José Eustasio Rivera nació en el pueblo de San Mateo, Huila, a finales del siglo XIX, cuando Colombia todavía no estaba acabada de inventar, y la democracia sólo parecía justa a los liberales cuando ganaban, y a los conservadores, en cambio, cuando perdían los liberales. Tiempos en que la frontera con Venezuela un día la dejaban aquí y al otro día amanecía un poquito más allá, o un poquito más acá, según el dueño del ojímetro con que la midieran. Tiempos en que Panamá aún no se daba cuenta de que era un país aparte, a pesar de que los demás departamentos la miraran mal, y en que la selva amazónica aún no se decidía si era brasileña o colombiana. Tiempos en que por los caminos indecisos de ese país a medias pasó caminando un hombre cargado de armas, y que ante la pregunta de una mujer asomada a un balcón que inquiría por su destino, el hombre respondió : voy para la Guerra de los Mil Días, a lo cual la señora devolvió una costumbrista sacudida de pañuelo, y se quedó la tarde entera asombrada de lo bien planeadas que se habían vuelto las guerras en Colombia.
Pero en medio del mielmesabe que solía ser el país, y tal vez en un intento desesperado de darle algún tipo de orden, José Eustasio Rivera se dedicó a escribir estrictos sonetos a la manera de Petrarca y Garcilaso de la Vega, cuya existencia inverosímil en medio ese relajo general no les quita lo bien escritos, cualidad de la cual algunos gozan casi hasta el final. Los sonetos eran de a ratos modernistas y de a ratos románticos, indecisión de género que sin embargo no podemos achacarle del todo a José Eustasio, ya que, como bien ha observado la justiciera Profesora Umaña, biógrafa del vate, los escritores colombianos ya solían confundir las dos corrientes desde mucho antes. De modo que hoy vemos en la indecisión de Rivera menos una falta de formación que una falta de información, menos una falta de criterio que una falta de escritorio, en el cual sentarse a poner las ideas en orden.
En efecto, Rivera pasó gran parte de su vida en largos y seguidos viajes por el país, tarea nada fácil considerando que a veces un solo descuido, un paso mal dado, un resbalón o un leve tropiezo, podían costarle la honda vergüenza de hallarse de repente en Ecuador, o en Venezuela. De esos viajes, sin embargo, Rivera sacó el material de sus sonetos, pero sobre todo de La Vorágine, la novela que habría de mandarlo directo al parnaso de las letras colombianas, que en ese entonces aún no hallaba sede fija ni tenía, realmente, ningún otro miembro, pero que muy pronto habría de tenerlo. De La Vorágine se han dicho un sinnúmero de barbaridades, pero todas, por lo menos, muy elogiosas. Cedomil Goic, cuyas opiniones sobrepasan en extravagancia a su propio nombre, dijo que “explora las posibilidades de la novela naturalista, sin llegar a la torsión grotesca y satírica”. Páramo Bonilla dijo que “viaje y literatura siempre han ido de la mano”, pensando, claramente, en Malone muere de Beckett, y que en ese sentido “los méritos de La Vorágine son mucho más que históricos”. En otras palabras: como la literatura siempre se la pasa de viaje, los méritos de La Vorágine son muy ultra-históricos, o bien, ultra ultra-históricos, o más allá de más allá de la historia, idea indudablemente vanguardista.
A Rivera La Vorágine le quedó muy bien. Es una historia que sin ser enredada, se enreda con otras historias, y en que una cosa se dice después de la otra y a cada cosa se le llama por su nombre, como tanto insistió Azorín que se debían escribir los libros. Sale la montaña, salen los llanos y sale sobre todo la selva, que en vez de ser un telón de fondo al costado del cual se alcanza a ver a los actores cambiándose, como en María, es un personaje verde y vivo en la novela, que desvía los destinos de los protagonistas justo en el momento indicado y que combate a los vampiros de la casa Arana con la misma fuerza con que estos le chupan el caucho. El otro protagonista es el amor, o los celos, según se mire, y su historia queda suspendida, pues la novela se acaba justo antes, cosa de no tener que contar el beso, lo que tanto niños como grandes le agradecemos.
Rivera participó en la comisión geográfica encargada de viajar a lo largo del extremo Oriente del país pintando la raya de Venezuela, y empezando de ese modo a darle forma a esa blandengue nación. Sin embargo, y aunque fiel a la indecisión generalizada del momento Rivera corrigió cinco veces su novela, fue con La Vorágine con que realmente estableció los límites y las alturas a los que la literatura, y con ella el país entero, habría de terminar por amoldarse, por encontrar una forma en la que se sintiera cómoda, que no le quedara holgada en los hombros ni apretada en la cintura, y que le fuera propia.
http://www.youtube.com/watch?v=PVa2MxReAlw
José Eustasio Rivera
Mar, 19/02/2013 - 00:00
José Eustasio Rivera nació en el pueblo de San Mateo, Huila, a finales del siglo XIX, cuando Colombia todavía no estaba acabada de inventar, y la democracia sólo parecía justa a los liberales cua