Entre el 6 y el 8 de julio, Medellín registró siete homicidios, entre ellos dos mujeres asesinadas dentro de un bus, en medio de una nueva ola de violencia urbana. Así lo denunció Corpades, la organización que hace seguimiento permanente al comportamiento de la criminalidad en la ciudad. Y aunque las cifras estremecen, lo más escandaloso es el silencio institucional: desde el 6 de junio, Medellín ha estado tres veces con alcalde encargado. En un mes marcado por el miedo y la muerte, Federico Gutiérrez ha estado más ausente que presente. El mandatario ha optado por los viajes y los micrófonos nacionales, mientras la ciudad vive una crisis que clama por liderazgo real.
Según el más reciente informe de Corpades, Medellín suma 180 homicidios en lo que va del año, lo que representa un aumento del 23 % frente al mismo periodo de 2024. Mientras el área metropolitana muestra una leve disminución en la violencia, la capital antioqueña va en sentido contrario. Las comunas Popular, Aranjuez, Manrique, Candelaria y Laureles concentran buena parte de los asesinatos, y hay señales claras de recomposición de estructuras ilegales que vuelven a disputarse el control territorial. Corpades advierte que hay más de 500 grupos armados activos en el Valle de Aburrá. La alerta está encendida. Pero el alcalde no aparece.
Y el problema no es nuevo. El patrón de la desaparición en momentos críticos ya es parte del libreto político de Federico Gutiérrez. Cuando el pedófilo estadounidense Timothy Livingston se fugó de Medellín, la ciudad entera esperó una reacción contundente de su alcalde. No llegó. Cuando se desplomó una cabina del metrocable línea K, dejando varios heridos y una estela de miedo en una zona históricamente golpeada, tampoco estuvo presente. En ambas crisis, Gutiérrez prefirió mantenerse lejos, lejos del territorio, lejos de las víctimas, lejos de la responsabilidad.
El caso más indignante fue a finales de junio. Mientras deslizamientos en las comunas 1 y 8 dejaban decenas de familias damnificadas, el alcalde se encontraba en una gira por Londres y París, participando en foros sobre crisis climática. La ironía fue absoluta: hablaba de los efectos del cambio climático mientras Medellín los sufría en carne propia, con calles colapsadas, viviendas destruidas y comunidades clamando ayuda. ¿Cómo puede alguien hablar de resiliencia desde Europa mientras su ciudad se derrumba sin él?
Ahora, durante el último mes —desde el 6 de junio hasta hoy— Medellín ha tenido tres alcaldes encargados. Tres veces en las que la ciudad quedó en manos de funcionarios temporales mientras su alcalde legítimo se ausenta sin explicar con claridad su agenda, sus prioridades ni su compromiso con el territorio. La ciudadanía no sabe dónde está. Y lo más grave: ya parece haberse acostumbrado a no esperarlo.
La pregunta es inevitable: ¿qué hace Federico Gutiérrez cuando Medellín más lo necesita? En lugar de liderar consejos de seguridad, recorrer los barrios golpeados o sentar posturas institucionales claras, se dedica a hacer oposición mediática al Gobierno Nacional, a posar con expresidentes y a grabar videos para redes sociales. Ha convertido a Medellín en una tarima electoral, en una excusa para proyectarse políticamente, sin asumir las obligaciones más básicas de un alcalde.
La ciudadanía no eligió a un influencer ni a un comentarista nacional. Eligió a un alcalde. A alguien que esté presente, que escuche, que gobierne. En una ciudad marcada por la desigualdad y la violencia, la ausencia de liderazgo no es un detalle menor: es una tragedia institucional. Cada ausencia del alcalde se traduce en decisiones que no se toman, en comunidades que no se atienden, en vidas que se pierden sin respuesta.
Medellín merece algo distinto. Merece un gobierno cercano, comprometido y valiente. Merece un alcalde que no se esconda cuando hay muertos, que no huya cuando hay emergencia, que no abandone cuando hay miedo. Porque cuando el alcalde no está, el poder lo ejercen otros. Y Medellín ya sabe lo que eso significa.