Pues bien, el Señor Presidente lo ha hecho. Él es el santo al que se le debe el milagro. Gracias a él ahora Colombia entera se rinde a sus pies. ¡Aplausos!
Pero… ¿cómo?, se preguntará no sin razón cualquier incrédulo —como uno— después de advertir al expresidente Álvaro Uribe y al senador Jorge Robledo tirando piedra para el mismo lado.
Pues vamos a ver:
1. Santos se burló del voto que lo eligió y, al hacerlo, automáticamente se echó encima nueve millones de almas. Almas que, en un país que estila opinar pero no acudir a las urnas, pueden ser más del doble.
2. La prosperidad jamás ha dejado de ser un titular rimbombante en los medios mejor pagos del país. Léase aquí EL TIEMPO, EL ESPECTADOR, REVISTA SEMANA.
3. La seguridad, a pesar de las estadísticas que dan cuenta de una Colombia que bien podría pasar por destino turístico, ha vuelto a ser el coco del diario vivir. No más es ir a la costa y sentarse a hablar con cualquier tendero de barrio para saber cuánto paga, como si fuera un servicio público más, por concepto de boleteo.
4. Haber sacado del monte a las cabecillas de las FARC para, acto seguido, brindarles micrófono propio y tribuna política y, de paso, comenzar a exculpar sus yerros históricos con frases simplonas como “ya no reclutan niños”, “ya no secuestran”, “ya no trafican”, “yo creo en las FARC”, etcétera… Bueno, eso tiene su costo.
5. Volver a ser un Presidente encopetado y distante de la realidad nacional. Un presidente que, hasta muy hace poco, prefería evadir los chicharrones del aquí y el ahora, como reunirse a discutir políticas de precios con campesinos, por asistir a un coctel en Berlín.
6. Por “prometer para meter y después de haber metido no cumplir lo prometido”. Cosa que ha hecho en todas las áreas.
7. Por no hallar en el gobierno local de la ciudad que concentra el mayor número de habitantes de Colombia, entiéndase aquí Bogotá, un paliativo para su mala gestión. Pues, para Santos, la incompetencia de Petro, al menos en cuanto a percepción global, agrava lo suyo.