Voltaire

Lun, 30/05/2011 - 04:14
Además de tratados de historia y de filosofía, obras de teatro y farsas cortas, miles de cartas y discursos públicos, Voltaire escribió unos cuantos cuentos. Esos cuentos, sin embargo, no son el r
Además de tratados de historia y de filosofía, obras de teatro y farsas cortas, miles de cartas y discursos públicos, Voltaire escribió unos cuantos cuentos. Esos cuentos, sin embargo, no son el resultado de los ratos en que Voltaire descansaba inventando historias, sin el terror del anacronismo y del silogismo encima, como es el caso con tantos otros intelectuales que uno que otro domingo escriben cuentos. Los cuentos de Mircea Eliade, por ejemplo, contienen, claro, muchos de los descubrimientos maravillosos con que se topó estudiando las culturas más lejanas del planeta, pero no nos enseñan nada sobre esas culturas. Eso, en principio, no es una crítica, dado que la literatura no tiene por qué enseñarle nada a nadie, aunque todos tenemos mucho que aprender. Es más, la mejor literatura suele ser la que no esconde discursos ya formados, y sin embargo, como Eliade no era un literato sino un antropólogo, por hacer sus cuentos bien, le quedaron mal, o por lo menos no tan bien como una lectura de sus obras académicas habría permitido suponer. En cambio el bueno de Voltaire no escribía cuentos cuando se aburría de escribir filosofía, sino cuando de verdad se quería poner a escribir filosofía. Escribía cuentos tal vez para alcanzar un público mayor al que sus gruesos tomos le daban acceso, o incluso tal vez para explicarse mejor a sí mismo lo que esos tomos decían. Los cuentos de Voltaire están llenos de discursos, no son, en realidad, más que discursos, manera de proceder que suele conducir directamente a la mala literatura, y que en Voltaire, sin embargo, funciona muy bien. El tema es el de la relación entre literatura pura y literatura ancilar, por ponerlo en términos del sabio Alfonso Reyes. La primera es la literatura que no tiene otra razón de ser que la de ser escrita, la de existir en una página de un libro. La segunda es la que sirve a otros propósitos extra-literarios, a demostrar teorías sociales y científicas y filosóficas y religiosas, y todo lo demás que no es el tema de la literatura. Que la primera sea la buena literatura y la segunda la mala es algo que queda bien cuando se dice así, en abstracto, pero que muchos textos desvirtúan, y pocos lo desvirtúan tanto como los cuentos de Voltaire. Si el libre comercio, la libertad de culto y la reforma social son más o menos los conceptos guía de su obra académica, lo son también los de sus cuentos, que exploran las consecuencias de una sociedad adscrita a esos valores, o de una sociedad carente de ellos. Voltaire se enfrentó con Pascal, con el punto de vista de Pascal, en varias ocasiones, pero no hay un mejor contraargumento en toda su obra filosófica que el que hay en Micromegas, uno de sus cuentos por lo demás más absurdos. También se enfrentó con los que defendían la contingencia del destino humano cosa de defender el valor de la resignación católica, cosa, a su vez, de defender la monarquía, pero su punto de vista nunca quedó tan claro como en su cuento Cándido, un reductio ad absurdum de la concepción de la sociedad de aquellos legitimistas. Voltaire nunca paró de trabajar, de dar su opinión en cada línea que escribió, y por eso sus cuentos se entienden bien como una extensión del resto de su obra, como una extensión lúdica. Pero si es en los cuentos y no en el resto en que sus argumentos quedaron más convincentemente plasmados, no creo exagerado decir que tal vez el resto de su obra es la que es una extensión, un desarrollo, de sus cuentos, de su obra literaria, y que lo que es ancilar en la obra de Voltaire no es la literatura, sino todo lo demás.  
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