Fernanda de Utrera

Vie, 08/02/2013 - 23:59
Dice Basil de Selincourt, un crítico literario inglés de principios de siglo, que en literatura no es lo mismo poner una cosa que poner el nombre de esa cosa, y que en esa sutil diferencia radica to
Dice Basil de Selincourt, un crítico literario inglés de principios de siglo, que en literatura no es lo mismo poner una cosa que poner el nombre de esa cosa, y que en esa sutil diferencia radica toda la gracia de la literatura. En efecto, es claro que para hacer que un personaje sufra una desdicha amorosa y que el lector la sienta como tal, no es suficiente decir que tenía el corazón roto. En la frase “Juan tenía el corazón roto” está el nombre de la cosa, las palabras corazón roto, pero no hay en esa frase un corazón roto, que nos haga sentir lo mal que anda Juan, que nos haga doler el corazón a nosotros mismos un poco también. El mismo principio puede aplicarse a las letras de la música cantada, que no son exactamente lo mismo que la poesía pero que son sin duda un género literario. La música popular, además, está plagada de corazones rotos, y si el tango es la voz del hombre que tiene el corazón roto, el flamenco es directamente el llanto de ese corazón, sin pasar por intermediarios.  Y yendo aún más lejos, tal vez no haya habido  en el flamenco una cantaora que cumpla con más destreza el principio de Selincourt, que nos haga sentir con mayor efecto y economía de palabras, la tristeza última del que ha sufrido un mal de amor. En unos fandangos llamados Celos con otro, canta Fernanda, con esa voz de tierra y raíces secas: Celos con otro, Y se te cambió la sangre… Yo te di celos con otro Ya estamos los dos iguales… Lo que cambia entre los dos Es que mi pena es más grande… Así empiezan estos fandangos, en que nos cuentan el contexto de una tragedia amorosa y nos van preparando para la sentencia final: Yo no lo puedo remediar, Tengo la sangre podrida, Y el corazón traspasao… Y con esta confesión tremenda, el corazón roto de Fernanda ya no es el nombre de una cosa, sino una imagen de una fuerza y una crudeza difíciles de olvidar. Y escritas así, y cantadas como si en efecto hubiera llegado al estudio de grabación con la sangre podrida y el corazón traspasao, es que Fernanda de Utrera, la cantaora más temida del flamenco, entonó todas sus canciones, y cantó todas sus letras, haciendo de ese arte gitano uno de los medios de expresión más arrolladores de las íntimas penas de la gente. http://www.youtube.com/watch?v=klgPtnXjVvw
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