Carlos Salas
Carlos Salas

Ayayay

Ayer, mientras esperaba los boletines de la Registraduría, llené mi tiempo escuchando algunas de las doce conferencias que llevan por título “Faits d´affects”, de George Didi-Huberman. Inicia una de ellas desarrollando el significado de la palabra ay, seguida de ayayay, interjecciones que comparte el español y el francés, lo que me llevó a pensar que, por desgracia, ese sería el título del artículo que me encuentro escribiendo en esta fría mañana.

¡Ay! Me lo esperaba ¡Ayayay! Aunque todo estaba anunciado, no paran mis lamentaciones. Así te digan que va a doler y te hagas a la idea, no dejamos de reaccionar con un ¡Ay!

Andrés Pastrana ya lo había anunciado y pocos le pararon bolas, el esquema del fraude se pondría en marcha desde esta primera vuelta. Y no lo decía un cualquiera y delirante como yo, sino todo un ex presidente que conoce muy bien del asunto y quien, en su momento más álgido, se volvió defensor de la causa de los venezolanos contra la tiranía.

De lo que hablo es de indicios que veo con claridad, mis limitaciones me impiden darles sustento probatorio. Comencemos por uno muy diciente: los escrutinios de las elecciones parlamentarias han tomado varios meses y no se conocen los resultados finales… ¡Ah! Y en esta primera vuelta presidencial con la misma estructura fue realizado sistemáticamente, se dieron los boletines en un orden orwelliano. ¿Alguna duda? La tendencia se planteó desde el comienzo: 41% para el uno, 28,5% para el otro, 23% para el otro y 4% para el convidado de piedra a quien le garantizaron su reposición de votos. No caerían esta vez en las torpezas del pasado como la de la fraudulenta reelección, con corte de energía y todo, de quien todavía mueve los hilos del teatro de marionetas. Tampoco se pondría a ganar en primera vuelta al beneficiario de esta trama de corrupción, eso podría ser poco creíble, hay tienen a Maduro a quien cincuenta países lo consideran un usurpador por el descaro en la asignación de votos inexistentes. Algo se aprende de los errores del pasado y por eso el escrutinio tenía que ser ejecutado con la medida y precisión necesarias para que un triunfo en la segunda vuelta sea aceptado en Colombia y en el mundo.

El plan ha sido siniestramente elaborado, en esta primera de las dos vueltas tocaba sacar al contendor cuya candidatura estaba cogiendo forma y arraigo entre los electores. Misión cumplida y muy juiciosamente, como hace ocho años lo hizo Zuluaga, Fico admitió su derrota: así como resultó aspirante a la presidencia, así se contenta con dejar de serlo, ya jugó su parte en la trama. Queda instalado un figurín de comedia que habría provocado risas en el teatro de Moliere. Desde luego que anima la cosa y es tan fácil de desechar… o así lo aparenta. De ese tipo, tan poco preparado para el cargo al que aspira, no voy a decir mayor cosa, él se delata por sí solo. Lo cierto es que los derrotados le darán su apoyo llevados como rebaño por los jefes de cada uno de los partidos. No dudo que habrá uno que otro que quiera bajarse del barco que se hunde pretendiendo subirse al que se perfila como ganador… a las buenas o a las malas.

¡Qué fácilmente se puede jugar con la confianza de los colombianos! Ya nos pusieron a prueba con los resultados de las parlamentarias, demostramos que tenemos más de corderos que de leones. Ahora, los que votaron por Fico van a apoyar a Hernández porque hay que derrotar a Petro, lo que ha sido una fuente de fortaleza, el convertirlo en el foco de todos los ataques lo ha hecho crecer enormemente.

Triste destino el de un país que se arrodilla tan dócilmente. Todos los acontecimientos apuntan a un único fin: instalar en la presidencia a una ficha del Foro de Sao Paulo quien, con la persistencia requerida, ve ya cercana su meta. Ha sido tan despiadado este asunto que, contando con la primera línea y el apoyo del crimen organizado, ha sabido tener a la población en estado de pánico sin llegar a mayores muestras de fuerza.

No había presenciado en mi vida unas elecciones más ridículas y amañadas que estas. Parece una partida de póker jugada por un tahúr despiadado.

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Carlos Salas
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