La confianza inversionista y el diluvio universal

Dom, 17/11/2013 - 02:25
La tragedia vivida por Filipinas debido al paso de un devastador tifón con vientos de más de 300 kilómetros por hora y que dejó miles de muertos, ha coincidido con la Conferencia del Clima que se
La tragedia vivida por Filipinas debido al paso de un devastador tifón con vientos de más de 300 kilómetros por hora y que dejó miles de muertos, ha coincidido con la Conferencia del Clima que se celebraba por esos días en Varsovia. Allí, la secretaria general de la convención, Christiana Figueres, vinculó ese desastre con el calentamiento global. “Nos reunimos con el peso de dos realidades sombrías: somos los primeros humanos que respiran 400 partes por millón de CO2 con cada inspiración (...) lo segundo es el devastador impacto del Tifón Haiyan”, dijo. Aunque los expertos son reticentes a la hora de confirmar la relación directa entre los tifones y el calentamiento global, admiten que es uno de los factores que inciden en su formación. Los tifones necesitan aguas del mar con temperaturas por encima de 28 grados centígrados. “En los días previos a la formación (del Haiyan) las aguas llegaron a estar a 31 grados centígrados”, dijo Jorge Olcina, del Laboratorio de Climatología de la Universidad de Alicante. Por experiencia personal, por haber vivido en Filipinas, puedo asegurar que hace años en aquel país los tifones de cierta magnitud no pasaban de seis o siete anuales. Hoy en día hay una media de veintidós al año; los expertos y las conferencias internacionales dirán lo que quieran pero la pobre gente que sufre estas tragedias, tiene todo el derecho del mundo de preguntase por las causas de estos cambios brutales y si no tienen qué ver con las barbaridades que estamos haciendo con el planeta. Al día de hoy esos desastres naturales han condenado al país a la pobreza. Colombia vive una emergencia medioambiental debido al desmadre de la minería que experimenta el país desde que el señor Álvaro Uribe, con el cuento de la confianza inversionista, decidió parcelar su territorio en cotos mineros; y sus gentes harían bien en cuestionarse las consecuencias que a medio y corto plazo trae la indiferencia frente a ciertas pesadas herencias, como revelan las cifras que manejan quienes entienden de estos asuntos. Uribe recibió de Andrés Pastrana un país en el que el territorio titulado para proyectos mineros era menos de cuarenta hectáreas al año y le entregó a Juan Manuel Santos una patria, como le encanta llamar a él, que en su segundo mandato (2006-2010) superó los cuatro millones de hectáreas tituladas. Una verdadera piñata. Los asuntos del medio ambiente, igual que los que se refieren a educación, no gozan de muy buen cartel entre los políticos. Son temas abstractos, lejanos y ajenos en las campañas electorales, entre otras cosas porque no dan votos. Da votos inaugurar unas viviendas de interés social o un acueducto comunitario; en las primeras el presidente se puede pasar una noche, hacerse una foto en calzoncillos y desaparecer al día siguiente aunque las viviendas en cuestión no tengan servicios, vías de comunicación, escuelas o centros sanitarios cercanos. Y los acueductos se pueden inaugurar incluso sin agua, como ocurrió en Aracataca. ¿Qué político será capaz de plantear en la campaña electoral que se avecina la preocupante situación de los páramos colombianos en donde la feria de titulaciones mineras del señor Uribe dejó el 6,3% de esos ecosistemas en manos de la explotación minera? ¿Cuál será el prócer que se interese por el millón 300 mil hectáreas de reservas forestales con título minero? ¿A quién le interesará el devastador impacto de la minería sobre el ecosistema del río Atrato, como consecuencia del desmesurado crecimiento y la incapacidad operativa del Estado para regularla? La lista de inquietudes es más larga, por supuesto, y estas tres preguntas podrían ser solo el aperitivo en un debate sobre la situación medioambiental colombiana. Algunos de los datos que doy aquí los aporta don Guillermo Rudas, en un informe elaborado para la Universidad Nacional en el que hizo un interesante análisis comparativo de áreas, solicitudes y títulos mineros durante las administraciones de los presidentes César Gaviria, Ernesto Samper, Andrés Pastrana y Álvaro Uribe y en el que muestra cómo este último mandatario hizo todo un festín de concesiones. “En los gobiernos de Gaviria, Samper y Pastrana –dice el señor Rudas-, las áreas tituladas crecieron a una tasa moderada del 8% anual. Así, durante el gobierno Gaviria se otorgaron títulos por menos de 55 mil hectáreas al año, en el de Samper se pasó a cerca de 70 mil hectáreas año, y en el de Pastrana disminuyó a menos de 40 hectáreas por el mismo lapso. No obstante, en el periodo de Uribe la situación cambió considerablemente, pues en su primer mandato (2002-2006) concedió cerca de 200 mil hectáreas anuales, y en el segundo (2006-2010) llegó a 4 millones 83 mil hectáreas tituladas”. ¿Y la regulación medioambiental de esta feria de concesiones qué? ¿Estuvo el gobierno Santos a la altura de lo que exigía semejante desequilibrio en relación con lo que había sido la política de concesiones de títulos mineros en el país? La fiscalización, hecha a comienzos del mes de noviembre, de 9.043 títulos mineros en 30 departamentos por parte de la Agencia Nacional de Minería reveló que el 93% presentaba incumplimientos en sus obligaciones contractuales, jurídicas, técnicas y económicas. El aspecto medioambiental, no obstante, fue escueto y sin muchos detalles. Sin embargo, un informe elaborado por la Universidad Nacional en ese aspecto y por las mismas fechas, es muy preocupante. “El Gobierno –argumenta la Academia- titula y otorga concesiones, pero no tiene en cuenta el estado del conocimiento de la biodiversidad y cuál es el patrimonio que se está afectando". Un proverbio popular muy sabio que podrían aplicarse los mandatarios si es que les interesara algún día lo que piensa la gente, dice: “Dios perdona siempre, el hombre casi siempre, la naturaleza nunca”. Y ahí está lo que ha pasado en Filipinas en días pasados para recordárnoslo.
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