ELOGIO DEL ABURRIMIENTO

Vie, 07/02/2014 - 12:29
La sociedad del entretenimiento nos afirma que es muy malo aburrirnos y que es absolutamente necesario estar “entretenidos”.  Comuníquese y cúmplase.

Según el diccionario de la lengua,
La sociedad del entretenimiento nos afirma que es muy malo aburrirnos y que es absolutamente necesario estar “entretenidos”.  Comuníquese y cúmplase. Según el diccionario de la lengua, www.rae.es , la primera definición de “entretener” es “distraer a alguien impidiéndole hacer algo”. Muy acertada. Nada mejor que distraernos de la vida real para hacernos sentir “ocupados” no importa en qué ni para qué. En esta sociedad del entretenimiento sobran los cuestionamientos. Vivimos sin tiempo para aburrirnos porque hemos logrado copar cada segundo de nuestra existencia con todo lo imaginable, desde juegos, juergas y reuniones hasta aparatos para cada instante: el i pod infalible que nos llena de música el vacío, el celular que nos permite hablar y hablar hasta cansarnos, el televisor que nos atiborra de palabras y hechos ajenos, la tableta y el computador personal para observar a cada instante lo que le sucede a otros en el planeta. Como si no tuviésemos suficiente con este exceso de medios personales de entretenimiento, contamos con las redes sociales: el facebook para establecer la que consideramos nuestra mejor imagen personal y contar lo que hacemos y sobre todo a dónde vamos, qué comemos o adquirimos a los demás; el instagram para las fotografías así sean selfies de sí mismo; el youtube para reírnos y que otros se rían de nuestras ocurrencias y banalidades; el twitter para seguir a quienes consideramos personajes en este mundo entretenido y a la vez hacernos los interesantes posteando frases prestadas de cuando en vez. Además de páginas para comprar on line si se está algo aburrido, que es el estado prohibido y castigado en esta maravillosa y entretenida sociedad ¿verdad? Nuca como ahora vivimos más solos y rellenos hasta el hastío de cosas, comidas, imágenes, experiencias, palabras y basura comercial. Nos hemos atiborrado de todo esto por temor a aburrirnos con nuestra vida, logrando el efecto de anestesia temporal de todos los sentidos y capacidades humanas. Y así vamos, funcionalmente útiles a la sociedad del entretenimiento, navegando en la cajita feliz en que convertimos nuestra existencia y sin saber que ella es tan desechable como todo lo que contiene. Razón tiene Estanislao Zuleta cuando afirma que educar no es rellenar el cerebro de información sino sacar el exceso, vaciarlo de datos irrelevantes e información inútil. Limpiarnos la estulticia que nos alimenta sin darnos cuenta. Como nos divertimos tanto, como buscamos con ahínco entretenernos todos los días y como tenemos tanto miedo de no estar “ocupados en algo” pasamos de largo ante las señales que el mundo y nuestro propio ser nos ofrecen. Señales de alerta que no reconocemos porque nos invade el ruido visual y auditivo, esa información inútil que atesoramos, devoramos y desechamos sin beneficio posterior. A pesar de todos los esfuerzos y en contra de nuestra voluntad, llega el cansancio, el fastidio y el tedio, es decir, el maravilloso aburrimiento humano. Si en lugar de evitarlo lográramos adentrarnos en este vacío existencial para hacernos las preguntas que la entretenida sociedad no logró respondernos, hallaríamos un camino hacia la reflexión y el conocimiento del universo y sobre todo de nosotros mismos. Me niego a creer que nos conformemos con la imagen mediática y banal que forjamos de nosotros mismos; en el fondo de cada ser humano subsiste esa conciencia incorruptible que señala y juzga, que nos impide complacernos con el becerro de oro personal y cotidiano. Abracemos el aburrimiento como una pócima de lucidez que nos ofrece la vida, la maravillosa oportunidad de reflexionar, confrontarnos, rehacernos, reconciliarnos y reformarnos a nosotros mismos. Y de encontrar el arte. Porque el espíritu creativo precisa del aburrimiento para expandirse; es necesario que nuestro ser se aburra y aplaque, que se quede “sin nada por hacer” para hallar otras visiones y mundos en este mismo. Para salvarnos de la mediocridad en que lo hemos convertido. El aburrimiento nos obliga a vaciarnos, a deshacernos de la basura mediática, de los excesos vitales y de compañía, del consumismo, de las frases de cajón y los libros de autoayuda. Y otra vez, como en el primero de nuestros días, emprender el sendero siempre abierto del conocimiento interior, el arduo camino de la reflexión y la controversia, para salvar lo que aún queda de nosotros, eso que late y se resiste a convertirse en “ser entretenido”. Bienvenidas las horas del nada qué hacer. Para hacernos.                              
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