A medida que el Romanticismo entró en su última etapa, tanto los compositores como sus obras se fueron volviendo cada vez más apacibles y elegantes, dejando de lado los rencores por el materialismo de la sociedad, el conservadurismo de la política, la excesiva concentración en el yo romántico, las alucinaciones medievales. En ese sentido, la vida y la personalidad de Mendelssohn fueron del todo opuestas a las del cáustico Beethoven, pero del mismo modo producto de una evolución natural.
Cuando Mendelssohn era joven, Paganini, Beethoven y von Weber ya habían escandalizado al público lego y culto, demostrando los alcances más inesperados del formato sinfónico y del de cámara. Habían roto o ignorado las leyes de la composición clásica a tal grado que a la siguiente camada de compositores no le pareció necesario adentrarse por el mismo camino. En cambio, conscientes de que el Romanticismo había descubierto un lenguaje musical propio, se dedicaron a explorar sus posibilidades, dentro de las normas ya establecidas por esos titánicos precursores.
La música de Mendelssohn no pierde jamás la compostura, no entra en delirios cromáticos como el Hammerklavier de Beethoven, ni en fantasías corales. La música de Mendelssohn, como decían en su época, ambulat in lege Domini, anda a la par con la ley. No es menos ambiciosa, ni menos apasionada, sino que emana de unas pasiones mejor organizadas, de un espíritu noble e inteligente que obtuvo un temprano reconocimiento por su talento y que jamás pasó penurias económicas.
Una de sus obras más importantes es la obertura de La caverna de Fingal, también llamada Las Hébridas, que Mendelssohn compuso tras un viaje a la famosa caverna marítima, en las costas de Escocia. El tema y la inspiración son clásicamente románticas, un secreto paradero natural en que las olas chocan furiosas contra las rocas, haciendo música. La obertura, sin embargo, convierte el estrépito del oleaje en una especie de marcha, que imita su grandilocuencia, y no su ruido real. Pero la obertura se concentra sobre todo en las posibilidades fantásticas de ese paraje, puerta al mundo de las hadas, y no al de las fantasmagorías medievales, como hubiera sido para sus precursores, o para un William Blake. El sujeto principal sin duda imita el ir y venir del oleaje, pero lo dispone como una letanía que le permite adentrarse en todo el sentido simbólico de la palabra, a la caverna.
También sus composiciones de cámara mantienen del mismo modo los principios del Romanticismo sin quebrar una sola ley, y dicen los expertos que era en ese camino en que Mendelssohn habría logrado sus más asombrosos descubrimientos, de no haberle llegado la muerte con tanta anticipación.
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Felix Mendelssohn
Mié, 02/02/2011 - 23:59
A medida que el Romanticismo entró en su última etapa, tanto los compositores como sus obras se fueron volviendo cada vez más apacibles y elegantes, dejando de lado los rencores por el materialismo