Había una vez un hombre infiel

Mié, 02/10/2019 - 14:40
Felipe se hallaba entre sábanas, contemplando cómo se desnudaba su compañera de trabajo. Le excitaba el instante en que ella se llevaba las manos a la espalda para desabrochar el Brasier: había en
Felipe se hallaba entre sábanas, contemplando cómo se desnudaba su compañera de trabajo. Le excitaba el instante en que ella se llevaba las manos a la espalda para desabrochar el Brasier: había en ese movimiento un exceso elocuente para él que el cuerpo no estaba debidamente articulado. Ella, por su parte, sentada en el borde de la cama, se mostró de perfil a Felipe antes de inclinarse sobre él buscándole los labios, en ese momento, en el apartamento vecino se oyeron unos pasos y enseguida empezó a sonar un disco cristiano. Felipe se preguntó si viviría allí un sacerdote que ponía la música para no escuchar los gemidos de él y de su amante, tan puntuales por lo general como la misa de doce de los domingos de su infancia. La promiscuidad es un sacerdocio, dijo en voz baja. ¿Qué dices? pregunto ella buscando las zonas sensibles de él. Nada corazón, voy a poner primera para arrancar el motor, ya que la química parecía no funcionar, y logró -para salir del paso- una erección que no dejo a ninguno de los dos satisfecho. Verónica, así se llamaba la mujer, disgustada, se refugió en el baño, y Felipe, con la mirada perdida en el techo, se preguntó qué diablos hacía él allí, a la una de la tarde, escuchando junto a una compañera de oficina un disco cuya música parecía provenir de otra dimensión. No es que se sintiera culpable, sino que era incapaz de comprender por qué hacía las cosas. Aunque llevaba años siendo infiel con una entrega religiosa, no había dado hasta el momento con ninguna respuesta fundamental para su vida. Aquel apartamento de Chapinero, que alquilaba dos o tres veces al mes, le parecía de súbito una especie de burbuja fuera del tiempo y del espacio, fuera de la realidad. Estaba en Bogotá, obvio, pero podía pertenecer también a Medellín. De hecho, los días que iba a Medellín arrendaba uno idéntico por los lados del Poblado para acostarse con otra compañera de aquella sede. A veces jugaba a no saber si se encontraba en un sitio o en otro, y al final tenía que buscar el tiquete aéreo en la chaqueta para asegurarse.
La música religiosa lo conectaba con zonas inaccesibles de sí mismo, aunque no sabía de qué manera dialogar con ellas.
Al mismo tiempo le ponía un poco afligido, como si tuviera la capacidad de descubrir en él alguna carencia existencial. Verónica salió del baño y se sentó de nuevo en el borde de la cama, de espaldas a él, con gesto de pesadumbre. Felipe contempló fascinado cómo se colocaba el brasier y se excitó brevemente. Ella percibió algo y volteó su cara. Te quiero mucho corazón, dijo él, contemplando con alguna avaricia sus pechos atrapados ya en los encajes del brasier, pero eso no me ayuda a comprender el porqué de las cosas. Hace años estaba convencido de que la observación atenta de las nalgas de mis amantes acabaría por revelarme el secreto de la astronomía y de ese modo sería capaz de concebir el universo. Me he acostado con muchas mujeres, no por maldad, sino por ese afán de búsqueda; pero el universo, al cabo de los años, continúa resultando inconcebible para mi inteligencia. Creo que ya no tengo vocación de adúltero. Una vez leí la historia de un sacerdote que dejó de creer en Dios y continuó ejerciendo como si no fuera necesaria una cosa para la otra. Pero cuando se pierde la fe en el adulterio es imposible continuar practicándolo. Perdóname. Felipe se echó a llorar y Verónica hizo un gesto de desconfianza: quizá había sido abandonada ya alguna vez con una actuación similar a esta. Se marcharon del inmueble por separado, y él, antes de regresar a la oficina, compró un disco cristiano en la Panamericana de Salitre Plaza. Esa noche lo puso en el minicomponente para escucharlo mientras hacía el amor con Karla, su esposa; aunque no tuvo ninguna revelación definitiva, le pareció que entre los senos de su mujer se entendía mejor que entre los de la amante… Intuía un futuro más llevadero con Karla, los ciclos del día y de la noche, la llegada de la vejez y los achaques serian menos tormentosos. Cuando se acordó del apartamento de Chapinero, le pareció un lugar lejano: un asteroide, flotando en medio del vacío universal. Aquello no podía ser su hogar, pensó diciéndole te amo a su esposa antes de ir dormir. Twitter: @camilo4877
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