Mi vida sin Facebook

Vie, 04/10/2013 - 01:37
Llevo algo más de una semana sin Facebook y no me acostumbro. Me siento sin rumbo. Como si le hubieran quitado a Internet toda magia y diversión. Como si me hubiera obligado a una de esas dietas ter
Llevo algo más de una semana sin Facebook y no me acostumbro. Me siento sin rumbo. Como si le hubieran quitado a Internet toda magia y diversión. Como si me hubiera obligado a una de esas dietas terroristas en las que todo lo rico se va y quedan solo alfalfa y malteadas desabridas. Decidí desactivar mi cuenta cuando toqué el fondo de mi adicción. Facebook era la primera página que abría en el día y mi promedio de visitas llegó a ser de tres cada diez minutos. Alcancé a entrar tan seguido que muchas veces el timeline no había cambiado, y mi productividad estaba reducida a la de un geek treintañero de película de persecuciones cibernéticas. Aun así Facebook no me daba placer. Soy parte de la minoría que los expertos en redes sociales han denominado Onlookers, que son los que posteamos poco y no compartimos nuestra vida privada, aunque nos gusta estar al tanto de la de los demás. Pero odiaba lo que veía de la vida privada de mis no amigos de Facebook: bebés recién nacidos con la placenta aún escurriendo entre los tres pelos con los que llegaron al mundo, madres recién paridas con un infructuosamente disimulado gesto de dolor; o mujeres embarazadas que sucumbieron al cliché de hacerse estudio fotográfico con sus esposos besándoles la panza. También están los símbolos para anunciar eventos: la foto de una mano jedionda con un anillo jediondo en el anular para anunciar compromiso, o la de una ecografía para anunciar embarazo. Me avergüenzan aún más las que coquetean con sus crushes con mensajitos crípticos tipo “hoy me desperté pensando en ti” y esperan que el galán acuse recibido. Y, peor, los esposos que se gritan su amor y apoyo a través del wall, “se que te va a ir bien amor, eres una dura @pepitaperez”. ¡Coño! ¿no se vieron acaso en la mañana?, ¿no están conectados por bbm o mensajes de texto? ¿No es mejor llamar a Pepita Pérez?, ¿por qué demonios tienen que hacerlo público? Pero, escalando en nivel de vergüenza que se convierte en odio, odio a los haters. Esa gente negativa que critica todo, odia todo y lanza insultos por doquier. Basta con que sea temporada de fútbol o que Semana salga con alguna “revelación” para ver cómo esos seres despreciables comienzan a soltar improperios, como si el alcalde, el director técnico o Uribe fueran sus amigos en la red social y recibieran sus elegantes palabras. También me siento mal por los que nos les da pena hacerle saber al mundo su ignorancia. Por ejemplo, los que publican en un mal inglés (mi rey o reina, si saliste del colegio bilingüe hace centurias y se te ha olvidado un poco el idioma de Shakespeare, o el Meyer te tumbó, mejor publica en español, la lengua que seguro manejas con mayor dignidad). O los que salen con teoría política o análisis de actualidad con aseveraciones tipo “soy de derecha, por eso creo que Petro es la mejor opción”, o como Virginia, “esos manes del Banco de la República sí que son brutos, basta con que manden a imprimir más billetes para acabar con la pobreza en Colombia”. Facebook, Kienyke Sigamos con los fundamentalistas de los memes, que se han encargado de saturar el universo con fotos de gaticos tiernos que  dicen “¡alcen la manos los defensores de los animales!”, o con frases de superación personal con ocasos, rosas rojas, niños abrazándose y demás loberías cursis. Todos ellos son los culpables de haberles quitado a los memes todo rastro de humor para convertirlos en pura basura virtual, en una degeneración de la viralidad. Como cuando los japonenses crearon el sushi y nosotros le pusimos plátano maduro. Y el palco de honor indiscutible es para los cristianos predicadores. ¿Sabían que uno de los principios de casi todas las religiones es la predicación?, ¿convertir almas? Pues estos cristianos facilistas encontraron su escenario en las redes sociales. Ya no cumplen con su obligación de salir cada domingo a dañarle el día de descanso a cuanto vecino; sino que ahora se conforman con mandar afiches con  mensajes tipo “si Dios te dio dificultades es porque sabe que puedes superarlas”. Cada quien es libre de creer lo que quiera, pero me parece un abuso que quieran convertirme diciéndome algo que a mi juicio carece de toda racionalidad. Siempre he creído que la religión es un asunto privado, cada quien elige su deidad, su fe, o si cree o no. Creo que en los asuntos religiosos cabe decir que cada quien hace de su culo un candelero, pero que no usen mi herramienta de morbo  para tratar de convencerme con sus prédicas baratas que si todos los días nacen niños con enfermedades horrorosas es porque lo pueden soportar, o que es una prueba de quién sabe quién para quién sabe qué. Tal vez la que esté mal soy yo, por tener “amigos” con todos esos comportamientos detestables/ñeros/inútiles/ignorantes. Lo acepto. Desde que abrí mi cuenta hace muchísimos años me he encargado de aceptar invitaciones de cuanto compañero de trabajo y cuanta loba/perdedor conocí en fiestas, y ahora mi cuenta es una muestra bien amplia, suficiente para ser utilizada por el Dane como fuente única de un nuevo censo poblacional. Aun así el síndrome de abstinencia está en su pico. Me hace falta la adrenalina que me daban el morbo y la vergüenza. Eso sí, estoy mucho más productiva, y siento que no saber lo que hacen esos no amigos de Facebook me ha liberado del karma que da la crítica. Pero como dijo Terminator, “¡volveré!”
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