar poco amable y, más bien bastante agresivo o peligroso, especialmente con los adultos mayores.
De hecho, cuando los colombianos que viven en el exterior (usualmente en Europa o en Estados Unidos) retornan al país por cualquier razón, lo primero que advierten y reprochan, como si con ello calibraran el grado de desarrollo de su país de origen, es la falta de cumplimiento de las normas de tránsito, lo cual se les representa en su imaginario, como un síntoma del atraso mental en que nos encontramos. Y en verdad que ello es un indicador manifiesto del grado de persuasión de la ley y de la motivación a cumplirla, por parte del ciudadano.
Pero no es realmente la vergüenza lo que debe motivar el cambio, sino la necesidad de salvar vidas humanas. Si reparamos en las viejas estrellas que se colocaban en las calzadas, indicando el lugar exacto de la muerte de un peatón, reemplazadas ahora con unos croquis o siluetas humanas como las que se diseñan en la escena de un crimen, podemos observar que las mismas normalmente están ubicadas en lugares donde no hay pasos peatonales. Y todo ello, porque no existe la cultura de la cebra. No de la cebra del semáforo (que incluso no debería ser una cebra, sino un paso peatonal delimitado, para no generar confusión); sino de la cebra en intersecciones sin semáforo y en diferentes puntos estratégicos de las calzadas.
@amvela
amvela@hotmail.com
C.c. Ministerio de Transporte
Alcaldía de Bogotá
Procurador General
El riesgo de ser peatón en Colombia
Lun, 06/04/2015 - 12:43
De nada sirven las normas de tránsito relacionadas con los pasos peatonales (cebras o senderos), si no existe una pedagogía apropiada para hacerlas respetar y una señalización y distribución adec