Aquí estamos, atrapados en el fenómeno selección, sumando aquí, restando allá, soñando despiertos, esperando un milagro para ir a Catar.
El fútbol es un monstruo con ruido eterno entre lo real y lo imaginario, tan indescifrable en sus alcances, como en sus efectos.
Todo pasa por el dominio del escenario, el balón, el territorio, el resultado, imponiendo alternativas físicas, técnicas, tácticas o estéticas. O, por el discurso afectado que endiosa y destruye.
Virtudes estas, ausentes en la selección a lo largo del torneo, que recuperó en relevantes pasajes, en su apremiante lavado de cara, con goleada, ante la modesta selección de Bolivia, que no dio un brinco frente a la humillante superioridad colombiana.
El reencuentro con el triunfo, con los goles; la reafirmación de Luis Díaz con sus excitantes momentos, el retorno de algunas facultades de James con técnica, sin dinámica y sin gol, con su influencia en el juego de ataque, por sus pases profundos, facilitados por un oponente sin marcas; con algunos arrebatos individuales de Sinisterra y el impecable trabajo de Cuéllar y Cuesta, fueron relevantes para reactivar el sueño del mundial.
No estaba Ospina. Nunca fue exigido por un equipo que no disparó a portería, atenazado por su complejo de inferioridad.
Pero, a pesar de toda la tarde con jolgorio, del estímulo anímico en las tribunas, Colombia sigue eliminada.
La dependencia ajena, confunde, aturde.
La tarea está inconclusa a pesar de las expresiones ostentosas de quienes hasta horas antes predicaban el infortunio.
Las alternativas de la clasificación se mantienen. De una cuarta opción, ahora, después de Perú, es la más cercana.
En el fútbol todo es posible.
Calculadoras y milagros, de un equipo que castigó a sus aficionados con los malos resultados, que hoy al borde del naufragio se aferra a su esperanza, a la posibilidad de salvación.
Así se celebre con excesos el triunfo de trámite ante Bolivia, que suaviza el presente, pero no alivia las penas.
Creado Por
Esteban Jaramillo