Era una santa

Jue, 16/05/2013 - 03:01

sandberg_fleet

«Era una santa», dicen de la gente muerta por el hecho de estar muerta. No importa si era chismosa, mentirosa, cizañera o tenía aliento de perro muerto: ahora ella está muerta, y eso la hace una santa. Además está en un mejor lugar, descansó y pasó a mejor vida. Pero, sobre todo, era una santa y nunca la olvidaremos.

Los muertos tienen de virtuoso lo que uno, como vivo, no tendrá nunca. Tal vez, en el fondo, la gente sí es compasiva: como un cadáver no puede defenderse de las malas lenguas, instantáneamente se convierte en santo. Qué buen tipo, ese comandante Chávez, cómo le hizo de bien a su pueblo con sus carismáticos discursos. Embalsamemos su cadáver para no olvidarlo nunca, y porque se nos hizo muy tarde para enterrarlo y ya está oliendo como raro.

Y mientras en Venezuela embalsaman el cuerpo del comandante, en el Vaticano es embalsamada la memoria de la antioqueña Laura de Jesús Montoya Upegui, convirtiéndola en la primera santa colombiana. ¿Y ahora quién nos aguanta? Además de Shakira, Pablo Escobar y Falcao, además de ser el país más feliz del mundo y el tercero más desigual, ahora tenemos una santa. Imagínense como estará sonriendo el presidente Santos en su piyama de payasos tricolor. El logro de su mandato, Santa Laura de Jesús, porque lo que es firmar la paz… difícil.

El milagro de Santa Laura de Jesús fue curar a un hombre enfermo de la noche a la mañana. Una fría noche de abril, el médico Carlos Eduardo Restrepo se encomendó a la virtuosa mujer creyendo que moriría en pocas horas. Y al día siguiente, pues nada, amaneció curado hasta del hongo que le carcomía los genitales desde que le dio por embadurnarse el miembro con baba de caracol, persiguiendo ese sueño que tenemos todos los hombres de ser los más virtuosos y los mejor dotados.

Con esto uno queda más que convencido. Esa Laura de Jesús sí que era una santa, curando a hombres buenos de sus aflicciones masculinas sin siquiera darse por enterada, y sin esperar nada a cambio. Ahora está siendo remunerada con un gordo cheque que dice «Santa» y que no tiene fecha de caducidad. Ni Mona Sofía, la prostituta más hermosa y virtuosa que jamás haya vivido (ver El Anatomista de Federico Andahazi), dio muestras de semejante altruismo. Santa Mona Sofía, me encomiendo a vos para que desaparezca esta verruga que me salió en el labio. Que desaparezca, o que se mueva para un lugar menos visible, amén.

Pensándolo bien, en Colombia debería haber más santos, porque lo que hay es milagros. Es un milagro que Dios no haya envuelto en llamas a la ciudad de Bogotá, cual Sodoma y Gomorra. Esta ciudad viciosa, con su propio barrio gay y múltiples lugares clandestinos donde abortar. Esta ciudad con tanto ladronzuelo sin trabajo ni educación asustando a las pobres estudiantes de los Andes que van en el carro de la mamá. Esta ciudad de bares, billares y whiskerías, corrompida por desviaciones culturales como Rock al Parque y el Festival de Teatro. Perdónalos Señor, porque no saben lo que hacen. Perdónalos, Santa Laura de Jesús. En vuestras manos encomendamos esta sucia ciudad y esta sucia verruga, que cada día crecen más, y se vuelven más negras y más grasientas.

Y sin embargo, Santa Laura de Jesús sí era una auténtica santa. Era casi tan comprometida como mi comandante Chávez, casi tan hermosa como Lady Di, casi tan virtuosa, tan arrugada y tan encogida como la madre Teresa de Calcuta. Y nunca, nunca mintió sobre su edad, nunca se rascó una axila en público, nunca pensó en monseñor en la ducha, nunca se tiró un pedo. Las santas, ¡por Dios!, las santas no hacen eso.

Y pronto, muy pronto, cuando muera nuestro venerable procurador Ordóñez, tendremos un santo colombiano para hacerle compañía en las límpidas nubes del paraíso. Imagínenlos no más, San Ordóñez y Santa Laura, trepados en el pedestal de su virtud, velando por los buenos, intercediendo por los rectos, practicando santa sodomía por el santo recto. Exactamente como la Iglesia le viene dando, desde el siglo XVI, a nuestra ingenua Colombia por el recto. Bendita miseria, bendita ignorancia, bendita apatía.

Nos encomendamos a vos, pues, bendita y profana Santa Mona Sofía. Que tus pezones de almendras y tus piernas separadas devengan nuestro pan de cada día.

  erikthorsandberg03 ¿Les gustó este texto? Tal vez le guste La casa de las bestias, disponible en la Librería Lerner y otras librerías de Colombia. Imágenes: Eric Thor Sandberg

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