Mario-Huertas
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El embrujo universal de la paz

Hace poco menos de tres décadas, Francois Furet escribió un clásico de las ideas políticas: Le passé d´une illusion. Essai sur l´idée communiste au XX siécle. En la tercera parte, el filósofo francés, hace una radiografía del significado de la Revolución Bolchevique de 1917 a partir de esta pregunta: ¿Por qué seduce tanto la revolución que, a manera de prolegómeno, anunciaría el siglo del totalitarismo?.

Para explicar el interrogante, Furet apela al método comparado y regresa, en la línea del tiempo, al
precedente jacobino de 1789, el cual “sirvió desde 1917 como absolución general para la arbitrariedad y el terror que caracterizaron toda la historia soviética”. Convirtiéndose la Revolución Bolchevique en heredera incuestionable de la Revolución Francesa.

Este precedente universalizará la Revolución de Octubre, a nombre del proletariado y al amparo de una esperanza renovadora de sus áulicos mesiánicos, como la construcción de una nueva y auténtica sociedad que no logró la Revolución Francesa. Como promesa de un futuro que borraría el antiguo, plagado de males y desgracias, esta revolución anunciaba una sociedad justa y, obviamente, pacífica.

Así, la revolución coincidió con el fin y hastío de la Gran Guerra (1914-1918) proyectando “la resonancia inmensa del pacifismo, sentimiento más natural que el entusiasmo guerrero entre los pueblos democráticos” y el lanzamiento de la conocida estrategia leninista: la paz debe ser la continuación de la guerra pero por otros medios, universalizando la máxima de que la paz lo excusa todo, absolutamente todo.

Además, la guerra produjo que se asociara a ella el capitalismo y la democracia. De ahí que, la idea del socialismo se vendiera como sinónimo de vida a partir de dos falacias convertidas en credos: el
socialismo es paz, el capitalismo es guerra. Fórmula que le ha servido a todas las izquierdas para
minimizar su responsabilidad exagerando la del capitalismo y la democracia.

Ese estado de ánimo que lúcidamente Furet sintetizó como el ¡Nunca más! fue el escondrijo mediante el cual el bolchevismo tendió agazapadamente la trampa para legitimar la idea de que
después de la guerra viene la revolución; por supuesto a nombre de la paz. Luego, los bolcheviques van a exportar al mundo entero la idea de que “el resentimiento contra la guerra, pasado por el filtro de octubre de 1917, ha dado un impulso formidable a la revolución anticapitalista”.

Este remordimiento lo ha producido la guerra y, por lo tanto, la táctica del pacifismo ha echado sus raíces sobre vencidos y vencedores. “Millones de soldados que vuelven a la vida civil caen prisioneros del remordimiento colectivo de haber contribuido a que se produjera el 14 de agosto o de no haberlo impedido”; de tal suerte, el bolchevismo fue obteniendo su victoria universal sobre los restos de la guerra.

Produciendo, en efecto, una inversión del lenguaje para promover la falacia que decía: la democracia es dictadura y la dictadura comunista es auténtica democracia. Por lo tanto, se fue normalizando que hay dictaduras buenas y malas, terror bueno y terror malo. Lo que ha valido que, para entender mejor la guerra subversiva, siempre se tenga que pensar en lo que ocultan verdaderamente las palabras gracias a que antaño los agentes de desinformación hacían lo que hacen hoy por redes sociales y es deformar la opinión pública mediante la repetición sistemática del engaño y la mentira de “verdades” históricas que les ha permitido, a quienes han azotado pueblos enteros con el uso de la violencia y el terror, posar como gestores de paz, voceros de Derechos Humanos y defensores de la vida.

Esta “pasión revolucionaria” que -desde 1789- fue invadiendo la democracia hasta hacerse consustancial a ella a pesar de que, en muchas ocasiones, dicha pasión, a nombre de principios democráticos, busque anular la misma democracia como tantos ejemplos posteriores a 1917 han permitido reforzar el mito trotskita de la paz duradera como una manifestación exclusiva de comunistas y socialistas.

Además del pacifismo, Furet explica que la Revolución de Octubre encuentra, a pesar de su ateísmo, “ese sustituto de religión que tanta falta le hizo a finales del siglo XVIII en Francia”, reforzando así sucarácter auténticamente sectario toda vez que esta revolución era genuinamente “una búsqueda de salvación” y, por ende, no se escapaba a tener una “concepción mesiánica de la política”.

Para celebrar el centenario de la Revolución, tres años después del zarpazo en Crimea, France 24 realizó un documental llamado Les fantômes de 1917 hantent toujours la Russie de Poutine, en el que el viceministro de la cultura, Vladimir Aristakhov, afirmaba que, la intención de Putin es que “esta fecha no sea la ocasión para buscar responsables ni remover el costo de la paz, es la ocasión para salir del pasado y alcanzar una reconciliación entre nosotros mismos”.

Notificados de lo anterior, vamos concluyendo que la paz puso la revolución a la orden del día y que quienes usan la paz como bandera política, en muchas ocasiones, son lo que verdaderamente hanpromovido y defendido soterradamente la guerra.

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