Revueltas: ayer y hoy

Mar, 01/11/2011 - 07:38
Paris era una fiesta, se dice con nostalgia cuando se recuerda el Mayo del 68, la revolución que paralizó por un mes a toda Francia, cuando trabajadores y estudiantes se unieron en aquel año para un exigir cambio, aunque sería más preciso decir, para una fiesta: cafés atiborrados, jóvenes bellas con boina y graffitis desconcertantes: “prohibido prohibir”. La ola juvenil se extendió por Europa con la Primavera de Praga, por América, con el movimiento para detener la Guerra del Vietnam, o en la matanza de Tlatelolco en el DF, donde nunca se supo cuántos estudiantes murieron. Ahora la Primavera no está en las calles de Praga o las calles adoquinadas (las que quedan) en Paris, no se circunscribe a Occidente. El Medio Oriente ha visto este año cómo los jóvenes que crecieron en plena dictadura y estrictas medidas cotidianas, se alzan contra el orden, llenan las calles de Trípoli, El Cairo, Damasco o Medina. Como la égida de Mahoma hace casi quinientos años, la Primavera del Medio Oriente se ha levantado en cadena; imitando el juego de dominó en el que una ficha que cae hace que la siguiente lo haga, las dictaduras monárquicas, corruptas y fanáticas, que gobiernan desde hace más o menos cuarenta años, se han visto sorprendidas ante una generación sin mansedumbre, que no siente que le deben su vida y trabajo, sino que, ayudados especial y significativamente por las redes sociales, exigen libertad, comodidades de la democracia, derechos individuales, renovación y cambio. Para algunos se trata tan sólo de apariencias, de engaños que escoden un revolcón que no afecta el orden establecido, un recambio en la burócrata pirámide social. Una desilusión más. Este 2011 ha visto nuevamente a los jóvenes en las calles: Atenas, Madrid, Roma, Nueva York, Chicago, México y Montreal. Protestan por las medidas de ajuste fiscal, por la crisis económica que se avecina nuevamente y cuya salvación para banqueros y gremios económicos tal vez sea, nuevamente, la ayuda del Estado, de lo público, de los dineros de la clase media y baja, que son quienes pagan más impuestos. Ocupy Wall Street, lleva dos meses al frente de la célebre avenida donde se decide el rumbo económico de la nación y del mundo, no hay que olvidarlo. Vemos en Internet y diarios a cantantes de música folk como Rufus Wainwright con su ukelele interpretando añejas canciones de reivindicación social junto a Sean Lennon, que retoma la lucha de su padre, al entonar “Madonna´s Material girl” en coro comunitario. A esta protesta se han unido inmigrantes, afectados por la sistemática y cruda campaña en su contra: afroamericanos, latinos y asiáticos han llenado las calles para gritar, para vociferar, para reclamar derechos fundamentales anulados por la sociedad estaudinense. En nuestro país la Ley 30 de reforma a la educación superior ha desatado el movimiento estudiantil, anquilosado desde hacía décadas. Las calles de las ciudades se han convertido cada semana en un carnaval, en una fiesta, es una protesta de la imaginación: abrazos a policías, maquillaje de mujeres simulando la prostitución de la educación, carriles de olvidados o epígrafes inusitados. Simulación, como la foto en que aparecen unas piernas velludas y gruesas, de un hombre con la falda de una estudiante de primaria. En fin, la fiesta y el desorden, ayudados por la efervescencia de la revuelta juvenil en el mundo y la fuerza inamovible de vecinos como Chile. El carnaval se opone al orden (político, social, cultural e histórico), es una fiesta, un paréntesis. Y como todo festejo o desorden, no es para siempre. Esa es la advertencia de los otrora revoltosos parisienses o de los maltratados por el aplastamiento de la Primavera del 68. Por ahora, somos testigos de la nueva ola, no verde ni azul, ni política o social, sino que va más allá, en el espacio y el tiempo. Ya los años dirán cuando seamos testigos de otra revuelta, si la vemos con nostalgia o calmada desesperanza.
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