Estos días llegaron a mi memoria las enseñanzas de un profesor sobre las diferentes clases y categorizaciones sociales. Los ciudadanos, los metecos (extranjeros) y los esclavos de la antigua Grecia; y la nobleza, el clero y el pueblo de la Edad Media. También la más reciente sociedad capitalista compuesta por la burguesía y el proletariado, y los criterios económicos que la dividen en clases alta, media y baja. Durante los últimos años se ha insertado el concepto de la sociedad del conocimiento, impulsado por los avances tecnológicos y de conectividad. Estos recuerdos y la situación actual de pandemia me han hecho pensar en qué clase de la sociedad nos situamos los médicos, y cuáles serían los parámetros de categorización.
El Censo del talento humano en salud indica que en Colombia hay 105 mil médicos, de los cuales 90 mil se encuentran activos. El selecto grupo de Especialistas lo constituyen 30 mil.
De los 60 mil médicos generales se calcula que únicamente 12 mil tienen un contrato laboral con las prerrogativas de ley. Su ingreso promedio mensual está alrededor de 5 millones de pesos. De los otros 48 mil profesionales, el 95 por ciento están vinculados con similar ingreso, pero bajo la modalidad de prestación de servicios o contratos temporales. De manera que su salario en la práctica, luego de las retenciones correspondientes, no supera los 3,8 millones de pesos mensuales. Las estadísticas muestran que los hogares colombianos tienen dos hijos en promedio. Es justo entonces señalar que con tal ingreso, al final del mes el médico general queda “ras con bola”. No tiene cesantías, no puede tomar vacaciones y el ahorro para él es solo un concepto guardado en alguna página del diccionario.
Como si fuera poco, las entidades contratantes están pagándoles a los médicos puntualmente solo el primer mes y luego comienzan a atrasarse. Cuando ya los trabajadores se sienten asfixiados por sus obligaciones, la indignante situación les plantea dos alternativas: Volver a ser hijos de familia o privarse de necesidades primarias no relacionadas con la supervivencia. En consecuencia, retiran a sus hijos de las guarderías o de clases optativas. Luego se ven forzados a suspenderlos en forma definitiva. En estado de indefensión, se arriesgan a reclamar lo que le adeudan y sus patronos los arrodillan para negociar. Los obligan a firmar acuerdos que les impiden demandar en el futuro. Al médico no le queda más alternativa que aceptar y permitir que le paguen un porcentaje menor del salario inicial convenido. Por increíble que parezca, uno de cada seis profesionales de la salud en el mundo sufre algún tipo de maltrato en el ámbito laboral. Y nuestro país no es la excepción.
Viene entonces lo más complicado. ¿Cómo categorizar al Médico General en Colombia? Es por lo menos imposible hacerlo usando la clasificación de especie y evolución de 400 años de historia. En este punto sería bueno conocer cuántos de nuestros médicos generales tiene vivienda propia; cuántos pueden invertir en conocimiento y asistir de modo propio a los cursos de educación continuada. Durante muchos años he participado como profesor invitado en Cursos de Actualización para Médicos Generales. Los más nutridos son siempre los que el último día rifan un carro. ¡Qué alegría cuando el colega de a pie recibe ese premio que el azar y el destino le regalan!
El SARS-cov-2 con sus espuelas y su enfermedad Covid-19, nos ha mostrado múltiples inequidades acumuladas como nación. Pero también ha subrayado la necesidad imperiosa de saldar las deudas históricas con el Sector Salud. No es el momento social para pedir aumento de sueldo. De acuerdo. Pero sí el de decretar la nueva legislación laboral que le proporcione al colega un contrato laboral con un salario oportuno. El talento humano en salud necesita que la sociedad a la cual sirve le ofrezca por medio de su Estado –que no del gobierno– unas condiciones dignas de trabajo.
No quiero sonar apocalíptico, terrorífico o repetitivo en lugares comunes. Pero traeré a colación que las enfermedades mentales en los médicos tienen un terreno ganado y son determinantes en la calidad de la atención, los efectos indeseables y los errores en el tratamiento. Cerca de 300 millones de personas en el mundo sufren de depresión y el 15% de ellas son médicos; los médicos son los profesionales que más se suicidan (800 mil suicidios al año ocurren en el mundo. En Colombia la cifra es superior a los 2.400); el 42 por ciento del síndrome “de estar quemado” lo padecen los médicos, y la lista puede extenderse con otras enfermedades. Porque –y para usar la palabra de moda: “pandemia” de agotamiento tienen muchos de nuestros médicos.
Es alarmante que solo la mitad de ellos disfrutan de su profesión, y que la gran mayoría no quiere que sus hijos estudien medicina. Por cierto, 11 por ciento de los estudiantes de medicina tienen ideas suicidas.
Formar un médico en Colombia cuesta cerca de 165 millones de pesos en una universidad pública y 245 millones en una privada. Y el tiempo de retorno de la inversión es ridículo: 16 años en la pública y 34 años en la privada. Anticipo aumento de la crisis de los recursos humanos en salud. ¿Se acabó la pasión o se acabó la vocación? Juan Mendoza-Vega, amigo y maestro, decía: “El médico como persona, como profesional y como ciudadano con derechos y deberes fue puesto en el último plano”. ¿Cuánto le cuesta a un país perder un médico? ¿Cuál es costo social para una comunidad? ¿Quién cuidará de su familia?
Como en varios países del mundo, en Colombia también se da la “Campaña de las medias locas”, para recordarles a los mismos galenos y a la sociedad en general, que esos profesionales son personas de carne y hueso. Y que es menester inaplazable blindar su salud mental. Sin duda, trabajar en condiciones dignas y seguras, lo logrará.
Y, a propósito, ¿en qué clase social están nuestros médicos generales?