Si trazáramos un mapa, sería posible caminar la ciudad, tras una ruta que una puntos de venta de empanadas. Imbuirse en aromas diversas, deleitarse con colores y formas llamativas, visitar recintos grandes y pequeños, recorrer cafeterías, panaderías y ventas ambulantes, reconocer que si la calle sabe a algo, es a empanada.
En Tunja, como en la mayoría de las ciudades colombianas, se consiguen empanadas de todo tipo, existen de carne, de arroz, de pollo, de queso, de huevo, de bocadillo, de jamón, de piña, de champiñones, que combinadas en las más extraordinarias formas producen una variedad casi infinita de sabores y precios, que van desde las increíblemente económicas empanadas a 200 pesos, hasta las más refinadas, que rozan los 5.000.
La empanada se consume en la calle, solamente hace falta una servilleta y una taza compartida de ají. Se puede comer caminando, al borde de una barra, sentado o de pie, es el snack de la urbe y su existencia está contagiada de la vitalidad de la calle, hace parte del movimiento del transeúnte, es una breve pausa, una recarga de energía o un deleite pasajero.
Las calles de Tunja son una especie de bufete de empanadas, se puede elegir comer en las empanadas de Doña Inés, en La Empanada Mecánica, en Las Empanadas Típicas del Valle, en las del Tío Tom, las del Atrio, las de La Cigarrería California o las famosas Empabuenas de la esquina del Lumol.
Comer empanadas traspasa fronteras de posición social, de edad, de género, es un sabor omnipresente que está al alcance de todos, hace parte de nuestra identidad como ciudadanos. Entonces, qué sería de una ciudad como Tunja si no existiera el carro que recorre los barrios el domingo por la mañana vendiendo tamales o si ya no volvieran los envueltos calientes de las 5:00 p.m. a la esquina del barrio Los Muiscas.
Extrañaríamos los algodones de azúcar en la Plaza de Bolívar y las rimbombantes vitrinas giratorias con ponqués de colores, el olor a pan caliente, las ciruelas, los duraznos, las chirimollas y los aguacates de los carritos ambulantes.
Qué triste serían las calles sin vitrinas llenas de buñuelos calientes, sin arepas, sin campanitas que anuncien helados. Comer en la calle hace parte de la personalidad de nuestras ciudades, las multifacéticas empanadas, son casi una metáfora de nuestra identidad colectiva.
(A propósito de empanadas, este texto hace parte del libro "Sabores de la ciudad imaginada" publicado en 2016)
La calle sabe a empanada
Sáb, 16/02/2019 - 18:06
Si trazáramos un mapa, sería posible caminar la ciudad, tras una ruta que una puntos de venta de empanadas. Imbuirse en aromas diversas, deleitarse con colores y formas llamativas, visitar recintos