Unos amigos que llegaron de Barranquilla para asistir al famoso desfile del “Bando” de las tradicionales fiestas de Noviembre de Cartagena, regresaron a la casa felices, mojados, revolcados y embadurnados de blanco y azul, pero dichosos, hablando hasta por las orejas y ponderando la alegría y el regocijo del pueblo en las fiestas: “erda loco que vaina efectiva”.
Una señora que fue a llevar, por primera vez a su hijo a ver el mismo “Bando”, regreso echando pestes, maldiciendo y prometiendo que no volvería jamás a esa locura. A su niño le cayó una espuma babosa y pegajosa en un ojo y desde ese momento no dejó de quejarse y llorar porque: “me arde, me arde”.
Esas son las actuales fiestas de Noviembre, que ahora se llaman de la Independencia, seguramente porque a algún funcionario se le ocurrió que, cambiándole el nombre, a lo mejor pasaba a la historia de Cartagena. Algo así como si a la Revolución de Octubre de Rusia, de la noche a la mañana le cambiaran el nombre por “Revolución de los Desesperados”.
Dicen que la gente cuenta del baile, dependiendo de cómo le haya ido. Igual pasa con el “Bando”: para quienes se emborrachan, ojala “de cachete”, tiran maizena, buscapiés, espuma, y no ven nada, el bando es lo máximo. Para los que sufren pisotones, los atracan, les tiran vainas raras en los ojos y tampoco ven nada, el bando es un engendro del demonio, el imperio de la chabacanería y el vandalismo: un desorden bien organizado.
Este año “El Bando” estuvo de espaldas al mar, algo que se está poniendo de moda en la ciudad y que algunos atribuyen a una extraña Talasofobia del Alcalde Vélez, quien odia el mar desde cuando vio la película de Spielberg: Tiburón. Las graderías para ver el desfile de la reinas se instalaron de forma que los asistentes quedaron con las espaldas hacia el mar y las reinas desfilaron por el túnel que quedó entre las murallas y las gradas. Nadie pudo entender tanta superchería, cuando todos sabemos que lo que se trataba era de esconder el desastre en que está convertido el carril de la Avenida Santander, que bordea el mar.
Tiene razón la Dra. Luisa Romero Mendoza cuando afirma que quienes no creyeron la historia de Gabo, del sátrapa centroamericano que vendió el mar, están a punto de convencerse. Hace unos días, este mismo Alcalde Talasofóbico, le entrego medio kilómetro de playa a unos contratistas chambones, quienes, con una loma infame, tapiaron para siempre el idílico mar de Marbella, donde Noro Vanella y Farías Cabanillas, paseaban su soledad, buscando a las cartageneras morenas.
Mientras la dirigencia local se desgañita asegurando, por los medios esclavizados a la pauta oficial, que sus fiestas decadentes fueron las mejores de la historia, el aeropuerto y las terminales de transporte se desbordan de pasajeros que, despavoridos, huyen de la ciudad, buscando el consuelo la paz y la tranquilidad que nunca encontró en Barranquilla, el viejo Miguel, padre del Maestro Adolfo Pacheco.
@rododiazw