Las momias, como los jarrones chinos, suelen ser muy valiosas pero se pueden convertir en un problema. Por eso a la hora de embalsamar a un cristiano es bueno pensárselo dos veces. La de Lenin en la plaza Roja de Moscú terminó por estorbar a los multimillonarios rusos que prefirieron ocultarla. El mismo camino lleva la de Mao Tsetung en la Plaza de Tiananmen en Pekín, que un día de estos termina oculta para una generación de chinos que ha decidido seguir el dictado de Deng Xiaoping según el cual “enriquecerse es glorioso”.
Los vietnamitas, un pueblo más modesto, le sacan partido a la de Ho Chi Ming y cobran dos dólares a quien quiera ver al “tío Ho” con aquel inevitable color y apariencia de tamal con barbas de chivo; aunque, con el camino de nuevos ricos que llevan también los vietnamitas, podrían encerrar su momia en un lugar oculto el día menos pensado.
Por ello, pues, antes de decidir el futuro de un finado, hay que mirar con lupa también quién te aconseja; porque si te dejas llevar por el conocimiento de la historia del socialismo real que tienen los cubanos, terminas teniendo en casa una momia bolchevique que, en el futuro, te puede resultar bastante incómoda.
Como de la Historia siempre se puede aprender, voy a contar esta de un país sudamericano, muy conocida pero pertinente para traer a cuento ahora por imágenes recientes que están hoy en la retina de todos. Es la historia de una momia muy trajinada, incluso falsamente paseada porque cuando la gente pensaba tenerla allí cerca, la momia estaba en otra parte.
Antes de llegar a momia era un personaje muy querido, adorado, venerado por su pueblo, con fama bien ganada de generoso y benefactor. Y bien que se lo podía permitir, por algo su país era una de las naciones más ricas del mundo. Regalaba casas, operaciones quirúrgicas, trajes de novia y hasta dentaduras postizas. Pero su generosidad no se limitaba beneficiar a sus fanáticos seguidores. También ayudaba a países amigos necesitados y cuando llegaba de visita a alguna de esas favorecidas naciones por su generosidad, desfilaba en carroza por las calles como lo hacía en casa, en loor de multitudes.
Murió de cáncer, como seguramente sabrán; no se conocieron la hora ni las circunstancias de su muerte. El gobierno dio una hora oficial de su fallecimiento, pero muchos pensaron que se comunicó a una hora conveniente para que diera tiempo a los periódicos y noticieros de mayor audiencia de informar con profusión de la infausta nueva.
También hay que decir que murió joven, antes incluso que su mentor e inspirador político. Nadie podía imaginar que aquella “guía espiritual de la nación, bandera de los humildes” muriera antes que el viejo caudillo populista de verbo fácil, dominador de plazas y balcones, en quien se inspiró para llegar a convertirse en un ídolo de su pueblo.
Su desaparición física fue el dolor de una multitud que lloró desgarrada. Hubo misas, sacrificios propiciatorios, lágrimas a raudales y ditirambos ante su imagen que se multiplicaba por calles y plazas de la capital. Y, como no, se decidió que la momificación era el destino natural de aquel cadáver. Su momia sería adorada “eternamente”, según dijeron sus exégetas, por haber sido “defensa de los humildes y desposeídos”
Aquel cadáver exquisito, cuerpo glorioso conservado en líquidos -por cierto, altamente inflamables- quedó expuesto a la contemplación de sus fieles para alimentar, entre otras cosas, el fanatismo del partido, el histerismo de las masas, la demagogia y la rapiña de sus herederos.
Pero llegó un día en el que un sector de la población, o por lo menos de quienes tenían las armas y podían sublevarse en nombre de ese sector, dieron un golpe de Estado y lo primero que pensaron fue en hacerse con el cadáver embalsamado, con la querida momia para algunos o el símbolo de maldad para los más pudientes de la nación que odiaban al personaje con igual pasión que era adorado por sus seguidores; y, de ahí en adelante, el cuerpo de Evita Perón se convirtió en un cadáver errante.
Su destino esperpéntico llevó a aquella momia a ser robada, guardada en sótanos y buhardillas, en un cuartel de inteligencia, a salir en viaje clandestino hacia Europa, a ser enterrada en un cementerio italiano; a llegar luego a la casa de su viudo, el viejo general Juan Domingo Perón, quien la veneró en un cuarto-altar en su residencia del elegante barrio madrileño de Puerta de Hierro.
Evita terminó su destino peripatético encerrada en un bunker antinuclear bajo toneladas de acero y cemento en el cementerio de la Recoleta de Buenos Aires, preservada de tentaciones necrófilas, ajena a las inclinaciones fetichistas de sus fanáticos, descansando por fin en paz entre los muertos pero convertida en símbolo de un país desquiciado.
Su herencia política y la de su esposo siguieron, sin embargo, vivos durante muchos años para desgracia de sus compatriotas y Argentina, gracias al peronismo, pasó de ser uno de los países más ricos del mundo a ser un país sudamericano más.
Momias
Sáb, 09/03/2013 - 14:34
Las momias, como los jarrones chinos, suelen ser muy valiosas pero se pueden convertir en un problema. Por eso a la hora de embalsamar a un cristiano es bueno pensárselo dos veces. La de Lenin en la