Isabella y Aurora

Vie, 29/03/2019 - 17:09
 
En Semana Santa suelo ir a casa de mi hermana para desconectarme de la cabeza o dar pena al Espíritu Santo que se derrama en mi corazón. Recuerdo que el último
 

En Semana Santa suelo ir a casa de mi hermana para desconectarme de la cabeza o dar pena al Espíritu Santo que se derrama en mi corazón. Recuerdo que el último domingo de Pascua amaneció lloviendo y esa misma mañana, Isabella, mi sobrina, recibió la visita de Aurora. Son niñas pequeñas adictas a los videojuegos, ese día hablaban de uno en especial, Los Sims 4, que es el precursor del ya famoso Second Life. Ambas estaban fascinadas a él porque les permitía vivir vidas alternativas en las que, curiosamente, hacían cosas muy diferentes de las de sus propias vidas.

El jueves santo, dijo Aurora, tenía una cena en casa, con los vecinos, pero no salió bien, no fui una buena anfitriona. Además, Andrew dio la calificación. No sé qué voy a hacer con él. No se refería a sí misma, claro, sino al personaje que interpretaba en el videojuego, pero su identificación con él era tal que hablaba en primera persona. ¿Cami, cómo quieres el café?, bien negro y sin azúcar, dije. A veces, y como mi hermana es de las que hace mucho ruido en la cocina, me perdía fragmentos de la conversación y luego me costaba distinguir cuándo discutían acerca de la vida real y cuándo acerca de la virtual. Daba ligeramente la sensación de que las conexiones entre ambas estaban cruzadas, de manera que los caminos de una conducían a los destinos de la otra. Esto a muchas personas les parece escandaloso, pero así funcionábamos también antes de la aparición de los videojuegos. Nuestros `yoes´ fantásticos interactuaban (e interactúan) con los reales por un sistema parecido al que mantiene unido el deseo con la realidad. Los lectores de novelas conocen muy bien el grado de identificación que puede llegar a producirse entre el lector y el personaje, a mí por ejemplo, me gusta pensar que soy un monstruo cósmico de la mitología Lovecraftniana y llevar las cosas a terrenos no imaginados, a dominios nuevos y un tanto desconcertantes para nuestro pensamiento, un único y vacilante puente hacia lo desconocido, en fin, lo inexplorado es relativo para cada quien. -Tuviste una hija, ¿no?, preguntó Aurora. -Sí, respondió Isa, pero se me murió la semana pasada. Comprendí enseguida que se trataba de una hija virtual, pero la noticia, así como la expresión de Isa al confesarlo, me produjo un raro desasosiego. También a ellas, pues a partir de ese momento la conversación adquirió un tono algo sombrío. Después, notaron que yo estaba pendiente de lo que decían, las niñas bajaron la voz y me dejaron solo. Adiós tío, me voy a jugar con Aurora. Adiós corazón, le dije yo. Me tomé el café y salí a la calle que, con las luces recién encendidas y los suelos brillantes por la lluvia, parecía la calle de un videojuego en el que yo era, claramente, el alter ego de alguien real. ¿Pero de quién?
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