El 1948, tal vez buscando una manera menos dramática que la generalizada en Europa de expresar el profundo estado de contradicción dejado por el fin de la Segunda Guerra, el escritor surrealista Alfred Jarry, junto con otros más, fundó el Collège de ‘Pathaphysique, o Escuela ‘Patafísica, definida, en palabras de Jarry, como “la ciencia de las soluciones imaginarias que atribuye simbólicamente los atributos de los objetos, descritos por su virtualidad, a sus lineamentos”. La definición es a propósito ilógica, y por eso encierra a la perfección el objetivo de ese grupo de escritores: buscar la verdad de las contradicciones, el sentido del sinsentido. Parte de ese grupo fueron otros tantos franceses célebres como Raymon Queneau, Boris Vian, Eugene Ionesco y Jean Genete, todos a cual más surrealista. Desde entonces los ‘Patafísicos han adquirido un dudoso pero enorme prestigio entre las artes y las letras de vanguardia, y siguen hoy en día publicando sus ediciones conjuntas, haciendo reuniones y delirando por escrito. Todo lo que implique juegos de palabras, contradicciones del lenguaje, formas raras, palabras en desuso y manuscritos apócrifos es apto para exponer en sus reuniones. Uno de sus miembros actuales es el colombiano Juan David Giraldo, maestro del palíndromo y artes afines.
En los años sesenta, sin embargo, un grupo de ‘Patafísicos armó una sociedad subordinada a la Escuela con el nombre de Oulipo, abreviación de Ouvroir de littérature potentielle o taller de literatura potencial. En él figuraba el afamado patafísico Queneau, pero también aparece por primera vez el inconfundible Georges Perec. El objetivo del Oulipo era el de hacer literatura con restricciones formales, a veces del todo gratuitas, cosa de encontrar nuevos caminos de expresar el sinsentido del mundo, y en últimas, la experiencia literaria en general. Así, Queneau escribió sus Ejercicios de estilo en el que hay noventa y nueve cuentos cortos cada uno con un estilo distinto. La restricción: todos cuentan el mismo cuento, un episodio banal de un hombre que coge un bus.
Pero Perec es el que habría de llevar al extremo las posibilidades de las restricciones, y demostrar la intuición principal del Oulipo, que es que las restricciones, en vez de restringir la libertad del escritor, la potencian. En La vie mode d’emploi, los 99 capítulos se mueven como el caballo en ajedrez, saltando por los cuadros de un apartamento parisino y contando la vida de sus habitantes. La disparition, en cambio, es un lipograma, es decir un texto al que le falta una letra. El de Perec es una novela de trescientas páginas que no tiene una sola letra e, la más usada en francés. En su traducción al español, hecha por otro ‘patafísico, la novela carece de la letra a, la más usada en español. Unos años después, tal vez para vengarse de la novela anterior, Perec escribió un cuento llamado Les revenentes, en el que sólo usa palabras con la letra e. Finalmente, en el ensayo Cantatrix Sopranica L. Perec explica con precisión científica las consecuencias sonoras de cubrir a una soprano con tomates podridos, que resulta en un particular grito.
Pero Perec escribió un libro más, que es el que le dio algún sentido al sinsentido general de sus otros libros, y es su autobiografía llamada W ou le souvenir d’enfance, en que, en un estilo también raro difícil de leer, cuenta las historias paralelas de sus padres, el padre luchando en el ejército francés contra la tropa de Hitler, la madre en el campo de concentración luchando contra la tortura. Perec no escribió novelas mancas, tuertas y raras por el gusto de hacer cosas incompresibles, sino porque la realidad que le tocó a sus padres y a él era tan antinatural que no podía ser expresada con las formas naturales del lenguaje.

