
Luego de años de infructuosas batallas que no me dejaron más que sinsabores sin importar si el resultado me colocaba entre los vencedores o los vencidos, he decidido cambiar de trinchera. Aunque me siento derrotado y lleno de decepciones por los golpes recibidos, continuo mi lucha desde mi campo de acción que es el del arte. Nunca he sentido que mi manera de ver el mundo sea contraria a lo que desarrollo como artista. En la película “En el taller” me veo retratado, dentro del set cinematográfico en el que se transformó mi lugar de trabajo durante la filmación, en un momento de la vida en la que el compromiso político latía en mí, lo que mi hija Ana supo registrar de manera sutil y graciosa. Ahora es otro el escenario -y otras las consideraciones y pensamientos que anidan en mi mente-, este muy alejado del político en el que reina la confusión desde que los personajes más detestables se han colado ahí aprovechándose de la frágil democracia para carcomerla desde adentro cuando no han podido hacerlo desde afuera con sus fallidas revoluciones. Ahora me ocupo del proyecto de la Bachué en el que las consideraciones políticas están ahí latentes pero filtradas por el arte.
Dentro de esa nueva perspectiva, me pregunto sobre el lugar de la obra y si logra arraigarse una vez instalada en un espacio, en un lugar geográfico. No lo sé. ¿La Monalisa ha arraigado en París? Pareciera más una prisionera.
A mi Bachué le he añadido una especie rara de raíces conformadas por las varillas cuadradas de hierro que fueron parte de la maqueta de un proyecto de escultura para un corredor al aire libre en Bogotá. Esa estructura es el nuevo soporte de la copia en bronce de la obra de Roso. Tal vez la haga brotar de un círculo azul que simboliza la fuente ahora vacía en Sevilla y el círculo donde sembré el magnolio en mi taller de Bogotá.
La Bachué fue arrancada de la fuente original, rota en dos pedazos justo al sitio en el que se ubica el segundo chakra, el relacionado con el agua, el que lleva por nombre Svadhisthana, el de la sexualidad. La mía es un calco, una copia que no tiene raíces sino apenas una prótesis, ese simulacro de raíces conformadas con la maqueta de una escultura de gran formato que nunca se realizó.
La Bachué original no tiene raíces pero las tuvo, fue víctima de un duro proceso de desarraigo. Ahora es como un árbol arrancado de manera brutal cuyo destino es retoñar o marchitarse. El costo que nos toca pagar por nuestra libertad, como a todos los animales, es el de terminar pudriéndonos. Es el que termina sufriendo el árbol -¿y la obra?- cuando pierde sus raíces que se enredaban en la tierra, en el aire o sobre una roca.
El escultor de la Bachué, Roso, no volvió a pisar su tierra natal. Se fue a Ciudad de México como Agregado Cultural de la embajada de su país y luego a Mérida como miembro de la Gran Logia de Yucatán, soberana y serenísima Vivió allá hasta su muerte en donde dejó su impronta en piedra con su Monumento a la Patria que tan pocos de sus compatriotas conocen. Este muy arraigado, difícil tarea sería arrancarlo de su lugar.
La otra, la copia, el calco ha encontrado su lugar en lo alto de la montaña muisca pero de ahí saldrá pronto en un camino -¿sin retorno?- a Londres con sus nuevas raíces de hierro ligeras y sueltas como las de las orquídeas que pululan en el bosque húmedo de nuestro trópico. Allá será exhibida como una obra de arte -¿conceptual?- entre muchas otras. Esto ocurrirá en mayo aunque asegurar fechas de eventos ahora sigue siendo un albur.