El paro campesino no sólo ha servido para centrar nuestras miradas en la difícil situación del campo, sino que todo colombiano promedio con cuenta en alguna red social fue partícipe de la consolidación de una nueva tendencia: los activistas de Arial 12.
Este híbrido es el resultado de las libertades que nos dicen ofrecer las redes sociales de expresarnos y conocer. Es decir, de sentirnos los amos de la verdad, pensar que estamos educando al mundo con nuestros vastos conocimientos sacados de los Twitter Trends o que vamos a quebrar un sistema plagado de inequidades sociales valiéndonos de medios cuya popularidad sólo pueden explicarse dentro de un modelo capitalista. Es irónico, pero creo que nadie -y me incluyo- puede decir que no ha caído en la fiebre del pseudo activismo cibernético. Lo anterior se explica porque aparentemente está IN dejar libre al diluido Trotsky criollo, al mamerto que todos llevamos dentro, al Silvio Rodríguez, al Hemingway que se perdió en el altiplano cundi-boyacense y reflexiona en torno a una botella de aguardiente...Todo esto, porque a diferencia de otras épocas, hoy en día cada tiesto encuentra su arepa y la posibilidad de estar acercarnos a otras personas que por otros medios no hubiese sido factible, nos permite encontrar un público "receptivo" a nuestros mensajes y eso de sentirnos importantes en un país donde la importancia habitualmente va de la mano con los apellidos, la edad o la plata es todo una berraquera.
La posibilidad de share, like, retweet, quote, etc. expande la popularidad del activismo en Arial 12. Existe una sed voraz por las mencionadas acciones porque creemos que nos acerca y nos hace parte de una situación que es verdaderamente lejana, de sentirnos caudillos de una realidad que todos saben pero muchos prefieren ignorar, de ser fuente de sabiduría y reflexión en torno a ciertos temas que lo único que demuestran es que cuando se trata de lo que publicamos todos somos políticamente correctos. Y cuando me refiero a todos es literal, esta tendencia abarca un amplio espectro social: desde el chino rebelde que está en plena época Che Guevara y quiere salvar al oso polar, pero almuerza en el Nogal y tiene tantos carros como posibilidades de pico y placa existen; el romántico del siglo XXI cuya mente divaga entre emociones y realidades anacrónicas; el izquierdoso que por "todas esas ratas en el poder" encuentra algo de esperanza a su acartonado discurso social; hasta los adultos, que en plena crisis de la mediana edad al verse mas allá que acá, reviven la posibilidad de un repentino brillo de juventud al recordar sus épocas doradas de canciones protestas e inconformismo juvenil en Facebook. Cuando aparece una situación digna de ira nacional hasta el más godo se vuelve mamerto; el apolítico transmuta en el más político; el policía piensa en su humilde familia; al que nada le importa, reflexiona... Estos instantes que logran su culmen en el ciberespacio evidencia la única muestra de unidad nacional en un país donde causa júbilo que alguna encuesta realizada por meetyourhotcolombianwife.com diga que las colombianas son las más bellas del mundo.
Ahora bien, lo verdaderamente interesante en todo este trend es que un hecho que describe una de las miles de situaciones de injusticia, inequidad e impunidad tan propias del Macondo que tanto queremos, supere la cotidianidad, la indiferencia y el Alzheimer nacional y llegue a primera plana. Para nadie es un secreto que este tipo de situaciones son pan de cada día para miles de familias, aquí nos acostumbramos y miramos para otro lado disgustados cuando se protesta o cuando los políticos venden la patria y a sus electores para hacer de las suyas y para los suyos...aquí todo se maquilla. Porque así es Colombia: nos pueden poner a parir y despojarnos de nuestra dignidad, pero eso si, nadie nos quita que seamos el país más feliz del mundo y con las mujeres más buenas. No, aquí para que cause putería la masacre de un pueblo, que nuestros políticos nos roben de la manera más vulgar posible, que la riqueza de la que nos hablan se vea reflejado en unos cuantos, es algo más cercano a una quimera.
Quisiera creer que el ciberactivismo es muestra del surgir de un sentimiento de cambio entre las personas que ya están cansadas de la perpetuación de situaciones, que los futuros comicios les mandarán un mensaje claro a nuestros gobernadores de lo que queremos y de lo que no estamos dispuestos a ceder. Pero la realidad muestra otra cosa. Ese patriotismo que brota de nuestro ser es porque la moda así lo impuso: compramos la camiseta de la selección porque le está yendo bien en las eliminatorias, usamos artesanías que compramos a comerciantes que las venden a precios exorbitantes pero sólo pagan una suma irrisoria a los indígenas que las elaboran. Es un patriotismo hipócrita, un patriotismo light y efímero que nos hace sentir bien.
El relativamente fácil acceso a la Internet ha resultado ser una gran herramienta para difundir ideas, pero ¿de qué sirve esto? Creemos inocentemente que desde nuestros computadores estamos ayudando a la gente que sufre y pelea de verdad por la reivindicación de sus derechos lejos de la zona de confort en nuestros hogares. No los ayudamos a ellos y ciertamente tampoco estamos "combatiendo" la censura de nuestros transparentes medios de comunicación, porque al final es posible imaginarnos lo que pasaba, tal vez nunca lo pintamos tan terrible como verdaderamente es, pero es algo con lo que hemos crecido pero como siempre nos hacemos los indiferentes. Difundir ciertamente es un medio atractivo, pero el país se construye trabajando y el hecho que nuestro espíritu revolucionario salga a relucir ocasionalmente a través de las redes sociales sobre temas perennes a nuestra realidad revela la poca reflexión en torno a lo que publicamos, de lo contrario, muy seguramente la efímera indignación mudaría a un movimiento concreto. Es interesante que fueran los campesinos en medio de su aislamiento y precario acceso a la justicia y educación digna los que se volcaran a las carreteras y calles a protestar y que nos dieran a todos nosotros una lección. ¿Cuántos vimos y compartimos el vídeo del campesino llorando o el que habló para nadie en el congreso? ¿Cuántos siguen con la ruana puesta? Ya no es cuestión de no ignorar la realidad del país y tener el deber de divulgarlo. La obligación ahora va mucho más allá pues el problema reside en que las redes sociales se han convertido en nuestra única arma de batalla en un país donde las cosas se manejan de forma distinta. Un arma que si bien es pública, poco vincula y compromete lo que permite que las noticias sean rápidamente reemplazadas por otras mucho antes de resolver el problema que éstas comunicaban. Nos defendemos con un arma que sólo falta que nos corten la luz o faltará cuando ganemos un Miss Universo para que posiblemente se nos quite la joda.
¿Sirve de algo el ciberactivismo en Colombia?
Vie, 13/09/2013 - 18:08
El paro campesino no sólo ha servido para centrar nuestras miradas en la difícil situación del campo, sino que todo colombiano promedio con cuenta en alguna red social fue partícipe de la consolid