El cambio que se requiere para generar un contexto más seguro

Para que las mujeres se sientan más seguras no basta con incrementar el pie de fuerza en el sistema de transporte público o en las calles y parques. Tampoco es suficiente que se mejore la iluminación en paraderos o puentes peatonales. A pesar de que las mujeres suelen ser víctimas de un menor número de robos que los hombres (4.800 casos menos en 2019), su percepción de inseguridad es mayor. Esto muestra que se requiere un cambio de mayor profundidad.

Cuando se observan las cifras de percepción que se publican en el OMEG (Observatorio de Mujeres y Equidad de Género) se puede notar como, incluso, en espacios públicos con iluminación suficiente las sensaciones de miedo, angustia e intimidación representan el 41,3% del total de respuestas de las mujeres encuestadas. De igual forma, así los lugares que se frecuentan con más regularidad tengan una total visibilidad, las mujeres expresan unos sentimientos de peligro e intimidación en un 30,2 %. Esta sensación de miedo tiene raíces profundas y tiende a estar muy relacionada con fenómenos como el acoso.

Desde la crianza de las niñas, la prevención y el temor parecen ser la pauta. Las niñas han tenido que aprender a cuidarse de situaciones de riesgo, a defenderse de abusos y hasta a acostumbrarse a tomar con normalidad situaciones y comentarios que son inaceptables. La violencia hacia las mujeres se ha normalizado desde su temprana edad en todo el mundo. Para recordarlo, circuló en redes sociales este fin de semana un video de Joe Biden, donde evidentemente toquetea y acosa a unas niñas, que muestran su molestia, mientras que los adultos presentes actúan como si no pasara nada.

Ya en nuestro contexto, los datos de la Secretaría de la Mujer muestran que los temores y desconfianza que se inculcan en las niñas no son infundados. En una localidad que por su tamaño puede considerarse como representativa de lo que pasa en la ciudad, como lo es Kennedy, se realizó una encuesta en 2019 sobre percepción de acoso callejero.  Los resultados son alarmantes. Se muestra que el 67,9 % de las mujeres encuestadas ha sufrido alguna experiencia de acoso en los últimos 12 meses.

La edad en la que las mujeres encuestadas enfrentaron la primera experiencia de acoso está en su mayoría entre los 11 y 17 años con 56,2 %. Le sigue el rango de edad entre los 18 y 25 años (23,1 %). Vale llamar la atención sobre el hecho que el 3 % de estas mujeres expresó que esa primera experiencia de acoso se presentó entre los 6 y los 10 años de edad.

Los tipos más frecuentes de agresiones son las miradas con morbo, respuesta que dio un 51,8 % de las mujeres incluidas en la encuesta. Silbidos y otros sonidos se presentó en el 46,1 % de los casos. Los comentarios asociados al aspecto físico fueron el tercer tipo de acoso más frecuente con 38,5 %. Los rozamientos representan el 25,3 %, la persecución durante un recorrido el 18,7 %, los manoseos el 18,5 %, el exhibicionismo el 13,6 % y la toma de fotografías y videos en vía pública sin consentimiento el 5 %.

La reacción más común de las mujeres ante el acoso es ignorar la situación (43,5 %) o hacer alguna expresión no verbal de disgusto (25,4 %). Se presentó denuncia sólo en un 1,6 % de los casos. Esta realidad muestra varios temas, primero, la desconfianza (fundada) en la acción de las autoridades, el miedo e intimidación que produce este tipo de hechos y la “normalización” que se hace de estas situaciones.

Las víctimas de acoso cuentan estas experiencias principalmente a sus familiares y, aunque en la mayoría de ocasiones la reacción es de rabia y solidaridad, aún se presentan reacciones como la de indiferencia, la burla o el reproche (13,1 % de las encuestadas vivió esta situación).

Los efectos que generan estos hechos en las mujeres son parte de la explicación de su mayor percepción de inseguridad. Según esta encuesta de la Secretaría de la Mujer, las consecuencias que genera enfrentarse a fenómenos de acoso son la generación de actitudes más frecuentes de prevención y desconfianza (49,8 %), la afectación de la tranquilidad (35 %), los cambios de rutina (30,2 %), no volver a un sitio específico (25,6 %) o cambios en su forma de vestir (3,6 %).

Además de esta realidad de acoso en espacio público, la percepción de inseguridad también podría estar relacionada con la variable que se denomina “Experiencias relacionadas con machismo desde la infancia y adolescencia” que hace parte del Índice Sintético de Machismo construido por la Secretaría de la Mujer. Dentro de los indicadores que hacen parte de esta variable, se encuentra que la violencia intrafamiliar afecta en un mayor porcentaje a niñas y a adolescentes. Cerca de 6 % más que lo observado para niños. Para el caso de la violencia sexual la diferencia es mucho más marcada y se encontró que para 2019 por cada niño agredido hubo 4,4 niñas abusadas.

Todas estas cifras no solo reflejan una realidad difícil para las mujeres, si no que evidencian un problema profundo en el proceso de crianza y formación de los niños. La Secretaría de la Mujer cita dos conceptos que han venido siendo desarrollados por el investigador Javier Omar Ruíz. Ambos ayudan a explicar los comportamientos de los hombres que se asocian con violencia de género. El primero es el imperativo sexual entendido como la presión que se ejerce sobre los niños y adolescentes por tener experiencias sexuales tempranas y el segundo es la hipersexualización y cosificación del cuerpo de las mujeres.

Para Ruíz, esos y otros patrones dominantes de masculinidad rechazan a lo femenino y a otras formas de masculinidad, lo que termina generando violencia y discriminación. Expresiones tan comunes como “no sea nena” muestran que se tiende a ubicar en una posición de debilidad a las mujeres y se rechaza la aproximación a lo femenino. Esto también genera problemas emocionales y sicológicos en los hombres ya que su “obligación” de no mostrarse vulnerables hace que tengan dificultades para manejar situaciones estresantes, crisis afectivas o enfermedades. Les es mucho más difícil pedir ayuda.

Transformar esta realidad es un tema que tomará tiempo y requiere, sobre todo, esfuerzos de la sociedad para consolidar una transformación cultural profunda. Igual como se han hecho esfuerzos para temas como la prevención del castigo físico en los niños y niñas, también debe iniciarse con una pedagogía que haga de la crianza una oportunidad para una sociedad realmente equitativa en el tema de género.

El borrador de plan de desarrollo presenta un avance muy alentador en el tema de independencia económica de la mujer y en la transversalidad del enfoque de género, temas que yo había estado solicitando en mi ejercicio de control político en el Concejo. El tema de la economía del cuidado también tiene un papel protagónico. Se encuentra además una estrategia que fortalecerá la cultura ciudadana para prevenir la violencia basada en el machismo con una gestión centrada en los territorios, lo que resulta fundamental. Sin embargo, es también necesario que empiece a darse un impulso a una crianza basada en equidad de género, lo que requiere del acercamiento a los padres y un esfuerzo dentro del esquema de atención y educación que se brinda a los infantes en la ciudad. Sólo así se inician las transformaciones de largo plazo que tendrán como resultado a futuro un contexto realmente más seguro para las mujeres y una crianza más sana para nuestras niñas y niños.

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