Hace pocos días, luego de su (deseada por muchos) salida de la revista Semana, los periodistas Daniel Coronell y Daniel Samper Ospina crearon un grupo de expresión y presión en internet al que denominaron “Los Danieles”, caracterizado por un ADN de dos proyecciones: una, antiuribista, es decir, contrario al expresidente Álvaro Uribe, al Centro Democrático, al uribismo y, por extensión, al presidente Iván Duque; y otra, mamerta, esto es, con simpatías solapadas o explícitas por los partidos que el nuevo grupo considera “progresistas”, incluidos los neoestalinistas.
Lo más atractivo, al menos para este columnista, es que “Los Danieles” llegan en un momento interesante y crítico para el periodismo colombiano, afectado severamente por dos grupos, no tan nuevos como aquel: uno, “Los tapabocas”, y, otro, “Los abrebocas”. Lo curioso es que no son grupos propiamente de expresión, sino de presión sobre la expresión, un fenómeno no exclusivo de nuestro país, pese a ser un país muy peculiar. Veamos.
Los tapabocas. Es el grupo de presión constituido por dirigentes (incluso simples ciudadanos) de la política, la cultura, el trabajo, la economía, la ciencia, etc., que se distinguen por ser de tendencia antiuribista o de oposición al gobierno o el sistema, y que en cada entrevista, con total libertad, sueltan afirmaciones radicales o “gordas”, respecto de las cuales los periodistas quedan con la boca sellada por temor o porque están de acuerdo, sabiendo que las prácticas periodísticas profesionales (PPP) –no las prácticas clientelistas– indican que el entrevistador debería repreguntar, concretar, pedir fundamentos, enriquecer la conversación. Ello no sucede con “los tapabocas”
Por ejemplo: un miembro de ese grupo dice que “Iván Duque es un inmoral”, y el periodista cierra la boca. Otro entrevistado, estalinista en este caso, sostiene que “en un gobierno nuestro respetaremos la propiedad privada”, y el periodista no entra a dilucidar tamaño cuento. Uno más, de similar corriente ideológica, declara que “cuando gobernemos, haremos que Uribe pague por sus crímenes”. ¡Uao! Y el periodista (hombre, mujer, trans: no importa) queda con la boca tapadita, tapadita. Y así, día a día, en prensa, radio, televisión, etc., en especial en Bogotá (sobre todo en LaW). Los entrevistados, obvio, terminan sus intervenciones muy contentos. ¡Ni bobos que fueran! Todo, por la fuerza magnética e hipnótica de lo que expresan o la falta de honradez mental de los entrevistadores.
¿Queda claro qué son “Los tapabocas”? Muy diferente a los tapabocas en esta crucial etapa del mundo, echada a andar por el coronavirus chino.
Los abrebocas. Este grupo de entrevistados, al contrario del anterior, se halla formado exclusivamente por miembros del gobierno Duque, partidarios suyos o del expresidente Uribe. Basta con que el invitado pertenezca a una de esas tres categorías para que los periodistas abran sus bocas y los pongan contra la pared, los acosen, acusen, desmientan, tergiversen, confundan y muelan con preguntas y opiniones de toda clase, incluso irrespetuosas.
Eso sucede, por ejemplo, cuando el invitado dice que “este gobierno propiciará una reforma constitucional que ponga al hombre y a la mujer en el centro de la sociedad y el Estado”, o afirma que “el presidente Duque está manejando muy bien la crisis del coronavirus”, “o que el expresidente Uribe es víctima de una justicia en manos de sus enemigos”. ¡Santo Dios! Más les hubiera valido abstenerse de hablar. La experiencia ante los periodistas “les sabe a cacho”, como decíamos en la infancia.
Los integrantes de este grupo, pues, son “los abrebocas”. Basta que sean funcionarios del gobierno nacional, o partidarios de Duque o de Uribe para que los entrevistadores se olviden de la boca tapada, y hagan de las suyas con sus lenguas afiladas por el desprecio a esta administración o a sus gestores y líderes. Sin perjuicio de que entre tales periodistas haya “fichas a sueldo de los carteles de la droga, los paras, las Farc o el Eln”, como lo sostuvo la periodista Vicky Dávila en su columna de la revista Semana, el pasado 16 de febrero.
Esas prácticas periodísticas no enorgullecen al periodismo colombiano, ni obedecen a un ejercicio ético y maduro de una profesión tan crucial para una sociedad dinámica y atormentada como la nuestra.
INFLEXIÓN. El tema es tan simple, que mi nieta de un año me preguntó por qué los periodistas no tratan a los funcionarios del gobierno y los uribistas como tratan a los de la oposición, los mamertos y los neoestalinistas…