Este artículo no es más que una reflexión personal de lo poco que llevo como docente en un colegio de Bogotá. Los estudiantes son niños y adolescentes que por “X” o “Y” motivo tienen serios problemas disciplinarios y de conducta, derivados básicamente de una ausencia familiar o de un exceso de protección y/o autoridad.
Si bien yo también era complicada en el colegio, recuerdo que por más problemas que tuve allí (pase por satánica, marihuanera, lesbiana, altanera, displicente, vaga, en fin) nunca le cogí aversión total al colegio, pero sí a una docente que como se dice de manera coloquial “me la tenía montada”, pero jamás sentí el nivel de desprecio por el colegio como siento que lo tienen mis estudiantes al suyo.
¡Los jóvenes necesitan formación y mano dura! Sí y no. Claramente necesitamos formar personas desde las aulas, pero ellas no se forman aprendiéndose fórmulas físicas, ecuaciones lineales, la tabla periódica, fechas de revoluciones, vida y obras de filósofos o escritores, tampoco se forman sabiendo si una palabra es esdrújula o sobreesdrújula, esos son conocimientos de alguna manera importantes o útiles, diría yo, pero no se aprende a ser persona así.
Tampoco se aprende a punta de gritos e imposiciones ridículas. Pero si sabemos que los adolecentes son rebeldes y complicados ¿no es preciso cambiar el grito y el castigo por otro método? No sé si me aflora el sentido maternalista (creo que no tengo) si siento empatía o me veo reflejada en estos jóvenes, pero siento que algo está mal.
Debemos como “personas grandes” encargadas de jóvenes y niños vislumbrar perfectamente la delgada línea entre la autoridad y el autoritarismo. Pienso que las directivas y los docentes de estos centros de vigilancia y control masivo, abusan de su poder, están tan encasillados en su línea jerárquica que olvidan el ser social y la interacción. Si bien el docente está en las aulas para guiar y brindar el conocimiento que tiene, no está para imponerse como el ser inalcanzable y provisto de toda sabiduría o conocimiento; al fin y al cabo es otro humano más, con errores, aciertos y con cosas por aprender todavía.
Claramente debe haber un marco de respeto y no nos debemos tratar como iguales, no en el sentido de ponerse en el nivel de sus conversaciones y bromas, pues el nivel intelectual es diferente, así como las experiencias vividas, pero sí somos iguales al momento de ser humanos con necesidades, carencias, fortalezas, penas y alegrías.
Es por esto que la jerarquización tipo piramidal de las instituciones educativas me parece obsoleta. Suficiente tienen estos jóvenes con los problemas de sus padres (muchas veces ellos acarrean con las cargas de los adultos), sus problemas de autoestima, el bulling y en algunos casos las ideas suicidas, como para hacer de la institución educativa otro peldaño en la cadena de martirios adolescentes, empujándolos más al abismo de la depresión, las drogas, el ensimismamiento o hasta el suicidio.
Posiblemente tampoco sé cómo se “forma” a una persona, quizá peco por ingenua al creer que el adolescente más que un grito necesita un consejo; en lugar de un castigo una mano amiga; en vez de un sermón por sus equivocaciones, necesita que se le muestre y explique con amor y dedicación por qué sus actos han sido desacertados. En fin, una cantidad de cosas que para algunos pedagogos de vieja guardia son elementos esenciales para formar el carácter de una persona. Quizá por mi formación y por mi edad no lo veo igual, quizá por no ser pedagoga y sí una filósofa en formación lo veo de una forma diferente o quizá porque no me las sé todas.
Los jóvenes y niños sí necesitan autoridad, porque todavía son muy ingenuos, manipulables y no tienen quizá la experiencia que otros hemos tenido, la misma que nos ha ayudado a ser quienes somos ahora. Pero claramente se les debe dar cierta libertad, mas no la libertad total, pero un grito cuando recién llegan al colegio, un castigo injustificado, una mentira en la que el adulto queda bien, una “zarandeada pedagógica” o decirles que todo está mal porque son adolescentes y no saben, eso no es autoridad, es autoritarismo y no es la mejor manera de educar. Si esos son los parámetros para educar, entonces puedo decir que soy pésima docente, que merezco un cero por no seguirlos y por no tener autoridad sobre las vidas que están temporalmente a mi cuidado.
@AndreMColorado
¿Los jóvenes necesitan mano dura?
Vie, 04/10/2013 - 09:13
Este artículo no es más que una reflexión personal de lo poco que llevo como docente en un colegio de Bogotá. Los estudiantes son niños y adolescentes que por “X” o “Y” motivo tienen seri