Cuando corrompen las emociones. Viendo el partido de Colombia- Uruguay, en afortunada repetición (Gol caracol), llega de nuevo la pasión al tope por la victoria y por el gol magistral de James Rodríguez, que lo catapultó a la élite del fútbol.
Triunfo aquel que situó a la selección en cuartos de final del mundial 2014, en medio del frenesí de los hinchas, para la posterior, decepcionante, e inexplicable caída ante el local Brasil. A propósito: ¿fue gol de Yepes?
Tantos detalles inadvertidos de aquel partido, u olvidados al calor del resultado. Entre ellos que, al margen de sus goles bien elaborados, el trabajo global de James no fue de alto nivel. Formidable fue la actuación de David Ospina, relegado en el reparto de aplausos y elogios.
Cuanta calidad en James, a lo largo del torneo. Tanto fútbol hoy despilfarrado, relevado su protagonismo futbolero por exhibiciones fuera de los estadios, que lo hacen protagonista sin influencia sobre la pelota, su club, o sus partidos. Qué pena da verlo a la deriva.
Como en el 5-0, de Colombia ante Argentina. Trasformado como hazaña en el actual show de la anécdota, con el paseo por los medios de aquellos lujosos protagonistas, desvirtuando el alcance de lo logrado. Un sonoro triunfo admirado por el mundo, por ellos mismos degenerado hasta el ridículo.
Risas entre unos y otros, burlas cruzadas, confesiones inesperadas y posiciones extrañas y discutidas para maquillar a la distancia el descalabro del mundial de Estados Unidos.
Vaya manera de confundir la historia o de manipularla. Cuanto sospecho, y fui testigo privilegiado, que la caída dolorosa, la que se pasa de largo hoy en medio de payasadas, fue consecuencia del baile de los egos de futbolistas, directivos, entrenadores y periodistas. Nada de casinos, de mafiosos, amenazas o teorías conspiradoras.