El mal reflejo de la luz en mi ventana adornaba de forma amena mi insomnio crónico. Aburrido de pensar en no dormir, luego de pensar en pensar en otra cosa para dormir y luego en no pensar en pensar en dormir decidí que lo mejor era aceptarlo y tal vez sería bendecido con un poco del sueño que me fue arrebatado esa noche con charlas intermitentes entre primera y tercera persona de la eterna adolescente del porno, aún pensaba en un video suyo de traje azul y medias hasta la rodilla que dejaban una sección de piel desnuda evocando el comienzo de una carrera entre la posesión el desenfreno y tibio pero adormecedor orgasmo.
Ese día no iría a la universidad, igual ella no me extraña a mí, lo justo es que de vez en cuando la prive de mis botas desgastadas en sus pasillos y ausente mi tiempo del tiempo de aprender. Pero al igual que el amante extraña el olor de los senos de su amada yo extraño el olor de los pasillos con marihuana en el aire, perfumes a la moda barata y más de un cáncer de pulmón gestándose en los próximos años. Adoro ese olor a universidad o más bien de universalista juventud que ni por más apestoso que huela un mamerto lo puede debilitar. Así que buscando excusas decido ir a la universidad, siendo más exactos a la biblioteca y aprovecho para hablar sobre mi faena de aquella noche.
Le hablo a la gente del libro que leí esa noche, cuando les digo que fue escrito por la estrella porno todo el mundo hace una risa maliciosa muy similar a la risa que haría un feligrés al acercarse a comulgar y notar que el párroco tiene una erección que no puede disimular bajo su sotana y por más que arquee su cuerpo emulando al cristo crucificado que está detrás de él, esta no va a desaparecer hasta que él así como todos llegue a su aposento y entre a la página porno favorita en navegación privada y descargue su comunión entre el placer y el morbo, pues así como el sol nos alumbra a todos el porno nos libera a todos. El grado de mixtura entre la identidad virtual y la “real” ha llegado a tal punto que somos igual de agazapados en ambas, en ambas nos escondemos para canibalizarnos en uno al otro y estoy muy seguro que la palabra “privado” fue pensada para el sexo al igual que la navegación privada para ver porno sin el temor parroquial de quedar al descubierto.
Como siempre no obtengo lo que quiero de los demás, ese es uno de los karmas de la comunicación, la esperanza de una comunicación sincrónica con el otro cuando a duras penas logramos compartir imágenes refritas con temáticas afanosas de ser innovadoras, volviendo a la costumbre medito conmigo mismo como un paria en la soledad de una ventana de bus. Trato de buscar la razón del porno en los libros, de cómo los amateurs llegaron incluso a las editoriales con promociones como las de Amazon® donde cada uno puede publicar su libro dejando a las prostituidas editoriales como antros de viejas madames donde el olor a naftalina y el recuerdo de festines con autores como E. King y Bret Easton Ellis dejan un mal sabor de boca frente a libros de correrías sexuales y prosas tan elaboradas como una comida de Mc Donald.
Después trato de pensar en la otra cara de la moneda y medito en cómo tanto la escritura como el porno son oficios machistas y paternalistas donde la exposición de imágenes sirve de entretención para remedos de machitos cabríos como usted o como yo. Que delicia es leer Caín de Saramago y encontrar imágenes de eyaculaciones, ángeles seducidos por esféricas tetas de Eva hechas al gusto de un dios tan recorrido como el pene de Nacho Vidal o un dios empeñado en sodomizar un pueblo completo por solo tener la pretensión de avanzar tecnológicamente y ni hablar de las pretensiones gays en Vargas Llosa al describir cuerpos de pescadores tostados por el antiguo sol africano y manoseados por el recorrido de un mañoso rio tan añejo como la misma gratificación del sexo prohibido en el sueño del celta. Las imágenes sexuales sacan a los escritores de baches creativos de la misma manera que dos mujeres besándose preparan motores para lo que será un buen video porno.
Finalmente me doy por bien servido por el tiempo gastado en el libro de la gemidora de Sasha Grey, pues si bien no lo volvería a leer ni se lo recomendaría a un buen amigo nos ayuda a trabajar el músculo de la tolerancia y a bajar a la escritura de ese atrio donde la hemos puesto y parece estar al mismo nivel del guerrero y del sacerdote. Total, escribir es una lucha por la salvación, un round de una eternidad por tratar de someter a la enrojecida e inflamada memoria. Me siento una mejor persona, lleno de vicios y depravaciones que asustarían a mi propia madre pero al menos leo y leo de todo, pues así como acepto el sexo y el ejercicio como entretenimiento del mismo, acepto la escritura de donde provenga como un ejercicio para el imaginario y estoy seguro que contrario a aquel retrograda senador colombiano que por estos días hace campaña nunca llamaré a la escritura como un acto "excremental".
@andres_lugos
La noche que cambié el porno por un libro II
Jue, 27/02/2014 - 12:27
El mal reflejo de la luz en mi ventana adornaba de forma amena mi insomnio crónico. Aburrido de pensar en no dormir, luego de pensar en pensar en otra cosa para dormir y luego en no pensar en pensar