La segunda mitad del siglo XIX es la del auge anterior a la última caída de la Rusia zarista, antes de la Revolución bolchevique de febrero. Bajo ese auge se levantó el último movimiento nacionalista ruso y no soviético, es decir, anterior al comunismo. Artistas de todos los ámbitos concordaron, sin unirse, en buscar expresiones artísticas que cortaran con la tradición heredada del resto de Europa y fueran únicamente rusas. En literatura el movimiento estuvo bajo el liderazgo de Pushkin, primero, y de Groki, después, acompañados del espía Gogol, que aunque apoyaba la causa nacionalista, tenía el plan secreto de infiltrar la tradición ucraniana en la rusa. En música, el proceso estuvo a cargo de Los Cinco o El gran puñado, un grupo de compositores ligado al conservatorio de Moscú que incluía los desconocidos nombres de Balakirev y Cui, los famosísimos de Mussorgski y Rimsky-Korsakov, y el del mismísimo Alexander Borodin.
La formación musical de este grupo de compositores con intenciones políticas era romántica, producto de la tradición marcada por la tríada Hydn-Beethoven-Mahler, que aunque comprendía a sus mayores maestros, era exactamente la que buscaban desligar de la nueva música rusa. Para lograrlo, hicieron largas investigaciones antropológicas en la Rusia rural, buscando los temas, las letras y los sonidos originales de la música popular, método que décadas más tarde habrían de usar Bartók y Kodály en Hungría, con excelentes resultados. Con ese material compusieron conciertos y sonatas que incluso rompían las leyes básicas de la composición occidental, y que de entrada sonaban, si no al espíritu ruso, sí a algo del todo desconocido. También compusieron varias óperas ya que la inclusión del canto les permitía tratar temas y leyendas locales logrando un inmediato distanciamiento de Mozart y Wagner, maestros de la versión europea del género.
Las obras de Borodin, sin embargo, apuntan en una dirección un tanto distinta, aunque paralela, de la de sus compañeros, pues en vez de reescribir canciones populares de manera que se adaptaran a formatos clásicos, buscó en la música popular nuevas combinaciones armónicas que le permitieran deshacer o incluso destruir las convenciones de occidente. En ese sentido, las obras de Borodin no evocan los cantos populares del Volga, ni los de la Siberia profunda, pero tampoco reflejan a Beethoven por ningún costado. Este camino de deconstrucción llevó a Borodin a liderar el reciente movimiento de la música absoluta, que no trata de representar nada, al contrario de la música programática –en la que cabe toda la música clásica anterior-, en que las líneas melódicas cuentan historias. La Tercera Sinfonía de Beethoven, la Heroica, ejemplo de música programática, es la historia de Napoleón. El oboe narra las esperanzas y desesperanzas de su espíritu, las cuerdas narran las guerras, los cobres, las victorias. En las sinfonías de Borodin, nada narra nada, nada suena como los pájaros, ni como las olas del mar, ni como las hojas de los árboles al viento. La música es sólo música.
En gran parte, esta tendencia de Borodin se debe a que hasta el día de su muerte mantuvo una carrera paralela a la música que de hecho le generó en vida más resultados y reconocimientos. Borodin había estudiado química, y era uno de los investigadores más prolíficos de su momento. Su campo de especialización eran las reacciones de alógenos, la más importante de las cuales aún lleva su nombre. Pero en vez de terminar desarrollando un preocupante estado de esquizofrenia laboral, Borodin fue encontrando correspondencias entre las disciplinas, y del mismo a medida que sus intereses científicos fueron pasando de la observación teórica a la aplicación experimental, su música fue pasando, al contrario, de lo concreto a lo abstracto, de lo programático a lo absoluto. Como en la escala musical las tonalidades principales son siete, observó, siete son los períodos en la tabla periódica. En esa tabla, además, los grupos son dieciocho; en la escala musical son doce, pero son dieciocho si se les suman las variaciones modales, o enarmónicos. De ese modo, cada elemento químico corresponde a una nota en una tonalidad particular: la nota Do en la tonalidad de Do Mayor, por ejemplo, es la tónica, pero en la de La Menor, es la tercera, de modo que no hay un elemento al que le correspondan dos notas o en otras palabras la relación entre sistemas encaja perfectamente.
Borodin no llevó al extremo, como sí lo hicieron otros después de él, las posibilidades de esta relación, entre las cuales la más deslumbrante es la que permitiría poner una fórmula química en el atril de un piano y tocarla como si fuera una partitura, o a la inversa, mezclar los elementos de las notas de Para Elisa a ver qué compuesto sale (de seguro uno radioactivo o venenoso). Borodin se limitó a crear una música abstracta en su expresión pero concreta y muy bien controlada en su composición, abriendo un camino que aunque no le resultó demasiado provechoso, sí lo hizo los compositores del siglo XX.
http://www.youtube.com/watch?v=K_uixt5xLXs
Alexander Borodín
Mar, 26/02/2013 - 00:00
La segunda mitad del siglo XIX es la del auge anterior a la última caída de la Rusia zarista, antes de la Revolución bolchevique de febrero. Bajo ese auge se levantó el último movimiento nacional