Quería escribir de la crisis en Venezuela, pasé horas pensando los puntos de este artículo, el contexto, los argumentos y me sentía realmente desubicado, tenía una especie de cargo de conciencia, mi voz interna me preguntaba: ¿se está traicionando?.
Desde que tuve “conciencia política” fui admirador de Hugo Chávez, un hombre a quien consideré (hasta el día de su muerte) un tipo con carácter, carismático, un líder innato. Siempre lo percibí como un luchador, un tipo con principios e ideales claros que yo resumiría en una palabra: reivindicación. ¿De qué? De una clase ignorada históricamente, vista como un cero a la izquierda, sedienta de oportunidades, que clama por sus derechos, una clase popular así como la nuestra, pero con esperanza.
Hoy en día sigo admirando a ese hombre dicharachero, folclórico y cómo diríamos en Colombia: “parao”, pero entendí que muchos de los problemas que hoy aquejan a la hermana República son culpa, en gran parte, del populismo con el que Chávez pretendió manejar una política social de gran envergadura, utilizándola prácticamente como una política de Estado durante 14 años de gobierno.
Cuándo Chávez murió era claro que Venezuela se enfrentaría a una serie de cambios, las dudas y la incertidumbre siempre estuvieron presentes, sin embargo, para mi era claro que el chavismo como un ideal se había ido con él. Venezuela necesitaba a un presidente capaz de mantener una política social ejemplar más aterrizada, y al mismo tiempo un presidente capaz de dar pasos agigantados en materia de reconciliación social, un presidente que entendiera que el poder adquisitivo que se le había dado a la clase popular no servía de nada con una inflación del 56% (la más alta del mundo).
Así las cosas, empecé a seguir el debate post mortem que más bien parecía la lucha de dos hienas por las sobras de la carroña. Cada uno, Capríles y Maduro, representaba la crisis que hoy arde al rojo vivo en las calles de Venezuela, un pueblo dividido y marcado por el odio, algo así como lo que pretendió Álvaro Uribe en su época. Maduro me parecía un Chávez sin gracia, sin liderazgo, un proxeneta que prostituía el legado de un hombre que a pesar de sus errores tenía una mente lúcida, un ideal claro. El fin era inminente, Maduro abriría la puerta al golpe no solo de la derecha, también de un Diosdado que babea por Miraflores.
La crisis económica, la escases, la inseguridad, la corrupción y la incertidumbre no aguantaron más. Hoy en día Venezuela es el reflejo de las buenas intenciones adoptadas con malas decisiones, el síndrome de Robin Hood no generó más que odio y condiciones necesarias para una guerra civil. Chávez y Maduro, creo yo, malversaron el concepto de justicia, que contrario sensu al pensamiento de algunos no aplica sólo para el pobre, pues la prosperidad económica producto del esfuerzo de una vida de trabajo no debe convertirse en motivo de persecución o señalamiento.
Espero que por salirme de su discurso anacrónico, la izquierda lerda y sectaria de este país no me tilde de neoliberal, de “uribista” o “santista”. No podemos caer en el error de que las luchas sociales acá son justas y allá no, más aún cuando acá pedimos respeto a la movilización pacífica, no permitamos que una posición política se convierta en un grillete para el pensamiento, no seamos hipócritas.
El panorama para los Venezolanos en ningún caso es alentador, como producto de 14 años de polarización no hay una tercera opción que sea capaz de aprovechar una base social fuerte, complementándola con una economía dinámica y auto sostenible basada en la explotación del petróleo, por el contrario, tras los hechos recientes están las familias poderosas de Venezuela expectantes con lo que va a pasar, pues recuperar el poder implica recuperar el control sobre el petróleo volviéndolo un negocio de unos pocos, así como sucede en nuestro país. Si Maduro sigue es claro que Venezuela irá de mal a peor, pues las condiciones para una gobernabilidad óptima no están dadas, los niveles de aprobación de Maduro son pésimos y sus políticas en contra de la inflación, la inseguridad y la escasez no han dado resultado.
Por otro lado, si bien sigue siendo una posibilidad distante, no hay que echar en saco roto que Venezuela es la segunda reserva de petróleo más grande del mundo, el motor principal de la “democracia” de los Estados Unidos, así que una futura intervención no sería descabellada. Yo me pregunto: ¿Será que los venezolanos con banderas americanas que dicen en letra grande “help us” no saben que están casi invocando al diablo?. Si bien Maduro tiene un perfil dictatorial, una intervención norteamericana sería una estocada mortal para la relativa estabilidad que hay en la región.
En todo caso, deseo por el bien de quienes están poniendo el pecho en la calle que el derramamiento de sangre en el vecino país termine pronto. Que a Maduro le quede un poco de razón y tome las decisiones correctas para el bien de todos los venezolanos, y de paso de los colombianos, que en caso de algo más grave estamos estratégicamente mal ubicados.
¿ME ESTOY TRAICIONANDO?
Mié, 26/02/2014 - 06:28
Quería escribir de la crisis en Venezuela, pasé horas pensando los puntos de este artículo, el contexto, los argumentos y me sentía realmente desubicado, tenía una especie de cargo de conciencia,