El alba se asoma por sobre el valle de Cúcuta un Lunes a las seis de la mañana. Los hombres encorvados arriban a la plazoleta. Joaquín, de 65 años, ya estaba en su sitio. Siempre llega de primero, dicen los demás. Joaquín procede con el ritual de limpieza y con una escoba barre su espacio de trabajo. A continuación, pone su botiquín de herramientas en el suelo. A su lado acomoda la butaca de madera, la bicicleta y por último la lonchera que la recuesta en la base de un árbol. Los demás emboladores repiten su ritual matutino.
En promedio un zapatero gana 28 mil pesos diarios en el Parque Santander de Cúcuta. Pulen, pintan, charlan y se fuman uno que otro cigarrillo y se beben de a sorbos el cafecito, eso no puede faltar. Escuchan las quejas de los ejecutivos y se calan su retahíla política o las penurias familiares. Les gusta, son consejeros también.
No todos tienen el mismo salario. En el parque Colón, que queda a unas cuadras del parque Santander, José Alfredo Prieto, de 70 año y el único de su profesión en esa plaza, comenta lo siguiente: "Me gano 6 mil o 8 mil pesos al día. A veces embolo a una persona no más, o dos. A veces no hay clientes, me quedo haciendo nada".
Algunos iniciaron el trabajo desde pequeños. Por lo general dejaban los estudios de primaria y comenzaban a trabajar. "Desde pelao, cuando tenia nueve años mas o menos, iba al colegio en las mañanas y en las tardes me iba a embolar", dice uno de ellos. La mayoría se sostiene de las emboladas que haga en el día, otros se preocupan por el ocio. Uno de los zapateros, que prefirió no decir su nombre, dijo que su vicio eran las mujeres y las ganancias las destinaba a dicho placer.
La jornada laboral es tranquila, sin contratiempos. Da ganas de echarse una siesta, como lo hacen decenas de jubilados que se desparraman sobre las sillas del parque.
En el parque Colón, José Alfredo sufre de ceguera, del corazón, falto de memoria temporal, no tiene pensión, vive solo en un almacén. Es el encargado de cuidar el local. A veces, los dueños lo dejan encerrado todo el día, se les olvida que el está ahí. Sumado a eso José pasa por un mal momento, la perrera municipal le quitó a su perro, su única familia.
"Estaba amarradito, no hacia nada. Era pequeño y pacifico. Lo crié desde pequeño. Hace 15 años vivía junto a mi, y vinieron estos tipos...Mi única familia era él. Se me llevaron el perro pal Zulia. No sé nada más. ¡Hay, gente bruta!".
El sol se desvanece en medio de las montañas del valle. Los zapateros del parque Santander parten. Joaquín es el primero en retirarse. Sale apresurado en su bicicleta. Cuadras más allá, José Alfredo, acomoda sus cosas e irse al almacén.
@JuanCachastan