Hay un recuerdo recurrente durante las últimas dos semanas. Soy yo corriendo en el edificio “A”, el de la Facultad de Humanidades de la Universidad Pedagógica Nacional, intentando bajar las estrechas escaleras antes de tragar más gas lacrimógeno del que ya tengo en mis ojos, nariz y garganta. El flashback comienza en medio de una clase de Francés. No específico la clase de Francés ––hay diferentes niveles y literaturas–– porque no es mío el juicio ante el proceder, en caso como estos, de los profesores ––quizá pudimos salir más rápido del aula. Hoy que soy uno de ellos, comprendo lo terrorífico de la situación. Un par de papas bomba tiradas por los ‘capuchos’ adentro de la universidad, como sucedía o debe suceder todavía, y no solo aquella clase de Francés, ese día, acabó con su grupo de estudiantes lloriqueando y babeando por el gas ––por suerte usted llora y babea, hay gente que se vomita ipso facto––, sino la universidad entera.
Este parece ser un cuadro recurrente para el estudiante de una universidad pública, pero en esta pequeña narración hay una anomalía causada, tal vez, por una falacia. Primero la anomalía: El Esmad atacando demasiado rápido. De hecho, fue tan rápido que los estudiantes aún estábamos en clase cuando el sonido sordo y agudo de las pipetas, y su olor agrio ya nos inundaba. Tuve suerte, ese día, porque una de esas pipetas en lugar de caer en mi rostro o en mi cuerpo, cayó en uno de mis zapatos, justo cuando escapaba de la universidad.
Quisiera poder leer la anterior situación como una respuesta ante un ataque, pero me es imposible. No hubo un ataque, un par de papas bomba lanzadas dentro de una de las pequeñas plazas de la universidad no es un ataque, al menos no hacia el Esmad o hacia la ciudadanía. ¿Qué es, entonces? Algo muy parecido a una provocación para los ‘capuchos’, y, sí, una intensión hiriente hacia los universitarios. Son ustedes, señores del Esmad, unos cochinos.
Sin embargo, ante dicha anomalía hay, como dije, una falacia. Y la falacia son los ‘capuchos’.
Años de papas bombas solo nos ha dejado más pobres, y no hablo solo en términos de infraestructura: con cada uno que tome una papa bomba en su mano hay un imaginario que se trunca, que no crecerá; hay un acto violento que causará más desfalcos monetarios, más heridas corporales, y lo peor, más miedo: Miedo por parte del ciudadano, miedo por parte del estudiante –– alguna vez una papa bomba fue lanzada a unos metros de mí, sostenía un café que terminó derramado en el suelo––, y miedo en manifestaciones, actos, fuera de la universidad, como lo son las marchas. Pensar en los señores ‘capuchos’ asistiendo a una marcha, es como una pequeña incisión por donde se filtrarán vándalos violentos, pobres mentales, desadaptados sociales. Me encantaría obviar esto, y decir que sí, que las “revueltas” despiertan algo más, quizá un desorden que llamaría la atención y eventualmente llevaría a plantear alguna solución. Pero sus semillas a través del tiempo no han sido actos de redención, sino de todo lo contrario, de rendijas de temor y pérdidas ––tanto humanas como materiales.
Para el lector no relacionado expresamente con una universidad pública esto puede remitirlo a las pobres imágenes de algún noticiero popular, y si es así resulta triste porque, como se leyó líneas atrás, de una universidad con la que aparentemente usted no tiene nada que ver, al final, puede acabar por afectarlo. Asimismo para el lector expresamente relacionado con una de estas magnificas instituciones ––porque la mayoría de sus estudiantes somos pilos, aplicados y muy creativos–– preocúpese: Es hora de violentar a la violencia.
Es hora de violentar a la violencia
Dom, 01/09/2013 - 00:58
Hay un recuerdo recurrente durante las últimas dos semanas. Soy yo corriendo en el edificio “A”, el de la Facultad de Humanidades de la Universidad Pedagógica Nacional, intentando bajar las estr