La corrupción nació, al igual que la prostitución, en una época inmemorable. Son tan viejas y tienen tanto tiempo de vivir en nuestra existencia que de sus orígenes no hay memoria.
La coima vino después. Se popularizó hace poco. Con la elección popular de alcaldes y gobernadores también se democratizó la corrupción y pululó, se esparció como mermelada en tostada, en todos los rincones del país.
“La coima es una verdadera institución, llena de reglas estables, conocidas y exigibles que funcionan como un reloj. Y como toda institución que funciona, es percibida como natural, hasta necesaria” escribió hace poco Alfredo Bullard.
Pero el Covid19 restauró la dignidad. Volvió y la colocó, aunque sea momentáneamente, en el centro de mesa. A la población colombiana la está indignando la corrupción que a mansalva y en medio de semejante crisis sanitaria está atracando al país.
Hoy día la pandemia vomita con seca violencia un montón de cosas retorcidas que indignan y que pueden, causar revueltas porque mientras unos pasan hambre y deambulan, caminando errantes, en calles frías y largas o ardientes y solitarias otros se aposentan sórdidamente en el callejón de las ratas para transar sin piedad y sin misericordia la coima.
Y es ahí cuando los organismos de control: Fiscalía, Procuraduría y Contraloría deben proporcionar no sólo anuncios sino sobre todo resultados porque ante episodios de robos en pleno coronavirus, lo cual es ruin, la ciudadanía quiere -para calmarse- sangre en la arena. Es decir, medidas judiciales, disciplinarias y fiscales prontas, no trasnochadas y bajo el inequívoco mensaje qué, guardando el debido proceso, no haya espacio para la impunidad y el mal ejemplo.
La batalla no será fácil porque hay que recordar que los lobos siempre van en manada y he ahí unas de las dificultades para vencer. La corrupción trabaja en red y desde el poder. Y no se nos olvide que la violencia es una diáspora que no nace, como tiende a creerse, en los sitios de mayor pobreza sino muy al contrario, se cocina en los territorios y en los estadios donde transita, está, o se cultiva la riqueza como, por ejemplo, el narcotráfico, el contrabando y la corrupción. Vive de la ilicitud.
Pero además, si no hay resultados contra la corrupción las movilizaciones sociales pueden volver a la calle y reclamar de la política y de sus líderes medidas contra ella.
Los gobiernos no pueden derrocarse desde adentro la corrupción tampoco. Se combaten desde afuera. Desde esta columna también. La corrupción es un monstruo que ha venido devastando los tejidos institucionales y arraigándose cada vez más y es, definitivamente, un cáncer que no se curan con Dolex.